Hoy, justo cuando vamos a publicar la parte 3 de esta saga sobre pandemias, se acaba de declarar la fase 3 de la epidemia de COVID-19 en México. Se espera que a partir de hoy, el proceso de contagio será masivo y, puede ser tan rápido que la capacidad de respuesta de las autoridades de salud serán puestas a prueba como nunca antes habían sido probadas. No es que no supiéramos que esta fase iba a llegar, tampoco que nos hayamos quedado de brazos cruzados mientras esto sucedía, es sólo que el volumen de propagación que se espera puede rebasar cualquier pronóstico limitando la capacidad de respuesta eficiente en clínicas y hospitales.
Podríamos seguir con la lógica habitual de esta columna sobre el Ayer, hoy y mañana del tema que nos compete y que, en este caso es el de las pandemias. Además, podemos revisar tanto los efectos que éstas han tenido a nivel continental o mundial en otras épocas y darnos cuenta de que efectivamente, la especie humana ha sobrevivido una y otra vez a los ataques implacables de los micro-organismos. La peste del color y origen que ustedes gusten, los virus de una y otra cepa y serotipos, como el ébola o el VIH que en su momento fue letal y ahora se puede manejar de manera crónica, son ejemplos claros de esta situación a la que los seres humanos nos hemos enfrentado desde hace siglos.
Bien, como les decía, podemos seguir con nuestra lógica acostumbrada y analizar las cuestiones de orden médico y científico que se avizoran para el futuro o revisar las creencias actuales en las que hay personas cuyas creencias establecen que el virus fue creado con algún obscuro propósito que no alcanzo a entender, que se les salió de control –es decir, que las mentes maestras que pueden crear en laboratorio un virus con esta capacidad de propagación son tan brutos que no lo pudieron tener en buen resguardo y se les “escapó” o lo dejaron salir con toda la estupidez necesaria para morir ellos mismos en su maléfica acción– y que además, las vacunas están diseñadas como “caballos de Troya” que insertan material genético y metales a los sujetos que permiten se les inoculen –todo esto citando a una ilustre desconocida que, además de ser monja, tiene una formación científica nula–.
Bueno entonces, ¿de qué se trata este capítulo 3 de las pandemias? Pues justo como dice el título, hoy quiero hablar del entorno. Tanto sirios como troyanos han aprovechado el evento para acarrear agua para sus respectivos molinos. Hemos visto comportamientos erráticos en las poblaciones de algunos países del mundo, como Italia y España, y también hemos sido testigos de las consecuencias que han pagado.
En los Estados Unidos de América, el presidente Trump ha dado tumbos entre la postura omnipotente en la que planteaba que ellos no serían víctimas de esta grave infección, hasta la situación que enfrentan actualmente en la que Nueva York es el centro mundial de la pandemia, y es este país el que ha aportado ya un porcentaje superior al 30% de las muertes a nivel global. De declarar un estado de emergencia nacional a azuzar a la población y a los gobernadores para que vuelvan a la vida laboral en sus territorios para reactivar la economía.
En un hecho sin precedente que hoy el valor del barril de petróleo es un monto negativo, es decir, hoy hay que pagar por producir y almacenar en lugar de cobrar por la venta de estos barriles. La economía enloquece, el planeta parece recuperarse, algunas especies animales que cohabitan en algunas zonas de la tierra con grupos humanos muy cercanos, es decir, muchas en un montón de lugares, pasan los obstáculos naturales puestos por las personas e incluso se asoman azorados por canales, avenidas y jardines para deambular porque esa plaga que nosotros somos, está constreñida en sus habitáculos, con agradables consecuencias para el medio ambiente en todo el mundo.
¿Y nosotros? ¿Qué estamos haciendo con este cambio brutal en nuestro estilo de vida? Estamos confinados, aislados, con la posibilidad de socializar y de tener contacto físico –que tan necesario es para nuestra especie– disminuidas a niveles mínimos. Salir a comprar alimentos, a realizar algún trabajo que nos permita seguir generando los satisfactores que requerimos para la sobrevivencia, se ha vuelto una actividad de alto riesgo que hay que enfrentar si nuestra labor es esencial para la sociedad y por la urgencia que tenemos de seguir, por lo menos, alimentándonos y cubriendo nuestras necesidades más básicas.
En este escenario es en el que se presentan hoy extraordinarias áreas de oportunidad para nuestro desarrollo personal. Tenemos, como nunca, el tiempo para estar en familia y/o solos en casa. Dicen los que creen en el karma y el dharma que nos ha tocado pasar esta cuarentena en compañía de las personas que nos correspondía y en las condiciones que nos corresponde en la rueda kármica. No lo sé, el hecho es que estamos con quien estamos y eso implica que juntos tenemos que sobrevivir el encierro o “morir” en el intento. Se dice que los índices de embarazos y de divorcios en China después de la contingencia COVID-19 incrementaron de forma notable. ¿Qué estamos haciendo nosotros con esta situación?
Estamos, antes que nada y como siempre hacemos en absoluta inconsciencia, utilizando nuestro activo más preciado, el tiempo. Si lo analizamos, cualquier otra posesión material o inmaterial puede ser recuperada, sustituída o renovada. El tiempo no. No estoy diciendo nada nuevo, lo sé. Quizá les suene de perogrullo, sin embargo, hoy que tenemos tanto tiempo para hacer o no hacer algo desde casa, encaramos una prueba importantísima que consiste en verificar qué tan bien hemos aprendido a estar con nosotros mismos, qué tanto estamos preparados para caernos bien y cuánto somos capaces de soportarnos. Y no, no me refiero al cónyuge o a los hijos o hermanos, me refiero a cada uno de nosotros con nuestra propia persona, en la realidad que con tanta veleidad pretendemos ocultar cuando la llenamos de ruido, de calle, de actividades y de negación.
Pues les tengo noticias, que son fundamentalmente un recordatorio de una realidad que hacemos omisa cotidianamente: no es posible escondernos de nosotros mismos. El futuro de esta pandemia será, sin duda alguna, una solución de salud, más o menos eficiente, que la controlará, la padeceremos, perderemos a muchos miles de individuos en el proceso, y el mundo seguirá girando como hasta ahora. La pregunta sustancial hoy es: Si soy de los sobrevivientes del COVID-19, ¿qué debo hacer para darle un sentido trascendental a mi vida? ¿Volveré a las calles siendo un mejor ser humano? ¿Estaré más preparado para hacer vida en comunidad? ¿Para respetar a la naturaleza? ¿Para entender que el futuro del mundo tendría que ser colaborativo porque lo que daña a uno nos daña a todos? ¿Cuál será mi aprendizaje y de qué manera seré una mejor persona (¿o no?) cuando esto haya pasado? Porque sabemos –para tranquilidad de todos– que esto, como todo, pasará.
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Magnífica reflexión del que pasará conmigo mismo pero antes el dramático laberinto de lo que viene primero ser victima del hambre o de la pandemia. El tiempo dirá, rogando que ojalá no sea mucho