Crear una obra exige la existencia, destruirla pide un instante. Tomar de la decisión de manifestar las más íntimas ideas y pesadillas, a través de las virtudes que cultivamos, llevarlas al escenario de la galería o el museo, es la aventura de hacer arte, mientras destruirla sólo pide el vicio autoindulgente de la envidia. Recuperar y conservar una pintura o una escultura, el trayecto novelesco de una obra que sobrevivió siglos, pasando por guerras, herencias, persecuciones, censura, pasiones, y alcanzar el reposo en las salas de un museo, hasta que llega alguien cargado de ira y se lanza en contra de esa historia. La Gioconda y el dibujo de La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana de Leonardo, La Piedad de Miguel Ángel, La Venus del espejo de Velázquez, La Ronda Nocturna y Dánae de Rembrandt, El pensador de Rodin, el Guernica de Picasso, han sido atacados, demostrando que la violencia es un retroceso en la capacidad creadora.
Restaurar la pintura Dánae de Rembrandt fueron 12 años largos y tortuosos, el criminal le arrojó ácido y la acuchilló, destrozando la belleza de la estéril princesa, cubierta de la lluvia dorada que Zeus obsequia para fecundarla. En muchos casos argumentan que los ejecutores padecían una enfermedad mental, y sin embargo eso no explica el odio que desata el portento de la inteligencia materializado en una obra de arte. Los griegos llamaban “anestésico” al que era incapaz de apreciar el arte y la belleza, era “insensible”, de ahí se deformó el uso de la palabra para llevarlo a la medicina.
En los museos desde que el selfie invade las salas, muchas obras han sido dañadas sólo por el gusto de tener del instante de la fotografía. Las innumerables manifestaciones sociales con consignas de variada temática destrozan lo que ven a su paso, incluido el arte, en ellos y en los selfie adictos no cabe el argumento de enfermedad mental. Son evidentes las coincidencias entre los criminales psiquiátricos, los turistas y los criminales con “causa”: la primera es la decisión que ellos son más importantes o valiosos que esa obra; ellos tienen la autoridad para destruirla; la presencia estética de esa obra es un motivo para destruirla; desprecian el valor comunitario del arte que está en la calle o en los museos; la obra les permite exhibirse a través de ella; finalmente, sus motivaciones destructoras son más fuertes que las motivaciones creadoras.
El criminal que dice que es Jesucristo y rompe La Piedad con un martillo, es igual que el “justiciero social” que hace lo mismo en su protesta, porque los motivos no cambian el resultado. Es incongruente que nos pidan solidaridad con una causa y repudio con la obra. El arte y la belleza son buenos para la sociedad, un entorno con obras públicas, y en los museos, crea un ambiente armonioso. El origen de la palabra “vándalos” está en los invasores bárbaros que en la guerra saquearon a la antigua Roma, son los destructores. El saqueo cultural y moral se hace destruyendo al arte.