Lo que hagan los gobiernos para contener el avance del COVID-19 profundiza la crisis económica, y al revés, lo que se haga para mantener en activo empleos y negocios, eleva el número de enfermos y de muertes por la sencilla razón de que ningún sistema de salud de ningún país tiene camas de hospital, ventiladores y personal entrenado para evitar la muerte de todos los enfermos graves que haya.
Como es de suponer, nuestro sistema nacional de salud es fragmentario, desigual y pobre, y es que durante el sexenio pasado recibió recursos que, según la OCDE, fueron casi cuatro veces menores que el promedio por habitante que asignan los países que la integran.
En concreto, aunque los 10 hospitales nuevos ya están terminados –y aún no cuentan con equipo médico–, pero ayude a la causa el hecho de que las fuerzas armadas vayan a operarlos, no habrá capacidad hospitalaria en el país para atender a las proporciones conocidas de enfermos que ha causado el virus.
En otras palabras, si de la población urbana de México –unos 92 millones– llegara a infectarse el 50%, y de los infectados el 3% –1.4 millones– requiriera atención hospitalaria al mismo tiempo o en un lapso breve, no podrían recibir a todos.
La estrategia en algunos países de Europa y Asia ha sido el aislamiento universal para tratar de reducir lo más posible el número de enfermos. Si se analizan los datos de infección y enfermedad, cabe preguntarse por qué no se aísla sólo a personas de salud frágil por edad o por tener otros padecimientos, en vez del confinamiento general y forzoso.
Como sea, a los países ricos con clases medias grandes, que tienen ahorros y seguros de desempleo, les resulta más fácil imponer el encierro, inclusive mediante la fuerza pública, pero hacerlo igual en México durante dos o tres meses, es impensable. Mientras no haya vacuna, mucho dependerá en nuestro país de las medidas de higiene.
Cuando la pandemia sea historia, por ahí de junio o julio, nos encontraremos con una crisis social y económica en el mundo y en México sin precedente alguno. El combate al virus tiene evidentes implicaciones en la profundización de la recesión que ya se estaba gestando, pero que ahora podría descoyuntar la economía global.
La globalización de la economía implica interconexiones e interdependencias productivas, comerciales y financieras que son determinantes para casi todas las actividades de la mayoría de los países; el confinamiento de directivos, empleados y trabajadores –que también son consumidores– lleva a la desconexión de esas vinculaciones cruciales, a desorganizar la economía global y a provocar una crisis que no se resolverá automáticamente cuando pase la pandemia.
Estados Unidos y China tratarán entonces de construir un nuevo modelo económico bajo su respectivo predominio mundial. Desde que asumió como presidente de Estados Unidos, Trump ha gobernado para salir de la “crisis estadounidense” a cualquier costo para el resto del mundo. China tampoco defiende el multilateralismo para enfrentar, vía la cooperación internacional, lo que nos espera.
Esta época conlleva peligros muy graves y para naciones como la nuestra, la alternativa, decía Samir Amin, es abandonar las reglas fundamentales de la gestión neoliberal, favorecer proyectos soberanos que den lugar al progreso social y promover, en el plano internacional, el multilateralismo y la cooperación.
También te puede interesar: El COVID-19, la crisis económica internacional y el futuro global.