Las marchas del 8 de marzo a lo largo y ancho del mundo –que no excluyeron a México ni a mi bello Zacatecas– nos han dejado grandes lecciones y aprendizajes, pero la manifestación del paro el pasado 9 de marzo ha sido, sin duda alguna, contundente. “Ya basta”, así fue pronunciado por las mujeres.
Este acontecimiento me remite a recordar que tuve dos abuelas fuera de serie; su constante y permanente quehacer dentro de la familia, economía y sociedad, fue extraordinario, al grado de que sus enseñanzas hoy permanecen y lograron hacer de mis familias algo singular. Sus aportes a la economía familiar, con “acertados consejos”, pero sobre todo con ese trabajo invisibilizado, aunque fundamental, fue determinante en lo que hoy tenemos; me estremece porque su legado perdura y sus acciones familiares son las que más se extrañan. Cómo quisiera que su ausencia fuera sólo de un día. Ahora es irremediable extrañarlas e insoportablemente difícil su ausencia; quedará su huella y contribución, fue tanto lo que dejaron que su vivo recuerdo será perpetuo.
Soy padre de cuatro varones, pero tengo madre, dos hermanas y una gran esposa; no puedo imaginar siquiera la idea de su ausencia en mi vida, menos que esa ausencia fuera producto de un acto violento; destruir un monumento o una iglesia, sería nada ante un reclamo a semejante falta de garantía, al elemental derecho a la vida, pues no existe iglesia o monumento que justifique su presencia por encima de la de otro ser humano. Fijarse en esta afectación, me parece a lo menos, ridículo e insultante; casi todo monumento es erguido en conmemoración a una ilustre vida, ¿cómo erguir la ausencia de vida, la falta de garantía a la misma y, sobre todo, ¿cómo comprenderlo? Argumentar que una manifestación debe ser pacífica, ante la ausencia de paz, es literal no tener madre; nada puede causarme mayor satisfacción que el que mis hijos varones vean la fiereza con la que se debe defender la vida: la entrega de las mujeres a tener un mejor mundo ya en sí mismo es asombrosamente maravilloso.
Las mujeres de manera creativa y reaccionaria están haciendo la historia; primero, al organizar una marcha fuerte, de reclamo y principalmente de exigencia a visibilizar una deuda del Estado para con ellas: se les está violentando, matando y eso debe parar y corregirse. El daño infligido a cualquier edificio o monumento estará siempre por debajo del daño que se les está haciendo a ellas; por favor, no distraigamos la atención de lo importante: la violencia de género tiene que parar.
Los grandes cambios vienen siempre de la ciudadanía; la entrega y decidida gallardía con la que las mujeres nos enseñan qué debe hacerse ante semejante afrenta, nos demuestran que defienden con entereza la vida de sus iguales, lo mucho que han logrado siempre –nos guste o no–, será en beneficio de todos, de la colectividad; vivir en un mundo de menor violencia, será el reto. La evolución del gran cambio en la paridad de género está en camino; nos guste o no, la sociedad está cambiando y cada uno sabrá del lado que quiere estar: si participando de él o tratando de detenerlo; el mundo cambiará independientemente del lado que estés.
Lo ocurrido el 9 de marzo es la sensación de ausencia, es darnos cuenta cuánto aportan pero, sobre todo, es la concientización de que cualquiera puede ausentarse sin retorno; momento de reflexión: o garantizamos su seguridad o estaremos perdidos.
A mis abuelas, a mi madre, a mis hermanas, a mi esposa y a toda mujer que en conciencia o fuera de ella, de alguna manera las violenté: mis sinceras disculpas. Nada podrá equiparar tanto que me han enseñado; dijera mi compadre, “Gracias por tanto y por todo”, gracias por enseñarme que sólo así, firme y decididamente, se defiende la vida, las causas, y se realizan las transformaciones que el mundo requiere. Mujeres que no se dan por vencidas a pesar de tanto, siempre lograran un mundo mejor.
Tanta ciudadanía cuanto sea posible, tanto gobierno cuanto sea necesario.
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