¿Muerto Al-Baghdadi, acabará el odio a Occidente?

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En su lucha contra el terrorismo, los sucesivos presidentes estadounidenses han impuesto la norma de borrar todo rastro físico de sus más perseguidos objetivos internacionales. Así sucedió con el dirigente del grupo radical Estado Islámico (EI), Abu Bakr al-Baghdadi, luego que Donald John Trump anunciara: “Ayer en la noche los Estados Unidos hicieron justicia con el líder terrorista número uno. Abu Bakr al-Baghdadi está muerto”.

No se mostró el cuerpo (ni de los tres hijos que estarían con él), ni se avaló la transparencia de los hechos. Ahora, y sólo por la versión del Pentágono, respiran con alivio sus aliados.

Triunfalista y casi obsceno, el magnate estadounidense describió el fin del adversario: Acabó su vida “gimiendo, llorando y gritando hasta el final” de un túnel sin salida, donde accionó los explosivos de su chaleco para evitar ser capturado al estar acorralado por las Fuerzas Especiales.

Abu Bakr al-Baghdadi.
Abu Bakr al-Baghdadi, ex líder del grupo yihadista Estado Islámico.

Sin proporcionar cifras de las bajas de la parte contraria y con el usual lenguaje simplista e imperialista, Trump sentenció: “Era un hombre enfermo y depravado y ahora se ha ido. No hubo pérdidas nuestras, sólo un perro”.

Pero, ¿muerto el hombre más perseguido por la superpotencia militar mundial, se acabó el extremismo y repudio a la intervención de Occidente en Levante? En la lógica antiterrorista que Washington impuso al mundo tras el 11-S, se calificó al Estado Islámico como el grupo más violento y con mayor poder e influencia en Irak y Siria,  luego de que Al-Baghdadi –a la sazón de sólo 43 años– declarara su califato en 2014.

Desde entonces ese grupo explotó el petróleo sirio, expulsó a los kurdos del noreste, amagó la estabilidad regional y desafió rotundamente a Estados Unidos y sus aliados. Ante ese desafío, Washington lideró una Coalición Internacional –que por cinco años, y tras miles de fallidos ataques aéreos–, fue destinada a perseguir combatir y detener a Al-Baghdadi… Hasta la noche del 26 de octubre.

Extraña que unos días después de que Trump ordenase a sus tropas retirarse del este de Siria (donde por largo tiempo operaron con los kurdo-sirios), justo en el punto geográfico opuesto (en Barisha, Idlib al noroeste) ocurriese la operación que condujo a la autoinmolación de Al-Baghdadi.

Todo parece indicar que el magnate estadounidense quiso dar un teatral golpe de efecto antes de salir con las manos vacías de Siria. Su antecesor, Barack Obama, no logró capturar al líder del EI ni alcanzar su otro objetivo: expulsar del gobierno al presidente Bashar al-Ásad.

Y aunque en su campaña presidencial Donald Trump criticó las operaciones militares de Obama, ya en la Casa Blanca no escatimó fuerza ni recursos para asestar golpes tanto al EI como a Al-Ásad. Pero también, con resultados infructuosos.

Hoy, el gobernante sirio aparece más fortalecido, sus fuerzas vuelven a los espacios que le disputaron el Estado Islámico y la Coalición Internacional, gracias al respaldo de Rusia que se alza exitoso como actor indispensable en ese juego geoestratégico.

En cuanto al grupo extremista, nada garantiza que deje de existir, advierte Sam Heller del think tank International Crisis Group. Pese al golpe devastador que para esa organización representa la muerte de Al-Baghdadi, llama la atención que no ha reivindicado la desaparición de su líder, no ha lanzado amenazas a los causantes de ese hecho, y ya se habla de un sucesor.También vale la pena recordar que el EI aún dispone de cuantiosos recursos financieros.

Escéptico, el ministerio de Defensa ruso pidió “pruebas directas” de la desaparición del islamista y de la operación del Pentágono. Indicó que no había detectado ataques aéreos de Estados Unidos ni de la Coalición Internacional en la zona.

K9.

Dos días después, el Kremlin mostraba el giro diplomático de Vladímir Putin al declarar que, “si se corrobora esa liquidación, sería un importante aporte” de Trump al combate antiterrorista.

Al saltar a los titulares de la prensa mundial, Al-Baghdadi tendría unos 43 años. Desde una remota mezquita de Mosul, en Irak, proclamó un califato sobre un amplio territorio al frente del Estado Islámico. Los servicios de inteligencia occidentales le atribuyeron la capacidad de crear una red que reclutó a miles de militantes en un centenar de países.

Años después, ese personaje sería perseguido en un túnel por un perro de raza belga malinois –la misma de “Cairo”, el perro que usó el Ejército estadounidense en la «Operación Lanza de Neptuno» que abatió a Osama bin Laden–. Trump lo llama “mi K-9”, pues su identidad y sexo “son información clasificada según el Pentágono”, criticó The New York Times. Algunos afirman que se trata de una perra entrenada en busca y detección de explosivos, minas y drogas, y ya se recupera de sus heridas, explicó nada menos que el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, Mark Milley.

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