Cuando la ignorancia se convierte en fuerza política,
los errores son devastadores e irreversibles…
Pedro Rivera Ortega (PRO).
A lo largo de la historia, las sociedades han (hemos) vivido un sinfín de atrocidades, frustraciones y desencantos.
Independientemente de lo que cada quién haga por su propio desarrollo, los grupos humanos buscan líderes que promuevan el desarrollo personal, familiar y social. ¿Quién no quisiera –en su sano juicio– que así fuera? Es normal, incluso natural.
Así, tan pronto existe la oportunidad (por lo regular en tiempos de campañas), la gente se prende de quien en sus discursos declara palabras de ánimo y esperanzas ante los deseos vehementes (anhelos) de salir del atascadero social.
Esto sucede con mayor razón cuando los políticos, habiendo escalado al poder, no aterrizan los resultados esperados, o lo alcanzado no corresponde a los deseos auténticos de la gente.
De hecho, varias son las formas de atraer a los electores. Por ejemplo, hay a quienes le funcionan las promesas racionales (decir qué se puede resolver de manera material), otros envuelven desde lo emocional (hablan de odio, amor); y, a otros le pega el discurso mixto.
A las sociedades hartas, es fácil sembrarles factores emocionales con críticas rudas. Diría que criticar es la obligación de la oposición. Se expone lo mal hecho (resultados negativos) vinculando y adicionando esto a la suma de frustraciones y desencantos.
Esta práctica, como táctica política, es frecuente observarla (su aplicación) en quienes tienen menos preparación académica. Ello porque es un electorado potencialmente vulnerable que se encuentra entre lo que argumentan quienes están en turno, sea el gobierno o la oposición.
Lo usual es que los anhelos de la gente sean ahogados con avalanchas verborréicas que endulzan a la gente con supuestas soluciones (parches). No es verdad que revuelven las causas desde la raíz. De hecho, es lo que dicen todos en tiempos de campañas. En el gobierno no deja de ser labia.
Es lo que ha hecho y hace el presidente López Obrador. Quien en sus discursos prolongados de campaña no hace más que culpar, desdeñar o repudiar a sus adversarios (en el poder), con el fin de sumar a su parecer, las molestias de la gente, generando una sensación de comunión en la misma dirección.
Siendo oposición (bajo el manto de la retórica) desinstitucionalizó la máxima magistratura. Así fue construyendo su liderazgo que va debilitándose. Sembró frustración y esperanzas denostando. Ahora sigue haciendo lo mismo, pero contra las personas que se oponen a su discurso.
Es el mismo que ahora, desde el poder, se exime de sus negligencias, de manera que lo que antes criticaba, hoy son nada más circunstancias pasajeras muy diferentes; aunque, de acuerdo a otros datos (léase las últimas encuestas de Demotecnia, Nemotecnia, Mercaei y Enkoll), López Obrador ha caído en aceptación porque no ha logrado resolver las causas estructurales, pero acepto que sí ha resuelto factores domésticos. Ilógico sería si teniendo todo el control del poder, no lo ejerciera.
Es así como la legalización del soborno, ya no es corrupción. Porque los programas de gobierno aterrizados en la gente de menos recursos no son para mejorar su estado, son sólo analgésicos financieros sin acabar con la causa real. La pobreza. No se ha encontrado la forma de ir acabando con la miseria porque la riqueza no es generada por un asunto de conveniencia electoral.
Todo está apuntado a recordarle a “los beneficiados”, el favor. Hoy, el clientelismo se ha legitimado con leyes ad hoc. ¿Hay alguna diferencia con lo que tanto se criticaba?