Las profecías de Nostradamus y la crisis económica en marcha

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Las profecías de Nostradamus y la crisis económica en marcha

Desde hace un poco más de un año, he tenido oportunidad de escribir en el Semanario, Sin Límites. Básicamente mi colaboración se inició a raíz del segundo rescate económico griego por parte de la Unión Europea como medida urgente para salvar al Euro. En ese entonces y ante las medidas anunciadas para tal fin, intitulé mi artículo sobre la materia como “Y el Mundo Cambió”. El título, en esencia, trató de reflejar el cambio de paradigma que hasta entonces había estado vigente para tratar los problemas económicos del país helénico y que había antes sido aplicado para Portugal e Irlanda.

El cambio de paradigma esencialmente radicaba en la necesidad de que la economía griega creciera para enfrentar el pago de su deuda y que las autoridades comunitarias europeas asumieran el compromiso financiero para sostener a Grecia dentro de la Zona Euro (ZE). Sin embargo, en los hechos las acciones anunciadas o no se aplicaron o se aplicaron con un gran retraso extendiendo la crisis griega a otros países, haciendo que las autoridades de la UE perdieran su capital político, como lo enfaticé en su momento en un artículo que abordó esa temática. De entonces a la fecha, mucha agua ha pasado por debajo del puente, en tanto la economía europea ha ido marchando adversamente, como se fue previendo con regularidad desde la Revista Semanal de este diario.

En ese contexto, y sin pecar de arrogante en una profesión señalada como “triste”, vale la pena hacer un breve repaso de las observaciones, previsiones y comentarios hechos sobre la crisis europea realizados en el Semanario, sin actitud alguna cercana a las apocalípticas profecías de Nostradamus. Especialmente luego de que ha sido reconocido que la crisis parece agravarse y que, como olas en un pequeño estanque perturbado por una piedra, ha ido afectando a otros lares, hasta alcanzar a las economías emergentes que se asumían blindadas a cualquier disturbio económico y financiero internacional. Economías que también enfrentan de sí problemas internos, algunos parecidos a los que antecedieron a la actual crisis evidente a fines de 2007, tanto en materia hipotecaria, como de endeudamientos públicos y privados.

El origen de la crisis fue un desbalance económico manifiesto en las cuentas económicas nacionales de los Estados Unidos (EU), que llamó la tención de Paul Volcker, Ex-Presidente de la Reserva Federal (FED) en 2004, al señalar que la economía norteamericana caminaba sobre una capa de hielo sumamente delgado y lo que más le preocupaba era que parecía que nadie se daba cuenta. Ya para ese año, la economía estadounidense necesitaba la entrada de más de 1,000 millones de dólares diarios para funcionar, por lo que el déficit en cuenta corriente y deuda nacional crecía en más de 300,000 millones dólares anualmente. De esta manera, las economías emergentes, especialmente China, Corea y la India, fueron abultando sus reservas en dólares.

La razón de tal desbalance internacional era un exceso de gasto de EU que se expresaba en sus importaciones y en la disponibilidad de fondos para préstamos financiados con el ahorro de otros países. A tal situación se agregó el creciente déficit fiscal del gobierno federal que incrementó las necesidades de recursos externos. Destaca el hecho de parte de ese ahorro externo fue canalizado al sector hipotecario. Para explicar la mecánica de los encadenamientos y contagios generados por el estallido de la burbuja hipotecaria, recientemente se ha señalado que los flujos financieros privados partieron esencialmente de Europa, soportados con instrumentos sintéticos y las inversiones de los países emergentes fueron realizadas con la compra de deuda pública norteamericana, amén de las exportaciones al mercado de EU.

En cualquiera de los casos, Ben Bernanke, hoy titular de la FED, desestimó en ese entonces el desbalance norteamericano bajo el argumento que el exceso de ahorro de otros países consideraba a EU como zona segura. Como si el efecto fuera causa. Sin embargo, a la postre EU no tan sólo resultó una zona insegura, sino que vía la creatividad financiera y la falta de trasparencia, su riesgo resultó exponenciado a escala global, convirtiéndose una riesgo sistémico para el sistema financiero mundial. Una vez desatada la previsión del efecto financiero del desbalance económico pocas instituciones financieras quedaron a salvo del llamado riesgo sistémico que es esencialmente el riesgo de contagio.

El desbalance internacional también estuvo presente en los casos europeos, especialmente en Irlanda, Portugal, España e Italia. Así, España, hoy dolor de cabeza agudo para el mundo, sin tener mayor déficit fiscal y elevada deuda pública presentaba desde mediados de la década un déficit elevado en su cuenta corriente. Es decir, los consumos y las inversiones españolas también eran financiados con ahorros externos. Tales hechos hoy se obscurecen por la llamada crisis del ladrillo y su efecto sobre la sanidad bancaria, pero buena parte de las hipotecas, el consumo y la inversión fue financiada externamente. Además, una proporción relevante del desbalance económico se dio entre los propios países europeos, especialmente Alemania, que resultó la gran beneficiaria de los excesos de consumos e inversiones de otros países de la ZU, por la vía de sus exportaciones y movimientos de capital.

