La vocación de la pluma

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Puede ser simplemente una práctica lúdica, de ánimo personalísimo, que no busque mayor recompensa que la satisfacción íntima y placer individual, una herramienta para la reflexión, con o sin el afán de contribuir modestamente a la difusión de ideas, a la formulación y expresión de conceptos que potencialmente contribuyan a la generación de opinión entre la sociedad. Puede ser, ciertamente, una actividad que pueda desempeñarse profesionalmente, como forma de obtener ingreso y, desde luego, en múltiples casos puede resultar, sensiblemente lucrativa.

La vocación por la escritura tiene múltiples motivaciones, que marcan sus extremos, desde el simple solaz, con la narración de sueños poéticos, amables o tenebrosas historias imaginarias que se producen en la ingeniosa mente del autor, hasta la contienda abierta y ostensible con intencionalidades definidas, con actores difusos o concretos y en terrenos pantanosos de la realidad patente, atravesando en su espectro un sinnúmero de facetas, comúnmente pletóricas de esfuerzos, fatigas, frustraciones, triunfos, halagos y, nada extraordinario, con riesgos.

Ser o no ser no es el dilema, pero saber o no saber, sí lo es, particularmente cuando se abordan temas de interés público que van a tener alguna repercusión en el ánimo de la sociedad, en circunstancias adversas o en episodios vergonzantes. 

Empuñar una pluma demanda tanta o más destreza que empuñar una espada.

pluma
Ilustración: Pinterest.

 Ambas requieren, obligadamente, conocimiento, destreza, control, valor, prudencia, objetividad y determinación. Ambas son, en su ambiente, tan honorables y nobles cuando defienden causas justas, como letales y abyectas cuando su esgrima se dirige a fines perniciosos.

Pluma y espada, han sido históricamente hermanas de batalla, pensamiento y acción. Con ellas se han construido naciones, pero también se han segado vidas o destruido honras.

Las letras pueden ser producto de la placentera contemplación, de la reflexión, de la calma meditación, igual que escribir puede resultar un deporte extremo, de alto riesgo, que coloca al escritor en situaciones de potencial peligro. Basta observar las cifras de que dan cuenta de las bajas de profesionales dedicados al oficio, registradas durante los últimos años en nuestro país. 131 para ser precisos del año 2000 a la fecha.[1]

Pero la labor de escribir, con los denuedos y riesgos inherentes, posee, en cualquiera de sus vertientes, una vocación práctica, de gran contenido social, moral y ético, orientado a la transparencia y mejor comprensión de los ambientes que definen el intercambio colectivo y la vida en común, a la construcción de ciudadanía, a la generación de espacios de pensamiento que contribuyan al logro de mayores y mejores condiciones de vida.

La labor de quien esgrime la pluma, la difusión del pensamiento, la expresión de sus ideas, rebasan la simple posesión de su autoría. Se convierten en herramientas sociales que motivan la reflexión colectiva, la crítica y, finalmente la acción, única forma de trascender a estadios de libertad, progreso, calidad de vida y, por qué no, de felicidad. 


Notas:
[1] artículo 19 (https://bit.ly/2PlWD7H)

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