Cortés y sus huesos rodantes

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Como sabemos, a finales de enero hace quinientos años (1519), llegó por estas tierras el ambicioso, donjuanazo, el gran rezador que leía y escribía bien el latín, el maquiavélico y aventurero Hernán Cortés de Monroy Pizarro Altamirano, quien adoraba que nada más le dijeran Cortés, como a César, Aníbal, Pompeyo o Alejandro. “Como casi todos los mortales, Hernán Cortés fue un tejido contradictorio de bienes y de males, de actos justos e injustos, de grandezas y de miserias, de valentía y de crueldad, de nobleza y de crímenes. Fue, además, una personalidad sorprendente. Por todo ello, Cortés nos interesa siempre de manera extremosa, para exaltarlo o para detestarlo”, comenta el historiador José Luis Martínez, en una de las mejores biografías sobre el conquistador, Hernán Cortés (1990, FCE). Lo cierto es que se nos ha enseñado por generaciones, a ensañarnos con el de Extremadura y sus compatriotas, así como es increíble que todavía existan ciertas rencillas contra los tlaxcaltecas por haber ayudado a Cortés.

Sería hasta 1931 que un inmigrante español quiso romper el “maleficio cortesiano” mandando a hacer una escultura ecuestre en bronce del conquistador. El empresario millonario y filántropo Manuel Suárez y Suárez, entonces dueño del fenomenal Hotel Casino de la Selva, en Cuernavaca (él quien mandó a construir el Polyforum Cultural Siqueiros), comisionó al artista Sebastián Aparicio, refugiado español, para fundir la escultura ecuestre de Cortés de dos metros de altura que colocó dentro de su hotel por muchos años, hasta que la familia la vendió hacia 1995 para ser puesta en exhibición en una glorieta de la misma ciudad. Por supuesto los sentimientos encontrados no se hicieron esperar y la estatua de Cortés fue severamente maltratada, hasta que las autoridades decidieron quitarla y meterla en un taller mecánico municipal.

Monumento al Mestizaje.
Monumento al Mestizaje (Fotografía: Wikipedia).

En la Ciudad de México, sólo hasta 1982, se mandó a poner una estatua del “Gran Capitán”. Esto en el un tanto escondido jardín Xicoténcatl, por los rumbos del convento de Churubusco, Coyoacán. Se llama Monumento al Mestizaje, porque aparecen junto a Cortés, La Malinche y el hijo de ambos. Uno de sus creadores, el escultor Julián Martínez (quien hizo la monumental escultura de Zapata a caballo en el Paseo Tollocan, en Toluca –setenta toneladas y diez metros de altura–), tomó como modelo para Cortés al actor Germán Robles, histrión de la época de oro de nuestro cine, famoso por salir siempre de vampiro, era el colmilludo chupasangre más querido de México. De esa manera queda para la posteridad el Cortés más entelerido en la historia de las artes plásticas (por lo menos se ahorró en bronce).

Un año antes, en 1981, el entonces presidente José López Portillo se atrevió a develar un busto de Hernán Cortés en la inauguración de los trabajos de rehabilitación del Hospital de Jesús. El escándalo no se hizo esperar y las rabietas de la élite revolucionaria se pusieron de a peso. El busto del conquistador era una copia del elaborado por el insigne maestro Manuel Tolsá, a finales del siglo XVIII. El original se puede ver en el museo de la Villa Pignatelli, en Nápoles, Italia, y su historia es peculiar: en aquel tiempo el virrey Conde de Revillagigedo decidió cambiar los restos de Cortés al templo del Hospital de Jesús (calle 20 de Noviembre). Se dice que Moctezuma y Cortés se vieron ahí por primera vez, y después el conquistador fundó el primer hospital del continente. Para esto, el virrey pidió permiso al entonces único descendiente directo de Cortés, el Duque de Monteleone y Terranova, vecino de Palermo, Italia. Éste no sólo dio su consentimiento, sino que mandó dos proyectos de artistas italianos para hacer un mausoleo digno. Se escogió uno de los diseños, mismo que realizó el arquitecto José del Mazo (arquitecto de la famosa Alhóndiga de Granaditas). El busto se le encargó a Manuel Tolsá, recién llegado a México como Director de Escultura de la Academia de San Carlos: “Si el proyecto arquitectónico fue de un italiano, el retrato tuvo que ser inspiración personal –aunque no original– de Tolsá, pues no es creíble que desde Sicilia le enviaran un dibujo de alguien que no tenía antecedentes iconográficos en Palermo. Fue ésta la primera obra que hizo Tolsá en México, pues llegó al país a fines de 1791 y la colocación del busto fue a mediados de 1794. El busto es de bronce dorado y debió llevarle varios meses de trabajo. Con este retrato se consagró Tolsá como escultor y empezó a volar su fama, que llegó a la cumbre con El Caballito”, dice el historiador y escritor Francisco de la Maza.

Exhumación de Hernán Cortés.
“El profesor Carreño lee el dictamen sobre los restos… ‘y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera’…” (Fotografía: Acervo de la Fonoteca Nacional-INAH).

Ahora bien, quienes no se la pasaron bien por cientos de años fueron los huesos de Hernán Cortés, que desde su muerte estuvieron como los Rolling Stones: rodando y rodando. El que fuera primer marqués del Valle de Oaxaca, murió a los sesenta y dos años, en 1547. Él mismo planeó su funeral y dejó escrito en su testamento que sus restos fueran trasladados a un monasterio que mandó a construir en Coyoacán. Como murió en Sevilla, España, tuvo que esperar quince años para que se cumpliera su deseo de ser llevado a la Nueva España. A su llegada el monasterio que había pagado no existía: alguien se había robado el doblón. Entonces se decidió enterrarlo en la iglesia de San Francisco, en Texcoco, donde se supone están enterradas su madre y una de sus hijas.

