La hora cero ha llegado, el cuadragésimo sexto inquilino de la Casa Blanca, el demócrata de origen irlandés-católico conservador, Joe Biden, ha tomado desde este miércoles 20 de enero 2021, las “riendas” de la “aún” primera potencia mundial, acompañado de manera inédita por una vicepresidenta de tez negra y dama de origen asiático Kamala Harris.
El presidente Biden comienza en su asunción al cargo con una serie de instrucciones ejecutivas, que desmantelan la herencia trumpista, tendientes entre otras cosas al uso obligatorio de mascarillas y reinsertar la nación en la Organización Mundial de la Salud (OMS) –medidas concretas para contener la expansiva propagación del coronavirus–; poner fin a la prohibición de viajar a siete países de ideología musulmana; detener las obras de construcción en el muro fronterizo con México; además, buscar “torpedear” para reinstalar al país norteamericano en el denominado Acuerdo de París.
En un principio me parece una suerte de “película de ciencia ficción” la “impresionante” cantidad de más de 20,000 agentes (entre Guardia Nacional, policías locales, FBI y Servicio Secreto, desplazados en la capital federal de Washington D.C.) a fin de garantizar, por una parte, las masivas concentraciones propulsoras de un virus imperceptible; pero, también, para disuadir eventuales disturbios provenientes de grupos neoconservadores ultraderechistas que hasta entonces no han reconocido la victoria del nuevo inquilino de la casa del pueblo estadounidense –desde donde se gestionan las aspiraciones de cada ciudadano del país norteamericano–.
Ahora bien, Trump sale por la puerta de atrás –con una carta dejada en el despacho oval del presidente entrante–, enfrentado a un segundo juicio político y sin la “gallardía” de un acompañamiento público en los actos de investidura de Biden, para “saludar” la democracia y que sirviesen al mismo tiempo para fortalecer los llamados constantes a la unidad que ha hecho el nuevo dignatario. En este sentido, me parece que el mandatario demócrata empieza a demostrar con hechos ejecutivos concretos ser la antítesis de una visión unilateral trumpista sobre los asuntos domésticos y globales que indudablemente generaron conflictos y tensiones de diversa naturaleza en distintos espacios geográficos del planeta.
Mientras tanto, en mi entendimiento, el magnate republicano ha querido “ahogar” el dolor amargo de la derrota con su retórica negacionista de la realidad al dejar entrever que volverá a presentarse en 2024. Creo que ejemplos como estos provenientes del entorno Trump, en primer lugar “estremecen” los propios cimientos de la alternabilidad del poder bajo los eventos electorales, en tanto buscan deslegitimar estos procesos debido a que se anteponen los “propios” intereses frente al bienestar colectivo; por otra parte, van en contravía a la ética cívica, entendida en el plano concreto como la posibilidad de gestionar las diferencias mediante el diálogo con la finalidad de propiciar el entendimiento mutuo y desactivar tensiones que “opacan” la paz social.
En mi opinión, es el momento en el cual Biden debe apostar por una agenda global integradora, que privilegie la paz, seguridad y el progreso humano, bajo las “indelebles” normas del respeto a la autodeterminación de los pueblos, pero mediante el trabajo conjunto con las autoridades de los estados-naciones. Y, asimismo, consolidar los esfuerzos por el señalamiento y el “castigo” de aquellos dirigentes políticos-empresariales que “oprimen” de diversas formas a sus conciudadanos.
En conclusión, pienso que valores universales como la fraternidad, libertad, igualdad y solidaridad deben ser los pilares fundamentales para empezar a “borrar” de la tierra la aporofobia hacia todos aquellos seres humanos descritos como “sobrantes” del actual sistema socio-políticos y económicos globales (debido a que terceros deciden por sus vidas).
Posdata: Es humanista y reviste un alto valor simbólico el acto efectuado por el equipo de transición del nuevo presidente en relación a recordar y “adornar” la Explanada Nacional “The National Mall” con al menos 200,000 banderas que, de una u otra forma, representan la ausencia de estadounidenses fallecidos producto de la COVID-19, pero también reflejan la polarización extrema de los últimos cuatro años (de manera que estos estandartes nacionales “sustituyen” la presencia física, producto de fenómenos biológicos y sociopolíticos). Se calcula que solamente hubo mil personas presentes en los actos de investidura.
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