Innovación, Tecnología y Sociedad

Intervienen y lo empeoran

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Empeorar. La regla indica que toda situación es susceptible de ser agravada. Sin estrategia, a los tumbos, absorbidos por responder al problema del día (que ellos mismos causaron): no hay buen viento para una nave sin rumbo. Se sabe hace mucho.

Bajo el signo de que ni es chicha ni limonada, el gobierno de la ciudad, uno de cuyos slogans apela a la innovación, la emprende contra las nuevas formas de movilidad en la urbe y cancela (no a las empresas) sino a los ciudadanos de un servicio.

Lo paradójico no es sólo que el principal perjudicado sea el ciudadano, sino que el uso de ese servicio responda, en buena medida, a la propia ineficiencia de ese mismo gobierno, que ahora lo castiga, para brindar un servicio de transporte digno y eficiente.

Si se trata de un problema de espacio público, el cual en efecto hay que salvaguardar en su naturaleza de que es de todos, no se entiende entonces por qué la completa inacción frente al crecimiento exponencial en estos meses de los ambulantes.

Transporte público.
Fotografía: Diario Puntual.

Si la preocupación deviene de regular formas de movilidad, no se entiende (o más bien, sí) la actuación frente a automovilistas a los que se premia quitándoles las fotomultas, facilitándoles trámites y dejando que se estacionen en donde les pegue la gana porque ya no hay grúas.

Varas de distinto largo. Pero, sobre todo, muchísima confusión por parte de una administración que no encuentra rumbo y a la que reclamos, y dificultades se le multiplican.

Sin capacidad ni vocación para regular a los ambulantes, los viene-viene, los tianguis, los peseros y los taxis sin placas, la intervención gubernamental la emprende contra quien (supone) puede.

La regulación es fundamental, nadie sostiene lo contrario. La intervención paralizante y fallida, en cambio, es caprichosa, y está teñida de intereses políticos.

Regulación pública e intervención gubernamental no son lo mismo. Bien han dejado claro los grandes historiadores y estudiosos de la historia del liberalismo. Y no sólo no son lo mismo, sino que sus efectos, está probado, son exactamente opuestos.

El viene-viene.
Fotografía: El País.

En este tenor, Viktor J. Vanberg ha identificado como intervención a ese modo de gobernar mediante un sistema de órdenes y prohibiciones específicas, donde se cuentan “las decisiones relativas a quién puede proveer de ciertos bienes o servicios, a qué precios y en qué cantidades”.

Mientras que se refiere a la regulación como un sistema complejo y articulado de “reglas generales que especifiquen las condiciones que debe satisfacer cualquiera que desempeñe una actividad”.

La intervención mediante órdenes regulativas, es decir, el eterno juego de gobiernos que autorizan o prohíben al libre arbitrio, tienden a hacer que las cosas empeoren, señala el también profesor emérito de la Universidad de Friburgo.

Justo en el camino que nos encontramos.

En 2013, a través de la empresa Ecobici, llegó el para entonces novedoso sistema de bicicletas compartidas. Apenas seis años después, el modelo se muestra claramente obsoleto.

Estudios recientes señalan cómo en las grandes ciudades dos terceras partes de los viajes que una persona promedio realiza, tienen una distancia menor a 8 kilómetros.

Está claro que la micromovilidad, ya sea a través de bicicletas o monopatines eléctricos, ofrece una forma de transporte rápida, amigable con el ambiente y eficiente.

Ecobici.
Fotografía: El País.

Por supuesto que ampliar esta oferta implicará afectar modos de transporte tradicional, como taxis y colectivos. Ejemplo de medios contaminantes e ineficientes, pero claramente asociados a otro tipo de mercado: el clientelismo político.

Reunidos recientemente expertos en nuevas formas de movilidad, coincidieron en el reto que significa una regulación que tenga como centro tanto el valor del espacio público como el aliento a la innovación.

En este marco, Stephen Perkins, experto en el tema, avanzó que la OCDE publicará en febrero un reporte en el que “se propone que las autoridades reguladoras adopten una actitud liberal frente a estos servicios y les permitan probarse como sistemas innovadores”.

