Existen diversas causas a través de las cuales se puede iniciar una psicoterapia. En muchos casos la existencia de situaciones de crisis de diverso origen (de pareja, familiar, laboral, existencial); la aparición de síntomas psíquicos (ansiedad, angustia, irritabilidad, baja de deseo sexual); trastornos psicológicos o psiquiátricos (de personalidad, depresión, fobias, crisis de pánico) o la búsqueda de un espacio de reflexión, crecimiento y autoconocimiento son los motivos por los que se puede comenzar un proceso psicoterapéutico.
Ahora bien, al iniciar una psicoterapia se debe tener en cuenta que ésta es una disciplina, algunos lo consideramos un arte, que centra su labor en la psique o mente de un individuo, un lugar que no ocupa un espacio físico definido en nuestro cerebro, sino que, más bien, debe entenderse como el conjunto de funciones que dan origen a nuestra naturaleza racional, reflexiva, emotiva y creativa, tanto a nivel consciente como inconsciente. Es decir, se trabaja en un plano “intangible”, en un campo al que se accede por el lenguaje, se define por éste y, en buena medida, se trata o cura a través del mismo. Digámoslo de una vez: a nivel mental y, por ende, emocional y relacional, estamos hechos de palabras. El lenguaje nos constituye en lo que somos.
La psicoterapia accede a la mente a través del lenguaje verbal y no verbal. No trata a un cuerpo, ni a un órgano enfermo, no intenta descifrar a un número de documento de identidad, ni a un apellido; se trabaja con la historia y la memoria de un ser único e irrepetible. Esta unicidad implicará que el ejercicio terapéutico no será nunca igual. Cada mujer, hombre, niño o niña, cada pareja, cada familia son universos distintos. Por lo tanto, sistematizar u homogeneizar los procesos por los que se transitará a lo largo de un tiempo psicoterapéutico puede llegar a ser absurdo.
Sin embargo, individual, social y económicamente se le exige a pacientes y psicoterapeutas resultados rápidos, eficaces, simples y baratos. Se pretende situar al trabajo analítico en una lógica que a todas luces resulta inadecuada pues, por ejemplo, no se puede tratar un cálculo renal en el mismo plano que a una depresión originada en la muerte de un ser querido. Siendo ambos experiencias muy dolorosas, el diagnóstico, tratamiento y eventuales consecuencias de estos comprenden planos absolutamente diferentes, imposibles de comparar o equiparar. No se trata aquí de establecer competencias entre la mirada médica y la aproximación psicoterapéutica; ambas por lo demás suelen complementarse y pueden trabajar juntas, pero situarlas en un quehacer similar suele producir una serie de dificultades totalmente evitables y previsibles.
Hoy por hoy, la medicina occidental centra su labor básicamente en el plano paliativo, realizando una labor muy significativa en el tratamiento y eventual cura de múltiples patologías. Es indudable que en el plano preventivo y educativo la medicina también ha venido experimentando cambios y avances importantes. Sin embargo, resulta innegable que su trabajo se centra en lo urgente, en lo inmediato, en la extinción de los síntomas y las causas asociadas a una enfermedad en particular e idealmente en la cura definitiva de ésta.
La psicoterapia por otra parte no posee ese espíritu cortafuego, muy por el contrario; sin dejar de lado la cura como meta, su labor se orienta en lo importante, en lo mediato, en la comprensión del origen del síntoma, del sufrimiento, del malestar. De lo urgente a lo importante; ésa es la invitación de la psicoterapia, focalizarse en lo profundo, atravesar el síntoma, verlo como lo que éste es: una señal. Las señales pequeñas o grandes son sólo reflejos de nudos más intrincados. Desatarlos es el desafío. Desanudarlos con valentía, compasión, amor y paciencia es lo importante.
La praxis psíquica es ante todo una oportunidad de aprendizaje y comprensión. Hacer ese viaje, no siempre sencillo y rectilíneo, supone una aventura que bien vale la pena ser vivida. El premio no es poca cosa: la autonomía, la independencia emocional.
También te puede interesar: ¡Vota! En defensa de la democracia.