En Texcoco los huesos del extremeño echaron siesta por sesenta y tres años, hasta que en 1629 murió su último descendiente por línea masculina, Pedro Cortés de Arellano. Este retoño, que vivía en España, era sacerdote jesuita. Pero una vez que le regresaron el título de cuarto marqués del Valle de Oaxaca, aventó lejos la sotana, se casó y se vino a estas tierras a descocarse. Nunca tuvo descendencia, por lo que el marquesado pasó a su hermana Juana.

Exhumación de Hernán Cortés.
Exhumación de los restos de Hernán Cortés (Fotografía: Acervo de la Fonoteca Nacional-INAH).

Muerto Pedro Cortés, los prelados entraron en barrocas discusiones, hasta acordar reubicar fémures y cráneos, tanto del nieto como del abuelo, en la bonita iglesia de los franciscanos, en Coyoacán. Lo que quedaba de Cortés se metió en una urna detrás de la pared del sagrario. Pues nada más pasaron ciento sesenta y cinco años y, ¡otra vez la burra al trigo!: “Se sacó la urna de madera dorada y cristales, con cuatro asas de plata, y que tenía en la cabecera pintadas las armas del marqués. Dentro de la urna se hallaron los huesos envueltos en una sábana, bordada de seda negra y con encaje. El cráneo estaba en un pañuelo de la misma tela con encaje blanco en la orilla”, apunta el investigador Xavier López Medellín. Fue cuando la osamenta se llevó al famoso Hospital de Jesús, fundado por Cortés.

Como bien dicen “no hay paz para el malvado”. Tras la guerra de Independencia se vino una tremenda ola de odio contra todo lo que oliera a español. En 1823 el entonces político, ministro de Asuntos Exteriores y escritor Lucas Alamán, temiendo que los huesos del “Gran Capitán” –como también le gustaba que le dijeran–, terminaran en manos de los profanadores que querían quemarlos en la plaza de San Lázaro, se le ocurrió un plan, del que López Medellín dice: “La noche del 15 de septiembre de 1823 extrajeron los huesos de su mausoleo, y los colocaron bajo la tarima del hospital de Jesús. El mausoleo fue desmantelado y el busto y armas de bronce dorado se remitieron a Palermo, con el Duque de Terranova. Con este traslado se hizo creer que los huesos ya no estaban en México. Bajo esta tarima se resguardaron los huesos de Cortés durante trece años”.

De la tarima lo pasaron a un nicho “en el muro del lado del Evangelio”, esto en 1836. Como cerraron el hoyo sin ningún tipo de seña, los huesos del tremendo conquistador quedaron prácticamente en el olvido por más de ciento diez años, aunque el pilluelo de Alamán, en secreto, dio a la embajada de España un papel con la locación del esqueleto: “El documento, lejos de ver la luz, recibió tratamiento de secreto. Dio igual que el embajador fuese conservador, liberal o republicano: de un siglo a otro, el papel nunca salió de la caja fuerte diplomática”.

Exhumación de Hernán Cortés.
“La conducción de la urna al nicho… en el muro del lado del Evangelio, a 2.50 del suelo…” (Fotografía: Acervo de la Fonoteca Nacional-INAH).

Por fin se dio a conocer el documento en 1946. Investigadores del Colegio de México se dieron a la tarea de localizar la urna: “El domingo 24 de noviembre comenzó la excavación en el lugar del muro contiguo al altar mayor que señalaba el documento. Dos horas después, descubrieron una gran losa que ocultaba la bóveda con la urna. Finalmente, con un golpe de barrena, la urna con el terciopelo bordado en oro quedó al descubierto. La noche siguiente se hizo público el hallazgo, y se quitó la urna y el forro de terciopelo, la primera cubierta de plomo y la caja de madera. Entonces apareció una urna de cristal y se vieron los envoltorios de los huesos”.

Verificada científicamente la autenticidad de la osamenta, la urna se volvió a enterrar y se puso sobre el muro de la iglesia una placa de bronce, que sólo dice:

HERNÁN CORTÉS
(1485-1547)

Desde entonces ahí están los huesos de quien, nos guste o no, no sólo cambió el destino de lo que se convirtió en nuestro país, sino que cambió el mundo.

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LUIS ENRIQUE AVILA GUZMAN

Gracias Gerardo. Me imopresiona como pueden seguir la pista hasta de los huesos de los famosos por mas de 5 siglos. Un abrazo.

Gerardo Australia

Toda la razón, mi Luis Enrique!!!…, pero al parecer ya no andan rodando!
Mil gracias por leer y tomarte el tiempo de escribirme, un gran abrazo

Gerado A. Brabata Pintado

Querido tocayo, como siempre, excelente, interesante, con el debido humor “chilangomonster”y ahora sobre un personaje tan controvertido, como el tal Cortes, cuyo nombre, jamás le hizo fama, je je.Te confieso que siempre me ha costado verle lo positivo que haya tenido: Me gana la pasión y mi exacerbado nacionalismo, pero acaso por mi ultimo “camino”, he aprendido a preferenciar lo positivo de la conquista: el uso de la lengua castellana, lo que no le quita lo gran “hideputa” que fué, lo que tampoco le quita su importancia, En fin me gustó y mucho el artículo. Un abrazo y “ahí queda eso” Tu tío que te quiere. Así se despedían mi papá y un su amigo.

Gerardo Australia

¡Ah, don Gerardo!, de veras aprecio muchísimo que se tome el tiempo de leerme y escribirme su gran, gran comentario, que como siempre deja un muy buen sabor tropical….”Ahí queda eso!” es un excelente grito de batalla!…mil gracias por compartir!
Un cariñoso abrazo de regreso

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