Por lo pronto, en medio de dimes y diretes, y en lo que tiene más visos de intervención que de esfuerzo regulatorio, la autoridad de la Ciudad de México ha decidido suprimir el servicio de bicicletas sin anclaje que brindaba Mobike.

La medida, por lo pronto, ha dejado más de 300 mil usuarios registrados y con saldo en sus aplicaciones para usar Mobike, abandonados a su suerte.

Mobike.
Fotografía: Forbes-México.

La cuestión fundamental reside en establecer si, otorgando al gobierno autoridad para intervenir mediante órdenes discrecionales, podemos esperar de manera realista que se produzca una mejor tendencia del conjunto de resultados, concluye Vanberg.

Está claro que no. Ni se conocen acciones para rescatar el espacio público de quienes verdaderamente se han apoderado de él, y se llaman ambulantes y no bicicletas.

Ni mucho menos se sabe de un plan para reordenar y meter en cintura a esas unidades del peligro llamados taxis y peseros.

300 mil ciudadanos nos hemos quedado sin un servicio eficiente e innovador, sólo porque la autoridad es incapaz de ir contra los que verdaderamente debería de ir.

Porque a trompicones, sin estrategia y con una alta dosis de soberbia, agravar las cosas, siempre será posible.

¿Alguien lo duda?

Renunciar vía Twitter

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No es la primera. Ni tampoco será la última. Por supuesto. Ha habido una cantidad considerable antes. Y probablemente es que pronto veamos otras más.

En algún momento de la segunda mitad del siglo pasado fue la inteligencia clarividente de Marshall McLuhan la que nos hizo saber a todos, para siempre, que el medio es el mensaje.

Con las relaciones humanas como preocupación central, el erudito canadiense, entendió el análisis del medio como elemento consustancial del mensaje mismo.

El medio, hace ver McLuhan, de forma más que temprana, está lejos de ser un simple instrumento o una herramienta aséptica respecto al mensaje.

Imbuido de la cualidad de contenerle, el medio modifica, alumbra o distorsiona, la capacidad del mensaje para expresarse como contenido.

Al final y al principio de esta relación de complementariedad irrenunciable, entre el mensaje y el medio, McLuhan consigue romper con cualquier acercamiento ingenuo en relación con la interacción entre medio y mensaje.

Mc Luhan.
Herbert Marshall McLuhan fue un filósofo, erudito y profesor canadiense (Fotografía: El País).

De acuerdo con los datos actualizados a 2019, Twitter cuenta con poco más de 310 millones de usuarios activos. Muy lejos de los 1,500 millones de WhatsApp o de los mil que presume Instagram.

Se trata, sin embargo, de una red social que ha encontrado en la vorágine de lo inmediato, un nicho que nadie parece disputarle en el terreno de su capacidad para propagar una noticia.

En lo que mucho tiempo después sería una película protagonizada por Tom Hanks, el primer momento que anunció en lo que Twitter se convertiría, se dio a partir del incidente que protagonizó, en enero de 2009, un vuelo de US Airways al estrellarse en el río Hudson frente a Nueva York.

En aquella ocasión, fue un tweet, y no un cable o boletín aparecido en un medio tradicional, que dio cuenta del accidente aéreo con una fotografía incluida.

En su corta-larga vida, Twitter concentra sobre sí la peculiar condición de ser más influyente por su efecto: crear tendencia. Diríamos, en su propio lenguaje, que por la cantidad de participantes activos que la red registra.

Rápida, corta, sencilla y con una gigantesca capacidad de replicación, a través de la sencillez que implica un retweet, ha convertido a Twitter en un medio de muy alta influencia en relación con la velocidad a la que se multiplica una nota o una percepción.

Espacio para la interacción social, como ocurrió en Egipto y Argelia hace algunos años, lo ha sido también para impulsar candidaturas, ahí está Trump, o dinamitar carreras políticas.

Larga es la lista de renuncias provocadas por algo que bien podríamos nombrar como “arqueología del tweet”, y que consiste en encontrar eso que quienes frecuentan esta red se divierten en llamar: “siempre hay un tweet”.

Angry tweets.
Imagen: Calabasas Courier Online.

Desde el fugaz Ministro de Cultura español al que le hallaron un tweet en el que desdeñaba la tauromaquia, hasta la renuncia de la Embajadora de Unicef en Colombia por un mensaje discriminatorio, o la declinación de un presentador de los Oscar por un caso de chistes homófobos.

