El mundo se ha convertido en un no lugar. La facilidad con la que se puede ir de un lado a otro, ha provocado, por paradójico que parezca, que trasladarse de aquí para allá sea un volver a encontrarse con lo mismo.
Palabras más, palabras menos, tal es el paisaje que al respecto de los no peregrinos de los no lugares, como Byung-Chul Han llama a los turistas del siglo XXI, pinta el filósofo alemán de origen coreano, respecto al acto de viajar en nuestros tiempos.
Cual si coronara la irreprochable crítica que Chul Han hace al acto de viajar, hace unos pocos días se anunció la quiebra de Thomas Cook, la agencia de viajes más antigua del mundo.
Extraño, hasta contradictorio, pudiera decirse, el fenómeno de la quiebra de la legendaria agencia inglesa, justo cuando el planeta registra, en relación con toda la historia humana, el mayor número de viajeros que jamás pudo imaginar.
Mas así ha ocurrido.
La movilidad, concepto clave en la configuración del imaginario digital de nuestra época, ha producido, en efecto, que el planeta se achique y que viajar se democratice.
Aerolíneas de bajo costo, incluyendo a la que la propia agencia, y cuyos 105 aviones hoy permanecen en tierra, grandes y funcionales aeropuertos en casi todo el orbe, globalización de los negocios y el turismo, han hecho del traslado una actividad tan común como frenética.
Empero, de la misma manera como la testaruda realidad ha obligado a Thomas Cook a cerrar, hubo un mundo, sin embargo, en el que a nadie se le hubiese podido ocurrir necesitar de una agencia de viajes para ir de un lugar a otro.
Fundada en 1841, la agencia Thomas Cook, lleva el nombre de su creador. Un empresario que pasó a la historia al fletar un tren, dando paso así al primer viaje organizado del que se tenga registro.
Cook encarna su tiempo. Con fama de visionario, entre sus hazañas está el memorable viaje organizado para más de 150 mil personas a la Exposición Mundial de Londres, de 1851.
Lo fue, sin duda, sabiendo aprovechar las ventajas de los nuevos y más rápidos medios de transporte, particularmente el ferrocarril, pieza central de la reconfiguración del mundo ocurrida en el XIX.
Sin menos cabo de su intuición y arrojo empresarial, hay que decir, empero, que el éxito de Cook en mucho se debió a su capacidad para obtener grandes beneficios monopólicos, siendo el único autorizado a transportar personas en tren durante la guerra franco-prusiana.
Tras la quiebra, la agencia, que conservó su nombre como un emblema, no ha tardado en culpar a las plataformas de Internet de la quiebra y el consiguiente cese de sus 10 mil empleados.
Pero hay algo más de fondo que las herramientas mismas y su uso. De lo que somos testigos privilegiados es del desplazamiento de un mundo por otro, de una Era por otra.
Es decir, de la emergencia de nuevas herramientas, sí, pero sobre todo, de nuevas ideas, nuevas prácticas, nuevas representaciones.
Una nueva figura del mundo, que incluye el modo cómo los viajeros no sólo viajan, sino cómo conciben, cómo piensan el propio acto de viajar, se aviene con la expansión irrefrenable de lo digital.
El éxito de Cook tiene el mismo origen, aunque no idéntica circunstancia. Tocó en suerte al creador de la primera agencia de viajes, mirar (y aprovechar) la emergencia de una nueva idea: se podía viajar en grupo, con todo resuelto por un tercero, y ello representaba una gran ventaja, pues ese tercero sabía del viajar cosas que el resto no.
El presente digital, ése mismo que ha llevado a la bancarrota, como empresa y como idea, a la agencia Thomas Cook, parece ir más rápido, y ser más radical, que la capacidad de las organizaciones para transformarse.
Y ello aplica tanto para el ámbito de lo privado como de lo público. La transformación digital demanda de ellas, por sobre todas las cosas, su capacidad para colocarse de lleno en el siglo XXI.
En el esquema del siglo XX, reproducir los sitios para el turismo, facilitar los traslados, acarreó una paradoja de la que Thomas Cook no es más que una víctima fatal.
La idea es de Chul Han. Durante siglos y siglos, peregrinar estuvo ligado a la idea de que había lugares especiales. O simplemente, como cree el filósofo, lugares.
En el desenfreno de la ganancia, el siglo XX terminó por hacer parecerse entre sí a todos esos hoy no lugares, al arrancarles de tajo lo que los hacía serlo: su memoria, su historia, su identidad.
El valor en sí de desplazarse, ha aniquilado a una empresa señera en el negocio de guiar a quien se desplaza. No las plataformas; el cambio en los imaginarios, sí.
Es en ese orden, el de las ideas, en la capacidad para comprender, críticamente, como lo hace Chul Han, es donde radica el gran horizonte de una transformación digital generalizada de las organizaciones públicas y privadas, que resulta ineludible.
No hay tiempo para suspirar por el siglo XIX. No lo hay.