Para empezar a comprender el anclaje somático de la autoconciencia y la identidad personal será importante esclarecer dos términos técnicos: somestesia y somatognosia. Las dos palabras contienen la raíz soma, que en griego significa “cuerpo”; la primera adopta aisthesia, que significa “sensación”, en tanto la segunda suplementa gnosia, que implica “conocer.” De esta forma, la somestesia indica la sensación del propio cuerpo y la somatognosia el conocimiento del propio cuerpo. Exploraremos la somestesia como el conjunto de sistemas sensoriales del propio cuerpo y que comprende el tacto y presión sobre la piel, la sensación de temperatura, la del dolor y las propiamente llamadas propiocepción e interocepción. En el presente y el siguiente capítulo revisaremos a estas dos últimas corporalidades.
Aparte de los cinco sentidos clásicos, todas las criaturas dotadas de cerebro poseen un sentido de su cuerpo que se origina en señales que envían receptores especializados desde sus músculos, tendones y articulaciones. Estos receptores despachan información al cerebro sobre la posición, orientación y movimiento de las diferentes partes del cuerpo, la cual, junto a las otras sensaciones somáticas, adquiere sentido y significado como la percepción integrada del propio cuerpo. El término de propiocepción fue propuesto por el neurofisiólogo inglés y premio Nobel, Sir Charles Sherrington en su clásico The integrative action of the nervous system de 1906 para designar el tipo de percepción del propio cuerpo que se integra a partir de neuronas sensoriales situadas en sus músculos y articulaciones, llamadas en la neurofisiología “receptores” (del latín recipere, recibir).
Los receptores que sirven a la propiocepción se denominan propioceptores y son neuronas de varias especialidades. Los husos musculares se ubican en las fibras de los músculos que se mueven voluntariamente. Sherrington descubrió que son responsables de un reflejo que protege al músculo de un tirón brusco, pues cuando esto ocurre el músculo se contrae de manera automática y evita su lesión o desgarre. Tienen también una función oportuna durante el movimiento de tal suerte que, cuando el músculo se contrae, su descarga inhibe a la musculatura antagonista y estimula a la que coadyuva al movimiento efectuado para que este se realice de manera precisa y eficiente. En todo momento, el huso informa al Sistema Nervioso Central sobre el grado de estiramiento del músculo y de esta forma contribuye a la sensación de la posición del segmento corporal y a la percepción de la postura global del cuerpo. Otros propioceptores son los órganos tendinosos de Golgi situados en el segmento donde el músculo se convierte en los tendones que lo fijan a un hueso. Estos se activan cuando el individuo contrae voluntariamente ciertos músculos para moverse y automáticamente informan al cerebro sobre la ejecución motriz. Además, existen cuatro tipos de receptores estratégicamente situados en las cápsulas de las articulaciones que notifican al cerebro sobre su posición y su desplazamiento en el espacio. Finalmente, hay otros receptores situados en la cabeza que tienen un papel central en la conciencia corporal. Se trata de los receptores vestibulares ubicados en los tres canales semicirculares del oído interno, que informan sobre la posición y los movimientos de la cabeza en las tres dimensiones espaciales y en referencia a la gravedad terrestre. Son fundamentales para guardar el equilibrio y su disfunción se manifiesta como vértigo, esa ilusión rotativa que puede surgir cuando el individuo gira velozmente sobre su propio eje y que los derviches mevleví de Konya controlan para alcanzar estados especiales de conciencia desde los tiempos de su fundador Rumi en el siglo XIII.
Estas funciones ocurren usualmente sin necesidad de hacerse conscientes, pero junto a toda la información somestésica, construyen una representación tácita y sigilosa del propio cuerpo disponible para la conciencia. Es sencillo comprobar esto mediante un ejercicio simple: en este mismo momento y sin necesidad de usar la mirada, la lectora puede percibir la posición de su pie derecho. Así es posible darse cuenta no sólo de la situación del pie, sino de múltiples sensaciones provenientes de ésa y cualquier otra parte del cuerpo a la que se dirija la atención. De hecho, esta práctica deliberada y ordenada constituye un ejercicio de meditación Vipassana, propio del budismo Theravada, diseñado para acrecentar la autoconciencia.
La función general de los propioceptores es informar al cerebro sobre la posición de todas las partes de su cuerpo y modular los movimientos para conseguir la ejecución más eficiente de la conducta voluntaria. Intervienen en el ajuste del cuerpo a la gravedad del planeta mediante la manutención del equilibrio, en particular en el desplazamiento automático del individuo y su centro de gravedad hacia la postura y la situación de mayor apoyo posible. Otra función que coordina al cuerpo con circunstancias del entorno se refiere al sentido del ritmo, una capacidad para reproducir la fuerza y velocidad de los movimientos en el espacio-tiempo que es crucial en la danza y la música. La relación entre el sentido de la vista y el sentido vestibular juega un papel central en la percepción de la forma y el movimiento del propio cuerpo. Por otro lado, al observar el movimiento de cuerpos ajenos influye en la percepción del movimiento propio. Más aún: el cerebro humano procesa e integra todas las sensaciones provenientes del cuerpo en movimiento para construir un sentido cenestésico de la operación y velocidad de la acción, es decir, para construir y emplear un esquema dinámico del cuerpo. En los últimos lustros han tenido lugar importantes hallazgos de cómo acontece esta notable realización en el cerebro.
Existe evidencia de que el esquema del cuerpo involucra la actividad de la corteza motora primaria del cerebro situada en el lóbulo frontal y que hasta hace poco tiempo se consideraba exclusivamente motriz. Ahora bien, para consumar un modelo postural del cuerpo y lograr la asombrosa coordinación, adaptación y flexibilidad que despliega el movimiento humano, el esquema motor se integra con las sensaciones provenientes de brazos, piernas y cabeza, de tal forma que todas las señales de esas zonas convergen en las cortezas somato-sensoriales ubicadas en los lóbulos parietales. Es así que, por la actividad coordinada de los sistemas motores del lóbulo frontal, los sistemas somato-sensoriales del lóbulo parietal y las redes fronto-parietales que conectan a estos dos sistemas, el cerebro humano genera un modelo dinámico del cuerpo en movimiento que permite una regulación “en línea” o sobre la marcha de la postura y el movimiento. Dado que esta misma red se recluta cuando el sujeto identifica los rasgos de su propio cuerpo, se puede concluir que forma parte de los fundamentos neuronales de la auto-conciencia corporal.
El procesamiento conjunto de las señales provenientes de los propioceptores de los músculos, los tendones, las articulaciones, el aparato vestibular del oído interno y las sensaciones visuales integran la autoconciencia corporal, una representación espaciotemporal de la estructura y dinámica del propio cuerpo ubicado en su espacio peripersonal. La información propioceptiva en su conjunto se utiliza para articular tres sensaciones de alto nivel: el sentido de las proporciones del cuerpo, el sentido de tener un cuerpo y el sentido de estar en el cuerpo. En pocas palabras: las capacidades propioceptivas constituyen un anclaje fisiológico básico de la identidad corporal.