Terreno resbaladizo, la plataforma tiene en sus propias cualidades, la rapidez, la sencillez y el estado casi de pulsión con el que laten muchos de sus mensajes, su propia dificultad de manejo para personajes públicos.

Hace pocas semanas, en un estilo de gobernar que ha sido desconcertante, por decir lo menos, para un número grande de sus compatriotas, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, despidió a un funcionario vía Twitter.

Capaz un tweet de provocar dimisiones, obligadas o fulminantes, como se ve, mucho menos común es que Twitter haya sido elegido como el medio, en el sentido que le da McLuhan, para comunicar una renuncia.

No se trata de que el o la funcionaria confirmen que han presentado a su superior su solicitud de separación al cargo. No, no es eso.

De lo que se habla es de un superior que se entera, vía Twitter, de la renuncia de su subordinado, carta incluida.

La descomposición de las formas institucionales, en un gobierno o una organización, delatan que hay problemas mayores que no están encontrando el cauce adecuado.

En todo gobierno u organización cohesionada y ordenada es el superior el responsable de que se conserve la disciplina institucional. En todo momento la responsabilidad de las formas le corresponde a él.

Renuncia Urzua
Imagen: Revista Entérate.

Quien elige como medio Twitter para renunciar lo hace porque, como dice su propia comunicación, ha sido orillado a ello.

La erosión de las formas institucionales acaba por exhibir un liderazgo errático que en la obnubilación de pasar a la historia, descuida una de sus tareas fundamentales: atemperar, conciliar.

Cualquier tipo de liderazgo que no pueda hacerlo con los suyos, un liderazgo que exhibe y es irrespetuoso incluso con los suyos, está condenado a ser a su vez exhibido en su inoperancia y lo ominoso de su proceder cotidiano.

Cuando esto no sucede, se quiera explicar como se quiera explicar, el augurio de lo que sucede y se viene no puede ser bueno.

Twitter se convirtió en lo que es, adelantando la imagen de una aeronave que se hundía en el Hudson. El medio es el mensaje.

Preocupémonos.

Saber comportarse, lo menos que se espera

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En la mesa. Es ahí, a ese sitio y ese momento con el que suelo asociarlo. Las llamadas de atención. Las más de las veces silenciosas. Una mirada. Severa, a cual más. Con eso bastaba.

Saber comportarse. Especialmente a la hora de comer. Ser capaz de seguir ciertas reglas, las que sean, pero reglas al fin. Un código. Social. Como cualquier otro. Un principio básico de convivencia.

En sentido inverso de la idea de Freud. La libertad no es hija de la civilización, diría el vienés. Aun más, lo que llamamos civilización es el triunfo del comportamiento sobre el instinto.

Desde luego que no somos la única especie que establece comportamientos aceptables. Y otros que no lo son. Como tampoco tenemos la exclusividad de las reprimendas a quien en le grupo rompe ese acuerdo fundamental y fundante.

En lo que sí nos distinguimos es en la conciencia del acto. Es decir, en la capacidad psíquica de percibir no sólo nuestro acto sino a nosotros mismos en el mundo.

Imagen: Revista Diners.

Así pues, comportamiento y eso que denominamos como personalidad, estarán profundamente vinculadas, a partir de un doble nivel de interacción, externo e interno.

Desde hace unos años, alimentada tanto por la relación que las personas guardan con lo racional como con lo impulsivo, las ciencias del comportamiento han encontrado en el diseño de políticas públicas un nuevo espacio de desarrollo.

Ya el estudio sistemático de la economía irracional, que tiene nada menos que al Nobel de Economía 2017, Richard H. Thaler como uno de sus máximos exponentes había sentado las bases de esta expansión.

Thaler, asume que no todas las decisiones obedecen necesariamente a un comportamiento lógico y racional, que supondría prever, esperar, un beneficio.

El también profesor de economía de la Universidad de Chicago, y ahora toda una celebridad, plantea tres factores capaces de torcer la racionalidad de un comportamiento esperado: la racionalidad limitada; la percepción de justicia; y, la falta de autocontrol.

Imagen: Alejandra Mastrangelo.

