La planificación puede ser una nueva forma del pecado de soberbia.
Jacques Maritain, filósofo francés.
Es ampliamente conocido, comentado y criticado que México enfrenta múltiples obstáculos para avanzar. También se dice que planes no faltan, sean de carácter puramente político, o sazonados con elementos económicos y sociales (desde López Portillo hasta Peña Nieto). En el sexenio de Miguel de la Madrid, se empujaron los cambios constitucionales que introdujeron el capítulo económico en nuestra carta magna, basándose en la ingente necesidad de planear para desarrollar al país. Así nació el Plan Nacional de Desarrollo (PND), seguido de la Ley de Planeación, de observancia obligada para los tres ámbitos de gobierno y los poderes públicos, y voluntaria para el resto de los sectores sociales.
Por mandato constitucional se han sucedido seis planes que corresponden a otras tantas administraciones: 36 años de responsabilidad institucional –que independientemente de sus aciertos–, se han traducido en mayor desigualdad y pobreza, en deterioro del medio ambiente; en graves problemas de convivencia, particularmente por la violencia que nos rodea causados por la corrupción y la impunidad.
El problema es que la planeación se ha concebido parcialmente, desvinculada de la dirección y divorciada del control. En lugar de fortalecer este triángulo virtuoso, integrado por estas tres funciones básicas de la Administración Pública, nuestros líderes, inconsciente o propositivamente, las han lanzado por tres veredas distintas cuyo resultado ha oscilado entre lo malo y lo catastrófico.
La redacción legislativa, con todo y lo inteligente de su tejido, no responde al fondo de los problemas. El PND muchas veces se interpreta a manera de una guía aspiracional a un cambio cualitativo de la sociedad mexicana; efectivamente se cumple en la forma normalmente con gran puntualidad. Con el paso de los días la sustancia se relativiza.
Consecuentemente, la dirección, en ausencia de planes realistas, se manifiesta errática, reactiva, ocurrente e indisciplinada; eso sí, se envuelve en una tenue voluntad de transparencia y rendición de cuentas. Naturalmente los controles se multiplican al haber sido establecidos con tal ambigüedad que termina por alimentar la simulación y fomentar la impunidad.
El control que se practica en solitario, no trasciende lo operativo, reactivo, burocrático y sancionador; sus efectos han sido y son débiles para mejorar el desempeño institucional. Los esfuerzos que están en marcha tienen el mérito de la coordinación y cooperación para asumir las nuevas responsabilidades del Gobierno.
La iniciativa del PND de AMLO, al aplicarse tiene la oportunidad de corregir las grandes fallas que ha tenido este ejercicio en el pasado. Hoy enfrenta el reto de realizar los objetivos de la cuarta transformación; dotarlos de congruencia con la Política Gubernamental, de consistencia con la realidad que pretende convertir en bienestar y de permanencia para configurar un futuro con mayor calidad de vida para todos los mexicanos. En esta tarea la redacción del nuevo PND exige deconstruir lo obsoleto; echarlo abajo; reconstruir lo útil y edificar lo nuevo, sobre el tapete de una realidad compleja.
La planeación del desarrollo establece la ruta y se sirve de instrumentos técnicos ya muy conocidos que delimitan el mapa. Me refiero a las metas, lugares, actores, tiempos y el cálculo de los recursos; los ingresos y egresos, entre otras herramientas. Lo importante es el contenido, aquello que define el quehacer cotidiano y extraordinario. Ello le permite al liderazgo definir las formas más idóneas y adecuadas para mantenerse en la línea de la transformación.
Si esta planeación resulta ser realmente incluyente y desde luego pertinente, producto de un verdadero consenso, el ejercicio de la autoridad estará orientado por las cualidades de la dirección, capaz de sujetar al liderazgo a la legalidad y la búsqueda de la justicia; a la honestidad, la eficacia y por supuesto a la eficiencia. Conducir, esto es, gobernar, exige firmeza en el timón, constancia, realismo, reconocer errores y fallas, rectificar malas acciones y ratificar las buenas decisiones. Si el plan es robusto, el piloto podrá evitar los mareos y desvíos; mantendrá el rumbo.
Los clásicos de la Administración Pública postulan que el mejor control radica en un plan realizable, con claridad de distinguir entre lo deseable y lo posible. No les falta razón ya que al Gobierno brinda pautas para ordenar, jerarquizar o establecer prioridades, identificar lo relevante sin descuidar lo accesorio; actuar con buen juicio, con severidad administrativa y judicial.
Estamos conscientes de que es posible desagregar el Plan Nacional de Desarrollo en distintos programas: generales, institucionales, territoriales y especiales. Encajar el Plan al momento actual, merece definir los compromisos sociales específicos bajo el paraguas del PND. Éste es necesariamente multianual y puede rebasar los seis años de Gobierno si está bien anclado, argumentado y sustanciado.
El desarrollo, para serlo, ha de ser integral, por eso el PND ha de obedecer a la condición de cubrir los aspectos involucrados. De otra manera, si resulta fragmentado probablemente mejorará las condiciones de zonas y grupos poblacionales, ancestralmente olvidadas, o bien, se enfocará a estabilizar a las clases medias crecientes en los centros urbanos de nuestro país. Sin embargo, estamos obligados a realizar un esfuerzo uniforme y equitativo.
El PND, es lo que es, ni más ni menos. Se trata de un medio para alcanzar el fin de ascender en la vida individual y social mediante la organización de un esfuerzo colectivo, convencidos en lo personal y por todos anhelado: un desarrollo integral sin manipulaciones ni dogmas, libre, independiente y soberano.
Un gusto volver a leer sus reflexiones, siempre se aprenden de ellas
excelente artículo que nos invita a reflexionar lo importante del PND y al volver a leerlo felicitaciones