Mi deseo navideño

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Amigos queridos:

Hace unos días mi muy apreciado amigo, Jorge Arturo, me mandó un mensaje que decía: “Claudia preciosa una preguntota, ¿Cuál es tu anhelo más grande? o ¿Qué es lo qué más deseas en esta vida? Piénsalo y me dices cuándo puedas”. Releí la pregunta al menos tres veces y no daba con una respuesta que me satisfaciera.

Lo primero que pensé fue en una pareja; extraño la convivencia que tenía con mi marido. Tras una breve reflexión me di cuenta que en este año de viudez he aprendido más de mi misma que en 40 años de vida, he crecido internamente, he madurado y por primera vez soy independiente. Así que no era una pareja lo que anhelaba, esa experiencia ya la viví.

Después pensé en la salud. Recordé cuando se me reventó el tímpano, hasta que enferme valore el gran servicio que me dan mis oídos. Lo maravilloso que es escuchar desde un bello concierto hasta un claxonazo. Me apena reconocerlo; pero nunca lo había agradecido tanto como cuando lo perdí por un par de semanas. Concluí que la enfermedad es una lección que me permitió valorar la salud. Un recordatorio de lo cercanas que están la vida y la muerte.

Luego vino a mi mente el dinero, me pregunté ¿Qué haría si fuera rica?  Para mi sorpresa me di cuenta que haría lo mismo que hago ahora sin serlo. Adoro mi trabajo y estoy convencida que la abundancia no radica en tener todo lo que quieres, sino en querer todo lo que tienes y compartirlo.

Dejé la incógnita por la paz, pero zumbaba en mi cabeza.

Por la tarde mi querida amiga y maestra, Rosa María, me invitó un café y me platicó sobre el hermoso regalo que le estaba haciendo a sus nietos: un par de cuentos; lo cual trajo a mi memoria una historia que me había contado meses atrás; tal vez no la recuerdo con toda nitidez pero va más o menos así:

Una madrugada su primo encontró a Don Juan, un anciano muy humilde que vivía en el mismo pueblo. Había apilado todas sus pertenencias en su carreta tirada por una mula. ¿A dónde va tan temprano y con tanta cosa? Le preguntó. A lo que el viejo le respondió: “Voy a buscar el lugar en dónde nacen las estrellas” y partió.

Meses después se topó con Don Juan y recordó aquélla mañana, así que le preguntó si había hallado en lugar.  El viejo plácidamente le platicó como anduvo y anduvo por muchos soles y muchas lunas, hasta que llegó al pie de una gran montaña. Con esfuerzo logró escalar hasta la cima después de varios días y ahí encontró el lugar.

Se asomó por una cueva en la que seres de luz, tal vez ángeles, tenían un enorme taller en el que reparaban a las estrellas que habían perdido alguna punta, otros les daban brillo a las menos lustrosas. Era una actividad frenética que te mareaba, estrellas danzando desordenadas por todo el lugar y ángeles en su trajín para repararlas; pero a las seis de la tarde en punto todas se formaban muy ordenaditas en un orificio de la montaña y una tras otra se lanzaban al precipicio para encender el cielo.

Don Juan estaba convencido de su historia, y ¿saben algo? Rosa María y yo también. El corolario de ella es maravilloso ¿qué importa en dónde empieza la realidad y termina la fantasía?  Mientras lo veas con los ojos del alma.

Entonces llegó mi respuesta de manera contundente: lo que más anhelo es ver con los ojos del alma.  Y es lo que les deseo en estas fiestas navideñas. Dejemos que la fantasía salpique nuestra realidad, seguro la hará más divertida.

Les mando un largo y apretado abrazo,

Claudia

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