Bajo esta línea, desde 2015 una institución del tamaño y trascendencia del Banco Mundial ha desarrollado un área de investigación a la que denomina Mente, sociedad y conducta.

Esta iniciativa forma parte, de modo simultáneo, de distintas iniciativas que están aplicando los principios de las ciencias del comportamiento al diseño, implementación y evaluación de políticas públicas.

De acuerdo con el último reporte del Banco Mundial, actualmente existen más de 200 entidades públicas, alrededor de todo el mundo, involucradas en esta perspectiva.

La mejora del rendimiento escolar a bajo costo en países tan disímbolos como Perú Indonesia o Sudáfrica, la participación económica de las mujeres que viven en el campo en México o el aumento del cumplimiento fiscal en Guatemala o Polonia, son algunos ejemplos.

Banco Mundial, mind, society and behavior
Imagen: World Bank Group.

Dice el informe mundial de la Unidad de Integración Mente, Comportamiento y Desarrollo del BM: “En el mundo divisionista de hoy, aumentar la empatía y los comportamientos pro-sociales puede ser fundamental para garantizar sociedades y gobiernos seguros, cohesivos y productivos”.

El espacio de trabajo que se abre parece no tener límite, siempre y cuando, claro, exista de parte de los gobiernos la capacidad para aportar de manera amplia y sistemática por este tipo de estrategias.

A su vez, sin embargo, el ejercicio omnímodo del poder público que se extiende como experiencia cada vez más común en el mundo, da cuenta de lo certero de la teoría de Thaler, así sea en su versión casi dramática.

Políticas públicas que son sustituidas por la decisión autocrática a partir de la muy personal forma de comprender lo importante, lo urgente, lo necesario, e incluso lo legal, por parte de quien ejerce una responsabilidad pública.

Servidoras y servidores públicos que, de modo cotidiano, y no intencional, rinden tributo a Thaler al transformar en decisiones de gobierno una evidente racionalidad limitada; una muy personal percepción de justicia; y, una ostensible falta de autocontrol.

libros de Richard Thaler

El desplazamiento de las políticas públicas por la ocurrencia, el dislate o la franca ilegalidad no obedece, pues, solamente a una cuestión de voluntad y capacidad.

En el comportamiento desatinado de estas servidoras y servidores públicos, de todos los niveles, priva la idea de que su muy personal personalidad es (debe ser) el insumo esencial en la toma de decisiones.

Lo público, por el contrario, demandando de quien lo ejerce como responsabilidad, poner su persona completa, le exige al mismo tiempo, dejar de lado lo personal y dar paso a lo institucional.

Ése es el paso que no quieren o no pueden dar quienes entre la limitada racionalidad, la muy personal noción de justicia y la falta de autocontrol, asumen que gobernar se trata de ellos y no de los que no son ellos.

Desde la más alta constitucional hasta la de menor ámbito. Lo menos que se espera de quien tiene una responsabilidad pública, es que sea capaz ampliar su racionalidad, plegarse a los criterios establecidos de justicia y lograr autocontrolarse.

Saber comportarse. Estar a la altura. Trascender la permanente autoreferencialidad. Entender que no se trata de ellos, sino de los otros.

Porque hay algo, y es mucho; ni hablar, que no son ellos.

Dejar de esperar: la tecnología en manos de la comunidad

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Somos lo que decimos. Y cómo lo decimos. El lenguaje nos rebela de nuestra condición animal. Mas, de igual manera, el lenguaje revela de cada cual la naturaleza más profunda de lo que habita en su imaginario.

Desde el centro. Crear un punto irradiador. Señalar el lugar desde el que habrían de llevarse las cosas, allí desde donde debían de partir para “hacerlas llegar a todos los demás puntos”.  Determinar un sitio desde el cual pudiera medirse la lejanía.

Así, se dirá y se aceptará que un sitio se encuentra tan alejado o atrasado, como grande sea la distancia que media entre ella y ese centro que organiza el mapa de la nación.

Si el tiempo colonial gustó de entregarle a la Metrópoli las decisiones más trascendentes, y a veces las nimias, también, de la vida de las colonias, pervive hasta hoy la desfasada ilusión que el progreso “se lleva” desde la capital y las decisiones de sus poderes, hasta el “último rincón” de la patria mexicana.

