En el fondo, la ideología tiene un poder de persuasión indiscutible. El discurso ideológico amenaza anestesiar nuestra mente, confundir la curiosidad, distorsionar la percepción de los hechos, de las cosas, de los acontecimientos.
Paulo Freire.
En la búsqueda de la verdad, todos creemos tener la razón. Por eso tantas filosofías, ideologías, pensamientos, adoctrinamientos, religiones y conductas sociales. Muchas veces creemos que, porque hemos leído algo o conocido algunas cosas y lugares; que, por nuestra experiencia de vida, por la relación con personas –quizás– famosas, con eso y otras actividades adicionales, es suficiente para decir cuál es la verdad.
Y en nuestra vivencia cotidiana, cada persona tiene su propia visión y esa visión representa su verdad, porque eso es lo que vive. Y cuando la supuesta verdad coincide con situaciones similares a las de otras personas, entonces se hace una verdad colectiva. Y así es que se constituyen, por ejemplo, partidos políticos, sociedades, asociaciones, organismos, grupos, colegios, centros, gremios y colectivos que buscan intereses comunes, su beneficio y satisfacción.
Esta conexión sucede con el otro, en tanto éste piense como aquel, generándose una cuasi empatía. A la larga esto tiende a estropearse cuando la conexión fraternal se pierde. Por lo regular la creencia y convicción de una idea se arraiga cuando brota otra posición, ahí se revela el cambio de intereses y no necesariamente un acuerdo común, sino que emerge la verdadera inclinación; el enfoque subyacente o individualista.
Para mantener ese interés común se sostiene el factor referencial, que es sostener como verdadero lo que al otro le interesa, de tal manera se trabaja en ese objetivo para producir la conquista de su mente. Esto es lo que se llama ideologización.
Una vez agrupados en el mismo canal, llega la otra fase; la formación mediante círculos de estudios donde se autovalidan y secundan porque leen los mismos libros, reciben la misma información, se comunican entre sí; sociológicamente se entienden. Una forma simple de expresarlo es que se “enamoran”, y como es normal entre enamorados, se cuentan sus penas, dolores, carencias, proyectos, propósitos para justificar sus acciones. Así es en los grupos de formación religiosa, cultural, política, social y en clubes cívicos.
De esta manera, se entra con todo a conquistar los pensamientos a partir de las necesidades. Por supuesto que en esta misión no se pierde el discurso popular; por el contrario, mientras más se pueden sostener públicamente los discursos abrazadores, se masifica la postura generando más adeptos de forma sistemática. Asimismo, validan sus posturas o sus creencias.
Las creencias son –precisamente– el cimiento sustancial que alimenta la verdad que sostienen. Verdades que cuando se confrontan con otras se generan las posturas radicales (la que defiende un criterio por encima de cualquier circunstancia), o la postura advenediza (la que se defiende por relación empática, por tradición o por costumbre).
No obstante, lo que se considera como una verdad social genera criterios encontrados entre grupos antagónicos que viven en el mismo lugar. En los pueblos (o lugares pequeños), por ejemplo, hay criterios diferentes acerca de lo mismo.
Algunos de estos factores obedecen a la capacidad de recursos económicos y financieros, otro al nivel de educación; donde es usual que quien más tiene y quien más preparado esté, se dice dueño de la verdad. De manera que, una persona con más recursos y más preparación académica impone su verdad ante quien no tiene muchos recursos financieros y tiene poca o ninguna educación académica.
En un abanico de escenarios, a partir de este esquema, es que se promueven las ideologías. Es decir, lo que uno cree, lo promueve y lo siembra en los demás, con la intención principal de que los demás sigan el patrón con el fin de mantener o modificar el sistema social, económico, político o cultural existente. Utilizando este esquema simple de sembrar en la mente los pensamientos que a cada quien le conviene difundir, los interesados se enquistan en grupos que representan sectores sociales y luego con ello presentan los discursos o programas políticos con el fin de producir (en longitud y profundidad) el efecto de interés en el que envuelven a quien se deje.
En otras palabras, la ideología es una ruta de capitalización de ideas de unas personas sobre otras para lograr un fin aludiendo que es para el bien colectivo.
De esta manera, otra vez, América Latina está en manos de todo tipo de farsantes. De derecha y de izquierda. Ya hemos tenido de las dos aguas y los apuros siguen. No hay soluciones que duren mucho porque los mismos que las proponen, incluso las imponen con su poder legal o son medidas tipo parches.
Ambas partes juran fórmulas nobles, beneficiosas, sanas, pero con el tiempo la verdad se impone. Los “ideológicos” de uno y otro partido aluden al discurso reiterado de: “Aquel es peor que nosotros, hay que elegir al menos malo”.
En ambos casos, todos defienden lo que creen. Y esto, muchas veces, sino de forma regular, los lleva a considerar, además de sus creencias, que quien no profesa lo que ellos creen, los demás son una partida de ignorantes, tontos, estúpidos. Convencidos piensan de quienes los adversan que no merecen nada y los marginan, “es que no se dan cuenta que están mal”; incluso los agreden. Así nace la cultura del odio.
¿Le suena eso?