Música para NotreDame

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Compartido. Partido y acompañado. Completado. Por el otro. En el otro. En la parte partida de cada cual. Parte que parte, parte que parte. Parte a parte, compartir. Lo que parte, lo que se parte. Lo que queda, en compañía.

¿Qué tan vasto puede ser un instante? ¿Cuánto debe medir un parpadear para que entre sus extremos puedan caber cientos de millones de personas que en un mismo respiro fijan su mirada en una imagen?

Ninguna, sin embargo, de cada uno de esos gestos de terror, de angustia, de desconsuelo, será idéntico a todos los demás. Ninguno de esos gestos, tampoco, alcanzará a ser del todo único.

Frente a la imagen en vivo de la desgracia se vuelve a ser exacerbadamente único e irremediablemente común. Nada original podrá decirse. Nada que no haya dicho o pensado alguien más.

Tan necesario es empero hacerlo que al decirse algo, se vuelve ese algo que un ser único emite de una manera única. Entre aquel silencio y este decir, se construye la experiencia del compartir como un signo de época que la tecnología radicaliza.

Notre Dame de París
Foto: Fat Tire Tours.

Escribí estupefacto y movilizado frente a la pantalla en la que convergía un mundo horrorizado. Unas líneas en una de las plataformas que nos permiten dar testimonio, trazado a punta de lo inmediato, unas cuantas palabras en torno a lo que acontecía en París, sobre ese horizonte cuyo nombre sigue siendo uno de los arcanos mayores del vivir en esta era: “tiempo real”.

Símbolo de una fe milenaria, tanto como epicentro de una idea del mundo. NotreDame en llamas concita, en una sola imagen, la fragilidad de lo material, consumido por el fuego, la espesura de lo intangible, lo que reside en todas partes, en todos. Lo que queda; siempre.

Espacios de la congregación, arquitecturas de lo comunitario, de las comunidades, de lo compartido, por encima de la particularidad, del rito que no tiene tiempo, porque es el tiempo mismo. Las iglesias constatan la capacidad de lo humano para congregarse, para edificar, cual habitantes de lo edificado, la significación de lo simbólico.

Cual catedral magnificente medieval de naves que convergen, lo real, lo imaginario y lo simbólico, al modo de Lacan, se trenzan para dar cuenta de lo que ya no está pero permanece, de lo que siendo una ausencia es presencia permanente.

Sobre estos tres tiempos que toma forma el dibujo de lo que sucede. ¿Qué sería de nosotros si sólo tuviésemos lo real por asidero de vida? ¿Cuál sería nuestro destino si fuéramos seres sin capacidad de imaginar? ¿Cuán corta sería nuestra existencia, individual y compartida, sin el cobijo de lo simbólico cruzando, y uniendo, cada milenio andado?

Notre Dame, París

Vendrán las manos, el talento, los recursos, la unidad de un país cuya cultura, como cultura que no significa un poder sino un desear, un imaginar, un realizar. Vendrán y reconstruirán NotreDame, no nos quede duda.

Y cuando la reabran, replanteada arquitectónicamente o con una restauración idéntica a lo que había, estarán ahí, habrán permanecido los manglares de lo simbólico, esas raíces extensas que crecen y se alargan sumergidas en las aguas de lo temporal y contingente, de lo que transcurre.

Acordes para la memoria de la NotreDame real, de la imaginaria, de la simbólica, el aporte que la Iglesia católica ha legado al mundo del arte a través de la música sacra.

La música para la NotreDame de las piedras verdaderas, la de las resonancias del imaginario, las significaciones no tangibles de su existencia.

En esa semana mayor, la más importante para el culto católico algo se ha ido con el incendio de NotreDame, mucho ha quedado.

Música para la sacra semana en que quizá la catedral más conocida después de San Pedro en Roma ha resistido y permanecido.

Breve repasado al grueso legajo de música sacra especialmente compartida para estos días en que todo llama a guardarse de creer que las cosas, las valiosas, quiero decir, de verdad pertenecen al orden de lo que se va.

Jueves santo: La pasión según San Mateo, Johann Sebastian Bach; La Pasión según San Marcos, Lorenzo Perosi; Oratorio de Jesús en el Monte de los olivos; Ludwig van Beethoven.

Viernes santo: Las siete últimas palabras de Cristo, J. Haydn; Las siete últimas palabras de Cristo desde la cruz, H. Shütz; Stabat Mater, G. Pergolesi; Stabat Mater, G. Rossini, Stabat Mater, J. Hydn; Stabat Mater, Palestrina; Stabat Mater, Vivaldi.

Sábado de gloria: Réquiem, W. A. Mozart; Réquiem, J. Gilles; Réquiem para voces masculinas y órgano, L. Perosi; Sinfonía del Santo sepulcro, A. Vivaldi; Cuarteto para el final de los tiempos, O. Messiaen. La Misa Solemne, Beethoven (Benedectus); Missa Salburguensis, H. I. Biber.

De jueves a domingo el tiempo vuelve, cada uno, cada una, NotreDame en la memoria, el estupor compartido, el futuro imaginado, también.

Música eterna para la NotreDame eterna.

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