“Debemos llevar Internet a todo el país”, se ha declarado de modo insistente durante los primeros meses de la nueva administración.

Telecomunicaciones en el Itsmo.
Imagen: Ecoosfera.

Llevar, sí, así se piensa, “transportar” de un lugar que sí tiene ese bien (y sabe cómo usarlo) a otro que está “lejos” y, se asume, por lo tanto, ni lo tiene ni podría tenerlo si el centro no (se) lo lleva, no (se) lo hace llegar.

De la misma manera que el siglo XX (y quien en su configuración de mundo personal sigue en él) llevó tractores al campo, llevó energía eléctrica a las poblaciones más recónditas, de esa misma manera se construye la propuesta de crear una (nueva) empresa estatal que “lleve” Internet hasta el punto más apartado.

Esta construcción fantasiosa es la raíz del centralismo más arraigado. Esto y un elemento, también figurado, adicional: se está cierto que quien recibirá lo que se ha de llevar, no ha hecho otra cosa todo este tiempo que esperar.

Al que lleva, desde el centro que si tiene, lo espera (y su única condición es la de quien espera) alguien en la lejanía.

Completa el cuadro de esta profunda convicción centralista y asistencial, la incapacidad para imaginar las capacidades del otro como un ser activo capaz de construir por sí mismo y para sí.

Se llama Talea de Castro, forma parte de las poblaciones de la Sierra de Juárez, en el estado de Oaxaca. Tiene cerca de 2,500 habitantes que hablan zapoteco y saben que, en esa lengua, el nombre del lugar quiere decir: Ladera con patio.

Telecomunicaciones en las comunidades.
Fotografía: Radiografía Informativa.

Además de varias bandas de música, y al igual que un número importante de municipios oaxaqueños, Talea de Castro cuenta con una radio comunitaria.

A esta radio le fue otorgada, como resultado de la Reforma constitucional en materia de telecomunicaciones de 2013, una concesión única de tipo social para uso del espectro radioeléctrico.

Esa concesión ha permitido, no sólo frenar la criminalización que por mucho tiempo persiguió a las emisoras de tipo comunitario, la mayoría de ellas indígenas, sino además constituir la base para ofrecer su propio sistema de telefonía celular.

Si bien durante estos años se ha enfrentado a lagunas legales que, por ejemplo, los situó en la obligación de pagar el mismo gravamen que las grandes empresas privadas, el caso de Talea de Castro se ha expandido con éxito a otras poblaciones.

El rol fundamental que han jugado las radios comunitarias indígenas hoy se ha ampliado y recibido apoyo de organizaciones sociales tanto del extranjero, Rizhomatica.org, por ejemplo, como mexicanas.

De entre éstas destaca Telecomunicaciones Indígenas Comunitarias, asociación civil (TIC-AC) que busca “aportar herramientas en el ámbito de telecomunicaciones que favorezcan la organización de y entre los pueblos, la defensa del territorio, la equidad de género y los procesos de autonomía y autodeterminación”.

Telecomunicaciones del Itsmo.
Fotografía: www.keywordbasket.com.

Se trata, por supuesto, de una línea de trabajo basada en incentivar la toma de decisión por parte de las comunidades, sobre la base de una cultura colaborativa y una visión de horizontalidad en la apropiación tecnológica y el fomento a la innovación.

Dice TIC-AC, “trabajamos con organismos en proyectos afines a nuestros principios y que no implique: el enriquecimiento y empoderamiento de una persona o grupo por encima de la comunidad; la destrucción de territorio, medio ambiente y de la memoria y práctica comunitaria; el fortalecimiento del patriarcado, el capitalismo, el sistema de partidos políticos y el religioso”, entre otros principios.

Comprender, dimensionar este tipo de iniciativas requiere, como resulta evidente, romper con lógicas ancladas en el corporativismo, el centralismo y el paternalismo.

Hace falta más que humildad para reconocer que lo último que un proyecto así espera es una empresa estatal ineficiente, cara, diseñada de manera casi unipersonal y desde “el centro” que les desplace o les anule.

Transitar del siglo XX al XXI es, en este caso, una llamada urgente a entender, de una vez por todas, que aquellos que se imaginan sentados esperando que les “traigan” las cosas, hace rato se pusieron a construirlas por ellas y por ellos mismos.

