¿De verdad sirven las Cumbres de alto nivel?

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El contacto personal entre gobernantes de Estados influyentes y poderosos en el tablero global, ha sido necesario en momentos clave de las relaciones internacionales, y aunque ha sido poco frecuente, siempre genera expectativas geopolíticas internacionales. Mirarse a los ojos, expresar sin intermediarios ultimátums, planes o ¿por qué no?, estrechar la mano del adversario, contribuye a resolver conflictos o profundizar diferencias. Esos encuentros son la diplomacia personal de Jefes de Estado y de gobierno que, así como impresiona a sus conciudadanos, muchas veces cautiva al público del exterior. ¡Vamos, es de buen ver dejarse ver!

Hace unas horas, los representantes de la política exterior de Estados Unidos y Rusia han dialogado en otra semi-Cumbre en Sochi. Han abordado prácticamente toda la agenda global: control de armas, conflicto en Siria, política hacia Irán, Venezuela y guerra comercial con China. Al salir de la cita, el canciller ruso Serguéi Lavrov mostraba su gran capacidad por lograr restablecer los canales de diálogo entre su gobierno y el de Estados Unidos.

Es obvio que en esas “reuniones de alto nivel” de antemano se afinan propuestas y compromisos. En ese contacto directo, los dirigentes políticos avanzan nuevas ideas y ¡claro! envían mensajes a terceros Estados. Y aunque en las Cumbres se presume de la buena marcha en la relación de los protagonistas, la cobertura de los miles de periodistas no logra traspasar la barrera del secreto formal de las mismas.

Cumbre EU y Rusia
Mike Pompeo (izaquierda) y Serguéi Lavrov (derecha) en la Cumbre de Sochi, 2019.

¿Cuál fue la primera Cumbre? Pienso en el encuentro de León I ‘el Magno’ con Atila ‘el Huno’ en el año 452. Tras ese diálogo, secreto hasta ahora, el Papa lograba que los hunos se retiraran del río Mincio, próximo a Mantua, y desactivaba la inmiente acometida de esas huestes, ya dueñas del norte italiano, contra Roma de donde había huído el emperador Valentiniano. Ése sería el primer tratado de paz del Imperio Romano y consolidaría el poder de la Iglesia. ¡Visión geopolítica del toscano León I!

Versalles, en 1919, sería la primera cumbre según George F. Will; otros, atribuyen al primer ministro británico, Winston Churchill, la autoría del término y lo refieren a la Cumbre de Yalta, en febrero de 1945.  Los tres grandes jugadores globales de entonces: Iósif Stalin, presidente de la Rusia Soviética, Franklin D. Roosevelt, de Estados Unidos, y el propio Churchill, modelarían al mundo de la posguerra en general y la forma que asumiría Europa en particular.

Desde entonces, las Cumbres se asociarían con el diálogo Washington-Moscú; aunque la pionera no fue feliz. En 1961 John F. Kennedy y el primer ministro soviético Nikita Jrushchov dialogaban en Viena; definían quiénes controlarían Berlín. El estadounidense consideró “hostil” el encuentro y se sintió superado por su interlocutor: “fue lo peor de mi vida. Me atacó salvajemente”, declaraba a The New York Times.

Richard Nixon pensó que le iría mejor con Leonid Brézhnev en la Cumbre de Moscú de 1972. Y así sucedió, pues firmaría el histórico tratado de armas que limitaba los arsenales nucleares de ambos. Dos años después en Vladivostok, Gerald Ford y Brézhnev iniciaban una cálida relación por su mutua afición al futbol. Las armas nucleares serían la prioridad en las Cumbres entre Reagan y Mijaíl Gorbachov (Reikiavik, 1987 y Washington) y firmaron el Tratado sobre Misiles de Alcance Medio (el mismo del que Donald John Trump se retiró hace unas semanas).

Kennedy con Kruschev
John F. Kennedy (derecha) con Nikita Jrushchov (izquierda) en la Cumbre de Vienna, 1961.

Un éxito fue el fin de la Guerra Fría, fraguada en las siete ocasiones que dialogaron George H.W. Bush y Gorbachov, algunas sin sus respectivos equipos por su confianza mutua. En contraste, no hubo química entre William Clinton y el presidente de la Federación de Rusia, Borís Yeltsin. Era 1997 y en Helsinki se abordaría la caída de la URSS y la expansión al oriente de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Y en 2001 George Walker Bush afirmaba que había “vislumbrado el alma” de Vladímir Putin, sucesor de Yeltsin, tras la Cumbre en Liubliana. ¿La razón? El respaldo del ruso a la guerra antiterrorista, pero la relación se enfriaría por Irak y Georgia. En cambio, los encuentros entre Obama y Putin se consideraron siempre ‘incómodos’. Ejemplo de esa falta de coincidencias es el caso del ‘Reset’ (profundizó la diferencia entre Hillary Clinton y el canciller ruso Serguéi Lavrov), cuando el traductor escribió ‘sobrecarga’ en lugar de ‘reinicio’. La efervescencia política en Estados Unidos post-2016 ha alimentado la narrativa de la complicidad TrumpPutin. En la Cumbre del G20 en Hamburgo, al hablar personalmente con Putin, el estadounidense volvería a escandalizar a compatriotas y críticos.

Las Cumbres también tienen anécdotas. Una es la asociación personal y estratégica entre Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher, que intentaba proyectar el feeling que mantuvieron Churchill y Roosevelt. Otra data de 2003, cuando el periodista de la BBC, Mark Doyle, reseñaba así la Cumbre entre Jacques Chirac y Jefes de Estado africanos “Éstos recibieron tres besos –al estilo francés– del europeo. Los presidentes de África occidental, Senegal y Ghana –más cercanos al francés‒ recibieron cuatro besos cada uno”.

La Cumbre Iberoamericana de Guadalajara, en julio de 1991, era la primera ocasión que la diplomacia regional decidía verse y dejarse ver. Desde entonces, se proyectarían actores emergentes (intelectuales, analistas, periodistas de investigación) que postularían el “anticumbrismo”.

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