Conducir los intereses de los Estados requiere de ‘hilar fino’, es decir, sumar inteligencia y gran sensatez política. De ahí que con visión geopolítica en ocasiones se opte por la diplomacia secreta para no difundir objetivos, estrategias y tácticas que susciten reacciones opuestas de Estados u otros actores. De ello se ocupan embajadores y representantes especiales, artífices capaces de consumar su cometido y permitir que el jefe de Estado cumpla airoso las exigencias sociales de transparencia.
Los vínculos encubiertos, tan importantes como las relaciones formales entre Estados, ganan victorias silenciosas aunque en público libren fieras batallas. Un ejemplo fue la entrega a Moscú, por el embajador estadounidense Jon Huntsman, de documentos históricos rusos de inicios del siglo XX; entre ellos 16 decretos firmados por el último Zar, Nicolás II.
“Hoy día los vínculos entre Rusia y Estados Unidos atraviesan una crisis de confianza y para restablecerla, no hay mejor forma que dando pasos como este”, expresaba Huntsman a mediados de septiembre desde Spaso House, su sede diplomática.
Ese acervo, sustraído de archivos públicos tras la desaparición de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) apareció más tarde en un remate en suelo estadounidense. Una investigación del Departamento de Seguridad Nacional permitió recuperar los documentos de alto valor histórico y económico, sustraídos del Archivo de San Petersburgo en 1994.
La parte rusa alertó a su contraparte de tal subasta, que logró suspenderla; ésta es la quinta ocasión que Estados Unidos contribuye a que Rusia recupere reliquias extraídas de forma ilegal para su venta en el exterior. Ese caso confirma que, pese al deterioro de las relaciones entre la Casa Blanca y el Kremlin, colaboran de forma discreta en ámbitos como la seguridad y socio-económicos. Más adelante se verá el éxito de este tipo de experiencias.
Otro ejemplo de diplomacia no pública trascendió en junio 2013 cuando conocimos que Estados Unidos mantenía negociaciones “secretas” con los talibanes en Doha, Qatar. Fruto de ese diálogo sería un pacto para que Washington retirarse 5,000 soldados de Afganistán y dejase 8,500 más tras 18 años de ocupar el país centroasiático.
Sólo restaba una reunión vis a vis entre el presidente estadounidense y los talibanes el día 8 de septiembre; pero la víspera Donald John Trump canceló la cita vía Twitter y atribuyó su acción a un ataque masivo en Kabul. Para algunos, lo que realmente incomodó a Trump fue la humillación de una retirada sin victoria; por ello decidió dinamitar el largo proceso de negociación bilateral para contener la violencia.
No obstante, el huésped de la Casa Blanca parece afín a los diálogos intragubernamentales secretos. Pese a su abierta hostilidad contra el gobierno de Venezuela, sus representantes han sostenido contactos secretos con enviados del presidente Nicolás Maduro.
Incluso eran del conocimiento del autoproclamado ‘presidente interino’ Juan Guaidó. De modo que, cuando la retórica de Trump era más agresiva contra el latinoamericano, sus representantes hablaban con el enemigo. Bueno, así es la diplomacia (y las filtraciones periodísticas).
Y no menos sorpresiva es la invitación que recibió el ministro de Exteriores de Irán, Mohammad Yavad Zarif para reunirse con el mandatario de Estados Unidos en la Oficina Oval. De acuerdo con Robin Wright de The New Yorker, en medio de la escalada de tensiones entre Washington y Teherán, el ministro recibía del senador Rand Paul la invitación de Trump, justo cuando Zarif viajaba a Nueva York en julio pasado.
Obviamente el punto clave en la agenda era el Acuerdo nuclear que Trump abandonó en mayo de 2018. Voceros oficiales han declinado comentar el hecho, pero no hay que descartar ese encuentro, a pesar del ataque a la petrolera Saudi Aramco reivindicado por hutíes de Yemen, aunque Washington lo atribuye a Teherán.
Es obvio que proseguirán las negociaciones secretas en todo el mundo. A la tensión en el Golfo Pérsico se suman la guerra comercial Estados Unidos-China, las sanciones de Washington contra Rusia, Cuba y Venezuela, la vuelta a las armas de una facción de la antigua guerrilla colombiana o la escalada de la ultraderecha en Europa y América Latina.
Todos son temas prioritarios del 174 período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) que inició este mes y que implica un ritual anual con presencia de buena parte de Jefes de Estado y de Gobierno, de países miembros que fijan sus posiciones respecto de asuntos de interés global.
En ese foro multilateral, y sin recurrir a una diplomacia secreta, México podría ser artífice de una agenda que rechace la especulación del patrimonio nacional y bienes culturales de las naciones por parte de empresas privadas como son las casas subastadoras.
Esa posición obedece al desaire de la casa de subastas Millon de Francia, al llamado de las secretarías de Relaciones Exteriores y de Cultura de México a suspender el remate de 120 piezas arqueológicas, 95 de ellas patrimonio de los mexicanos procedente de Teotihuacán, Guerrero, Oaxaca y entidades del sureste.
Fijar la posición gubernamental contra la especulación de los bienes culturales es un buen comienzo para la nueva agenda diplomática –abierta y privada– del actual gobierno y una acción que recibirá el beneplácito de las naciones saqueadas por comerciantes del patrimonio.