Ante la pandemia del coronavirus (COVID-19), a nivel internacional las universidades han tomado el liderazgo para enfrentarla. Las instituciones educativas han tomado medidas drásticas para proteger a sus comunidades académicas y, por ende, a la sociedad en general.
Estados Unidos, Reino Unido, España y México, son algunos ejemplos de cómo las universidades se adelantaron a los gobiernos centrales en tomar medidas de distanciamiento social. Las universidades de estos países actuaron de manera urgente, pertinente y con audacia, contrario al escepticismo y lentitud que han mostrado algunos gobiernos nacionales ante la emergencia global.
El 10 de marzo, 12 universidades de Estados Unidos anunciaban que cambiarían las clases presenciales por cursos en línea; universidades como Harvard, Columbia University, Princeton, Stanford, Ohio State University, University of Southern California y University of Washington anunciaron sus medidas de distanciamiento. Donald Trump declaró la emergencia nacional hasta tres días después.
En España, desde el 9 de marzo, las universidades comenzaron a desarrollar una estrategia para el desarrollo de las actividades académicas no presenciales, para el 11 de marzo la mayoría de las universidades ya habían enviado a sus estudiantes a casa; el Real Decreto de Alarma para la Gestión Sanitaria llegó tres días después. En dicho Decreto se anunciaba la suspensión de las actividades educativas presenciales de todos los niveles, incluyendo instituciones públicas y privadas.
Un caso controversial y muy criticado fue el de Reino Unido, ya que fue hasta el 18 de marzo que el Primer Ministro, Boris Johnson, ordenó cerrar las escuelas en todos los niveles educativos, medida que sería aplicada a partir del 20 de marzo. No obstante, una semana antes, universidades como London School of Economics, Oxford, Bristol y Nottingham, entre otras, ya habían suspendido clases presenciales para evitar la propagación del virus. La postura del gobierno británico ante esas medidas universitarias fue de dura crítica y el 13 de marzo, Gavin Williamson, Secretario de Educación, solicitó a las universidades británicas permanecer abiertas y continuar con normalidad sus actividades educativas. Afortunadamente, pocas le hicieron caso.
En México, entretanto, en medio de la alerta global y la incertidumbre por la falta de acción y respuesta del gobierno, el Tecnológico de Monterrey no titubeó en implementar medidas drásticas. El 12 de marzo y con sólo 15 casos confirmados de COVID-19 en el país, canceló las clases presenciales y anunció que toda la docencia se impartiría en línea. Un día después, la Universidad de Guadalajara (UdeG) –la segunda universidad más grande del país– tomó las mismas medidas y mandó a clases en línea a sus 290 mil estudiantes y 19 mil profesores.
Las universidades han actuado de manera pertinente y responsable ante la crisis y la coyuntura también está imponiendo grandes retos educativos. El COVID-19 ha provocado una disrupción universitaria global, el “Tipping Point”, el punto de quiebre donde los cambios son inaplazables y deben ser rápidos. Si los horizontes de transformación de muchas universidades alrededor de mundo eran, por decir, de 10 años, ahora son de 10 meses.
Como lo advierten los especialistas del Boston College, Philip Altbach y Hans de Wit, crear ambientes de aprendizaje efectivos en la virtualidad no es cosa fácil –mis respetos para los expertos en ello–. Después del COVID-19 las universidades no se volverán online. Sin embargo, la universidad tradicional exitosa será aquella capaz de impartir educación mixta (blended learning); y aquella que pueda hacer un “switch” a la virtualidad de manera inmediata, cuando la próxima pandemia lo amerite. Los expertos dicen que podría ser pronto.
Sin duda, el rol de las universidades en esta crisis mundial ha sido crucial, no sólo por sus medidas para reducir la propagación del virus y el radical cambio en la forma de dar clases, sino también por su liderazgo en investigación, como se ha demostrado con la creación de grupos de trabajo y salas de situación con expertos en biología molecular, epidemiología, estadística y grandes datos. La UNAM y la UdeG han desarrollado modelos para proyectar la evolución de la epidemia, lo cual ha sido una herramienta valiosa para la toma de decisiones. En particular, la UdeG ha trabajado en estrecha coordinación con el gobierno de Jalisco para proveerle de la información científica necesaria para la toma de decisiones.
El COVID-19 es la mayor prueba que enfrentan los líderes políticos alrededor del mundo, cualquiera que sea su ideología. Seguramente les irá peor a los países cuyos liderazgos han desestimado la ciencia y la evidencia. Una realidad objetiva tan grave y de dicha magnitud no puede ignorarse, ni mucho menos combatirse sólo desde el voluntarismo y el liderazgo moral. Se requieren acciones contundentes basadas en evidencia; acciones muchas veces impopulares. Pero ello entraña el arte y la ciencia de gobernar.
Las universidades no han estado exentas de críticas por las medidas tomadas de manera anticipada a sus gobiernos, pero, y como lo manifestaron recientemente los rectores de Harvard, MIT y Stanford: Dado lo que hemos aprendido en las últimas semanas, estamos convencidos de que tomar estas precauciones ahora, por el bien colectivo, significará el regreso a la normalidad en las próximas semanas con la menor cantidad de amigos y colegas a quienes guardarles luto.
Las decisiones han sido difíciles y controvertidas, pero correctas. Hagamos caso a la ciencia, escuchemos a las universidades. El tiempo les dará la razón.
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