Ante las consecuencias de la crisis, EU actuó rápidamente para sanear sus instituciones financieras, apoyar empresas relevantes y activar el empleo y la producción. Aunque se juzga que las acciones del gobierno norteamericano no dieron los resultados esperados, el hecho es que el desempleo fue parcialmente abatido y se previno una nueva recesión. Sin embargo, a la fecha, como se enfatizó en su momento, es posible afirmar que la economía de EU vive una depresión económica que puede ser identificada, de acuerdo a Keynes, como el estado crónico de actividad económica inferior al normal, que se refleja en este caso en la falta de puestos de trabajo.

Obviamente, la situación actual también es el resultado de una visión obcecada y una actitud política inflexible por parte del Partido Republicano que ha impedido alentar la recuperación de la economía por la vía del gasto público, para prevenir un mayor déficit fiscal y mayor deuda pública. Que no acepta la evidencia que el mayor gasto puede alentar también un incremento en la recaudación fiscal por el mayor crecimiento económico, por lo que la deuda pueda terminan financiando su propia amortización. Bien se ha dicho que la austeridad debe ser en épocas de auge no de contracción económica.

En el caso de Europa, en especial los países rescatados o intervenidos, después de las acciones emergentes en el Reino Unido, al inicio de la crisis, poco se ha hecho para atacar las causas de los desbalances y equivocadamente se han instrumentado las medidas de saneamiento financiero. No asumir la garantía comunitariamente de las deudas soberanas de los países en crisis ha elevado las primas de riesgos, imponiendo mayores costos para el financiamiento y aumentado el monto de la deuda pública. Las medidas de austeridad para supuestamente sanear las finanzas públicas han desatado una carrera sin fin de menor gasto-menor actividad económica-menor recaudación-más austeridad, para volver a iniciar el esfuerzo eterno del ratón corriendo en la rueda sellada del laboratorio.

El haber financiado a los bancos privados para que compraran deuda soberana, con diferenciales de tasas de 400 puntos base, terminó artificialmente inflando las “ganancias” de los bancos, en lugar de adquirir directamente la deuda por parte de algún instrumento comunitario para abatir su costo financiero. Esto ha resultado casi como auto-prestarse caro, para terminar creando un Frankeinsten financiero que ahora gobierna al propio mundo que los europeos crearon para su beneficio.

En este interminable proceso de vueltas circulares, el reputar la inyección de capital a los bancos españoles como deuda pública ha terminado por plantear un escenario de mayor deuda pública y de un nuevo ajuste fiscal que casi se antoja imposible, antes de desembocar en una irrupción social y de fractura institucional. Lo que antes se antojaba viable ha comenzado a reconocerse como inviable. Todo indica que comienza a vislumbrase el fin por todos tan temido, pero lógicamente esperable conforme se fue actuando más bajo el dogma, que bajo el conocimiento, más sobre el interés político, ciego e individual, que el interés general.

Hoy casi pocos se acuerdan que Grecia, además de cocinar sus cuentas nacionales, era inviable que solventara los costos que le impusieron por permanecer en la ZE. Hoy parece que pocos reparan que las deudas de las regiones autonómicas ocultaban una mayor deuda nacional de España. Hoy casi nadie considera que el acuerdo de Basilea II sorprendentemente consideró que los grandes bancos pudieran autocalificarse, o que las pruebas bancarias de resistencia financiera a eventos adversos del año pasado no demostraron mayores problemas potenciales para los grandes bancos. Aún así, la solución a la secuela de los productos sintéticos, del cocinamiento de la tasa de interés de referencia internacional LIBOR, el lavado de dinero o la aplicación de las recomendaciones de separar la banca de inversión de la banca comercial sólo puede ser el inicio de las reformas para atacar el problema económico real: ¿Cómo crecer y crecer productivamente?

Se sigue tratando inútilmente de solucionar una crisis por sus efectos y consecuencias financieras, sin aceptar que se han desperdiciado absurdamente enormes recursos públicos y privados en su fallida solución y sin considerar que la economía real, el empleo y la producción, es lo que genera riqueza y bienestar. Países como Portugal, España, Italia, no pueden crecer al tipo de cambio que les ha impuesto el Euro, ni pueden pagar las deudas públicas de las ayudas financieras otorgadas al sector financiero; mucho menos pueden sanear sus haciendas públicas sin crecer y pagar tasas de interés sobre instrumentos formalmente sin riesgo, que las definen terceros. Frente al innegable hecho de que esas economías tienen una capacidad productiva de bienes y servicios ociosa, pero que carecen de suficiente demanda interna para echarla andar.

Los gobiernos normalmente entienden tarde las causas y orígenes de los problemas económicos, pero muy tarde atienden los reclamos de sus pueblos. En tanto la crisis siga su inefable marcha, estemos atentos a lo propio, a la clase política imperante y a nuestra bella y endeudada provincia, antes de que enfrentemos el tsunami que ya vemos venir. Aceptemos que en la economía, como en la biología, no hay generación espontánea, que los problemas económicos se van gestando y que Nostradamus ha resultado entretenido por la interpretación de sus profecías, más que por lo acertado de las mismas. Hagamos votos por que nuestros comentaristas y profesionales en materia económica regresan a lo básico de la ciencia, antes de emprender altos vuelos sobre un sistema económico que sólo existe en la mente de unos cuantos. Espero que ante tanta reiteración de la crisis y la supuesta isla en la que vivimos, podamos ir volviendo editorialmente nuestras miradas a lo próximo, en lo físico y en el tiempo, y que a futuro no tengamos que hacer un repaso de nuestras propias penurias.

 
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