La relación México con Estados Unidos ha entrado, en los hechos y aceleradamente, en un claro proceso de Quid pro quo, alocución latina que significa “quid en lugar de quo”, la sustitución de una cosa por otra, es decir, “algo por algo”. Proceso que contraviene el marco de principios en los que se deben inscribir las relaciones internacionales y que degrada la soberanía nacional, violentando tratados internacionales. Mayormente ofende la dignidad entre pueblos hermanos y somete a México a externas desventuras y a tener presente sus mediatos olvidos.
Sorprendentemente, Estados Unidos aplica ya a México un trato como a cualquier otro país con el que tiene no sólo un déficit comercial significativo, sino una real rivalidad económica, tecnológica e ideológica. Pareciera que México se encuentra a miles de millas náuticas de California, Texas, Nuevo México, sólo por dar algunos ejemplos de estados vecinos de la Unión Americana.
México y Estados Unidos están vinculados por la historia, por sus padres fundadores y por las gestas heroicas de grandes hombres. Indefectiblemente las fronteras los unen, sus orígenes van juntos y hoy, de ambos lados de la frontera, están nacionales de unos y otros. Los amigos centroamericanos, de común origen y cultura que los mexicanos, razón aparente de la controversia migratoria, fueron separados artificialmente de México por la misma independencia, como otros por razones de apetitos territoriales quedaron allende la frontera del norte. México inexcusablemente ha aceptado siempre esta realidad. Una realidad de respeto y comprensión de las circunstancias históricas que han hecho vivir y convivir juntos a todos los vecinos.
Por ello, el “pro quo” que hoy pretende imponerse a México para mantener el respeto a la soberanía nacional, resulta inaceptable. Sería violar las normas mexicanas, pretendiendo mantener las normas norteamericanas impolutas, ante el rechazo de sus poderes legislativo y judicial. Por ello, si hay un cambio en México, legal, jurídico, constitucional, entonces debería haber el cambio correspondiente en Norteamérica para transitar hacia el nuevo paradigma que hoy se pretende imponer en materia comercial, con el pretexto de atender el problema de la inmigración de la región. De otra manera, más adelante, habrá sin duda, nuevas supuestas negociaciones, como fruto de veleidades políticas y electorales de los vecinos del norte. Con el conocimiento de que hay hechos que atan a toda la región inmediata más allá de las circunstancias políticas electorales nacionales y prevalece una dependencia comercial y económica importante.
De acuerdo a las estadísticas oficiales, para sorpresa de muchos, en 2018 el superávit comercial de México con Estados Unidos fue de 142 mil millones de dólares, diez mil millones más que lo alcanzado un año antes. Cifra que por sistema de registro norteamericano ronda por los 60 mil millones de dólares, y que fue alegato electoral del presidente Trump contra México.
En 2017, de los 50 principales productos de exportación mexicana a ese país, un total de 26 fueron productos de consumo, por un total de 97,272 millones dólares, en tanto que sólo 11 productos procedentes de Estados Unidos por un total de 10,890 millones (Arnulfo R. Gómez, junio, 2019) compró México. Dentro de estos últimos se encuentra el maíz, nativo de México, del que se importó del orden de 15 millones de toneladas en 2017 (La Competitividad del sector agroalimentario de México, noviembre 2018). Por el contrario, 24 productos mexicanos por un valor de 69,436 millones de dólares fueron insumos, en tanto que 39 productos norteamericanos, por un total de 57,771 millones de dólares, también fueron insumos, siendo los tres principales productos importados: gasolina, gasóleo y gas natural (Arnulfo R. Gómez, El Semanario). Es decir, productos energéticos.
Este panorama muestra que la dependencia alimentaria mexicana es un gran negocio para Norteamérica, como lo es la importación de energéticos, esenciales para mantener a la planta productiva nacional en operación. Ello sin olvidar que las exportaciones de maíz de Estados Unidos a México conllevan un enorme monto de subsidio, significando un comercio desleal y que la importación de insumos y bienes semi-terminados resultan de gran importancia para la economía y consumo de los Estados Unidos de Norteamérica. Hechos, estos últimos, que han sido reconocidos por el propio país vecino, especialmente por la industria automotriz, tan importante para ambos lados de la frontera norte.
Con el TLCAN, aún hoy vigente, México careció de una política agropecuaria que asegurara la alimentación nacional, y de una política industrial que permitiera cumplir con los objetivos del Tratado para crear un mercado regional, que potenciara la producción y la creación de empleo. Por ello es posible decir que estructuralmente el gran perdedor del TLCAN fue México. Como simple paralelismo industrial y comercial histórico, hay que tener presente que en 1991 China contribuía con el 2.6% del valor agregado de la manufactura a nivel mundial y México representaba el 1.3%, significando el 50% del país asiático. Para 2015, China alcanzó 23.9% y México el exiguo 1.8%, en plena vigencia del Tratado de Libre Comercio (IDIC, 2019), por lo que terminó asumiendo su rol de maquilador para la economía norteamericana.
En este contexto, habiendo ocupado México en 1998 el lugar 39 en competitividad (WEF), pasó al lugar 51 en 2017. En tanto que entre 2001-2017 el PIB per cápita en dólares a nivel mundial creció 390%, en México sólo lo hizo en 123%, doscientos por ciento menos que el referente global, por lo que pasó de ocupar del lugar 41, al 71 (FMI).
México hoy vive las consecuencias de sus olvidos en medido de sus desventuras. Lo más sorprendente es que, en materia de lo que ha sido el chantaje comercial del gobierno vecino, parece que gubernamentalmente se sigue pensando en el regreso al pasado, como si éste fuera un promisorio futuro. Más allá de las declaraciones oficiales, no parecen haber acciones ni resultados en materia alimentaria y mucho menos sobre una política y estrategia industrial que tanto necesita el país.
Un nuevo tratado toca a nuestras puertas del país, y todo deja indicar que los que gobernaron y dirigieron la política económica internacional desastrosa siguen a cargo del timón, en plena tormenta sobre la que sólo se ha ganado tiempo para paliarla. Tratado que se aprobaría en un contexto de alta incertidumbre por la conducta del vecino del norte y por la circunstancia política electoral que se le avecina.
Hay que aceptar que por precipitaciones, México rompió reglas multilaterales en materia de comercio establecidas hace más de dos décadas y entró, como se dijo en el Senado mexicano, en una dependencia de camino que lo llevará por un derrotero de más desventuras, como se ha aceptado y anunciado.
En ese mismo recinto se enfatizó que “no hay tiempo que sobre cuando de antemano se sabe lo que pasará”. Por lo que México debe actuar sobre lo trascendente, más que sobre lo inmediato, considerando que “el valor de un costo no puede ser mayor que el menor costo de evitarlo. El costo de la prevención no puede ser mayor que el de la solución”. México debe actuar con patriotismo, principios y con grandeza de miras.
¡Excelente artículo estimado colega!
Bien documentado, sólidamente argumentado, mantiene una clara postura sobre el tema central de la coyuntura internacional de México, y muy probablemente de Estados Unidos, aunque finjan disminuir su valor e impacto.
Comparto tu punto de vista sobre el gobierno que tenemos orientado al pasado, y no al futuro como corresponde. Sin duda, la altura de miras no es una característica de la 4T.
Gracias por compartir.