Justamente ayer martes, a través de medios de comunicación masiva, los responsables de salud a nivel federal de la República Mexicana nos informan que el brote por coronavirus ha pasado a Fase 2, ya que se han presentado los primeros 5 casos comunitarios. Es decir, se ha encontrado evidencia de la primera transmisión cuyo origen no puede rastrearse al extranjero, por lo tanto, ya hay casos que no son importados. En este momento, la estrategia masiva de mitigación de la propagación constituye la mejor barrera para el combate a la enfermedad. Esta estrategia comprende una serie de acciones en la que todos podemos y debemos participar. Además, la expectativa sería que podamos hacerlo, idealmente sin ningún tinte político, ideológico o religioso porque, lo que va de por medio es la supervivencia de una buena parte de la especie humana.
Uno de los datos interesantes, e importantes en el combate versus el COVID-19 consiste en que, a pesar de ser un virus de muy rápida propagación, se autocontrola y autolimita desapareciendo en casi el 90% de los casos. Del 10% restante, 1% o 2% puede llegar a requerir hospitalización, incluso en terapia crítica. Si vemos estos números en porcentaje podemos darnos cuenta de que, en realidad, este virus es letal cuando se le permite una rápida propagación. Sobre todo, cuando se ponen a su alcance los sujetos de mayor riesgo en la población más vulnerable ante esta pandemia que son (¿somos?) adultos mayores, personas con el sistema inmune deprimido o suprimido por otros padecimientos como diabetes, hipertensión, obesidad, enfermedad renal, cáncer, VIH/SIDA, etc. Desde esta perspectiva, la principal tarea consiste en jugar a las escondidillas con el virus no dándole la oportunidad de que se aloje como huésped en nuestro organismo de forma tal que lo andemos distribuyendo, o que pueda llegar a provocarnos la enfermedad.
Ahora bien, como hoy en día los virus viajan en avión y entran de un territorio a otro sin visa, sin pasar aduana y alojándose en muchas personas sanas, que seguramente no se van a enfermar y que, sin embargo, sí son portadoras del padecimiento, sin siquiera pagar impuestos los virus toman posesión de otros seres humanos más vulnerables y así logran conquistar ciudades, países y hasta continentes enteros. Por ello, se ha hecho necesario actuar de forma conjunta y coordinada para contenerlos. Justo la tecnología ha colaborado a una más rápida propagación. En épocas antiguas, los habitantes de la tierra no estaban exentos de estos procesos infecciosos masivos, sin embargo, la distancia entre las poblaciones y los sistemas de comunicación no favorecían el contagio con el grado de aceleración con el que sucede hoy en día.
Como he venido mencionando, la humanidad ha tenido que enfrentarse en múltiples ocasiones a estos enemigos virales o bacteriales. Para ser exactos, los mayores asesinos de masas poblacionales importantes son estos bicharajos diminutos, ya que ni las guerras mundiales han matado a tantas personas. Dada esta situación, los científicos han desarrollado programas educativos de nivel posgrado en las facultades de medicina, en muchas universidades en el mundo, específicamente dedicados al estudio de la salud pública. Este posgrado es el de Epidemiología.
Los epidemiólogos tienen formación médica de base y luego se especializan en los temas de salud pública del tipo de las pandemias y epidemias. Con relación a éstas, han ido desarrollando, al paso del tiempo, una serie de criterios internacionales –validados alrededor del mundo– que plantean, en una primera instancia, las acciones necesarias para que, de forma razonable, podamos disponer de los recursos necesarios para la contención y mitigación de las epidemias en nuestro y en el mundo. ¿Se acuerdan cómo se criticó la reacción del gobierno mexicano cuando el caso de la influenza H1N1? Todavía hay quien considera que las acciones implementadas de reclusión y aislamiento social fueron exageradas, sin embargo, se controló la propagación y por haber hecho esto los resultados fueron buenos. Puesto que México era el país de origen y la epidemia no se viralizó desmesuradamente, tendremos que suponer que fue la mejor decisión en su momento.
En el caso del coronavirus no fuimos el país de origen, la provincia de Wuhan en China fue el epicentro y a partir de ahí se distribuyó el COVID-19 por el mundo. En un principio las autoridades chinas no creyeron –o no desearon creer–, el reporte del médico que les informó del surgimiento de esta nueva cepa que resultaba tan peligrosa. Hoy, después de miles de muertos, incluido ese médico y muchos otros profesionales de la salud, el desarrollo de la enfermedad por los distintos territorios nos permite programar con un mejor criterio basado en la experiencia generada en esos otros países, las actividades de cuidado, prevención y atención pertinentes para nuestra situación nacional. La experiencia de Italia nos permite valorar la importancia de la cuarentena y el distanciamiento social, el caso de Corea del Sur, que consiguió un pronto control estuvo basado en una elevada inversión en pruebas, suena muy bien pero para economías como la nuestra resulta impagable.
De un extremo al otro del mundo recibimos noticias que pueden generar alarma extrema y alertar a la población o asustarla de manera muy importante y, en medio de la incertidumbre y el temor, es importante pensar si somos capaces de mirar objetivamente la enfermedad. Quizá si la entendemos mejor, sin angustia ni ansiedad, seremos capaces de actuar en conjunto en la búsqueda del bienestar común.
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