Además de sensaciones particulares de textura, forma, tamaño, peso, vibración o temperatura, el tacto contribuye a revelar los objetos que entran en contacto con la piel, en especial aquellos que el sujeto deliberadamente toca, palpa, explora, manipula. Muchas veces son objetos empleados para objetivos específicos, como la fabricación y el uso de aquellas herramientas que jugaron un papel esencial en la evolución de los homínidos y la conformación de nuestra especie. Otras veces el tacto constituye una forma de comunicación íntima entre personas y sus múltiples sensaciones, variedades y significados conforman una categoría de interacciones sociales que revisaremos en capítulos venideros dedicados a la alteridad. Además, el tacto en general, y el tocarse a sí mismo en particular, constituyen formas de conocer y reconocer el propio cuerpo y por ello son elementos de la autoconciencia corporal, como veremos ahora.
La percepción táctil, junto con la información propioceptiva proveniente de los músculos y articulaciones, viaja por los nervios y luego por vías específicas de la médula espinal hasta alcanzar la región llamada post-central o somatosensorial de la corteza cerebral situada en el lóbulo parietal. En esta región las partes del cuerpo están representadas en relación inversa y de cabeza: la parte izquierda del cuerpo está representada en el hemisferio derecho y la parte derecha del cuerpo en el hemisferio izquierdo, en tanto que ambas figuras funcionales están con la cabeza en la porción inferior de la circunvolución y los pies en la superior. Esta topología anatómica y funcional constituye una representación y proyección del cuerpo muy bien estudiada por los neurofisiólogos y ha sido denominada mapa somatotópico y con frecuencia homúnculo sensorial. Hemos visto que el término de homúnculo (literalmente “hombrecillo”) se había tomado para suponer que los procesos conscientes requieren a un yo interno haciendo el papel de observador de las actividades motoras, sensoriales y mentales. Si bien no se encuentra tal entidad en el cerebro, ciertamente existe este mapa u homúnculo sensorial del cuerpo que se complementa con el homúnculo motor localizado inmediatamente delante de este en el lóbulo frontal y es el comando de los movimientos voluntarios. Otros sitios cerebrales están involucrados en la representación del cuerpo. En particular, las funciones tanto motrices como sensoriales del cerebelo parecen tomar parte en el desarrollo de la auto-representación.
Las representaciones o mapas somatosensoriales primarios del cerebro son respuestas plásticas y dinámicas a la información proveniente de todo el cuerpo sobre postura movimiento y tacto. Algunos autores consideran que las sensaciones táctiles y otras formas de percepción somatosensorial se constituyen para el sujeto en cualidades conscientes (qualia) o sentimientos crudos de “esto es mío.” La cualidad propuesta no significaría que el objeto manipulado sea sentido como algo de mi pertenencia, sino que la parte del cuerpo empleada en esa manipulación se sienta implícita y directamente como una parte de mi cuerpo y de mí mismo. En vista de que otros pensadores han ofrecido argumentos en contra de que exista una cualidad consciente de pertenencia del cuerpo, un quale de posesión, parece factible que haya eventos donde las sensaciones de tacto brinden un sentido de posesión de partes del cuerpo, cuando otras no lo hacen. Posiblemente esto dependa del grado o del tipo de autoconciencia que muestre un sujeto durante una experiencia táctil. Lo que está cada vez más claro es que el sentido del tacto tiene una gran relevancia para integrar una impresión y una imagen del propio cuerpo.
En un artículo titulado “Desde los mapas, a la forma y al espacio” J. Medina y Branch Coslett, afirman que la integración de un esquema de su propio cuerpo humano entraña tres pasos progresivos. El primero consistiría en las sensaciones somáticas primarias de los estímulos sobre cierta superficie de la piel y que, dado que están organizadas de manera somatotópica en el cerebro, el sujeto no sólo percibe un objeto táctilmente, sino la parte de su cuerpo que lo toca. En segundo lugar, esta representación primaria se recompone en un mapa del tamaño y la estructura del cuerpo que denominan “forma corporal” y que corrige a la representación primaria de acuerdo con un esquema elaborado a largo plazo y almacenado en la memoria. Finalmente, un tercer estadio de representación integra la vista, la propiocepción y la información vestibular a la forma corporal para adquirir una representación de la configuración del cuerpo en el espacio y en el tiempo, representación que puede corresponder a la llamada “imagen corporal” y a la que dedicaré un capítulo próximo.
Pasemos ahora al tocarse a uno mismo, es decir, a toda actividad táctil dirigida al propio cuerpo y que tiene una larga raíz evolutiva a juzgar por el comportamiento de auto-aseo de muchas especies animales. Hace años estudiamos la estructura del auto-aseo en roedores de laboratorio para encontrar que la secuencia de actos de limpieza que ponen en contacto una parte aseadora del cuerpo con otra parte aseada, como manos-cara, boca-manos, boca-cola, etc., siguen una secuencia ordenada y pautada de posturas activas que semeja una sintaxis. Estas acciones en su conjunto se presentan en sesiones de auto-aseo que se reconocen en los pájaros al “bañarse” o en gatos domésticos al limpiarse. Esta actividad autodirigida no sólo mantiene la piel limpia de basura y parásitos, sino que proporciona información táctil y propioceptiva del propio cuerpo que en la mayoría de las especies primates se extiende al aseo de otros miembros de la tropa, una forma muy compleja de comunicación afiliativa o amistosa.
Otra conducta auto dirigida es la masturbación. Aunque se ha reportado en varias especies de primates y en algunos otros mamíferos, su incidencia es mucho mayor en los humanos, probablemente porque se asocia a deseos, memorias y fantasías eróticas. Los sexólogos actuales consideran que esta conducta contribuye a formar un mapa sensual del propio cuerpo y un catálogo de acciones placenteras que resultan de importancia para el desarrollo y la expresión de la sexualidad, el conjunto de percepciones multisensoriales y actos placenteros donde los implicados se acoplan de la manera más extensa.
En los humanos las acciones de un sujeto sobre su propio cuerpo se multiplican y cumplen no sólo funciones de higiene necesarias para el buen funcionamiento vital o funciones placenteras para el goce personal, sino se agrega una función de estética corporal de orígenes remotos, a juzgar por la aparición de cosméticos, tintes y afeites usados en el acicalado personal. El acicalado adquiere en los humanos una función social de importancia, pues consiste en el intento de proyectar una imagen corporal hacia los prójimos con el objeto de llamar la atención, seducir o generar admiración y con ello establecer una interacción efectiva y una relación ventajosa.
En todos estos casos, la experiencia táctil se asocia a otras facultades cognoscitivas de tal manera que el tacto influye y modula de manera dinámica y eficiente la representación estructural del propio cuerpo.