Hace rato.

El hombre de las mil decisiones no necesita tecnología

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Hay una sola historia. Una sola que recorre todos los tiempos. No como maldición, sino como marca humana. No reina sobre lo inevitable. De ahí que resulte fascinante. Se puede evitar, pero no se quiere.

Se regresa a ella como algo que nuca se ha ido. Para refrendar que hay algo que puede estar por encima del tiempo. La misma historia, dice Joseph Campbell, de forma variable. Lo constante, dentro de lo que muta.

Se encontrará a quien antes que ser hombre quiera ser héroe. Incluso cuando no tenga ninguna cualidad sobresaliente. O incluso por eso. Su decisión de vida es repetir esa historia única. La del hombre que antes de ser hombre, decidió ser héroe.

El héroe es tan simple como esa historia omnipresente. Simple como su propio mundo de verdades. El mundo del hombre decidido a ser héroe no requiere ni siquiera que la realidad corrobore lo que dice o lo que piensa.

Enseña lo que no conoce. Riega verdades sobre lo que ignora a fondo. Asevera con tal convicción que persuade. No porque sepa, sino porque cree. Lo suyo, pues, no son actos de conocimiento sino de convicción en que así pasarán las cosas.

Decisiones.
‘Decisiones’, Dulce María González Calero (s/f).

El hombre decidido a ser héroe está, pues, persuadido, no sólo de que él puede (y debe) serlo, sino además de que la verdad es una sola.

Mostrar el camino, así él no lo haya recorrido nunca, es su tarea. Pelear incansablemente contra aquello que se le oponga, una consecuencia de ésta.

En el decir de Campbell sobre el universo de las representaciones, para el héroe no hay cosa más evidente que los seres humanos, no los héroes, los seres humanos, “nacen demasiado pronto; están incapacitados para enfrentarse con el mundo”.

El propio erudito norteamericano define al héroe como “el hombre de la sumisión a sí mismo”. Mas, señala el mismo Campbell, ¿sumisión a qué?, al identificar este rasgo como la principal virtud del héroe.

A su decisión de serlo. A eso se somete, a sí mismo, se dirá, pues se trata de un acto, así lo mira, en el que radica la decisión primera y básica de su destino. Las demás, vendrán por añadidura.

No debe extrañar, entonces, que para quienes han decidido ser héroes, no haya cosa más natural que decidir, incluso al grado de ser rebasados por ellos mismos.

El super hombre.
‘Man sitting on ladder overlooking the city’, Nico Fine (s/f).

Al hombre decidido a ser héroe, le habita, como sangre en las venas, un talante casi compulsivo de tomar en sus manos cada decisión. Al final es regresar al principio. La decisión primera, la decisión que engendra todas las demás.

El héroe decide todo el tiempo; el héroe lo decide todo. Decide por encima del tiempo, del sentido común, de los datos, de la ciencia, de la evidencia, él decide porque es el que (ya) decidió.

Confiará en unos cuantos, en ciertas rutinas (si no es que verdaderos rituales), confiará en algunas señales, en algunos instrumentos o herramientas. Pero sobre todo, confiará en su instinto. Su intuición lo separa y lo une, de otro modo, al mundo.

El mundo externo, sus tecnologías, sus avances, todo aquello a lo que se le confiere un estatuto de progreso, significa poco para el hombre que ha decidido ser héroe, comparado con su percepción como fuente para tomar decisiones.

Aún más, el mundo exterior con todos sus instrumentos, su capacidad de raciocinio, con sus científicos, poetas, académicos, artistas y tecnólogos, no será para el hombre decidido a ser héroe, sino muestra de que su estatura supera esa exterioridad.

Para el hombre decidido a ser héroe, la historia, que no es otra que su historia, se resume, justamente, en el tránsito entre la realidad exterior, con todos sus instrumentos y representaciones, y el mundo interior, su mundo interior, como origen de cada decisión, desde la primera hasta la última.

El hombre.
Ilustración Javier Jubera.

Campbell lo dice de este modo, el primer paso, al que denomina separación o retirada, consiste en una “radical transferencia de énfasis del mundo externo al interno, del macro al microcosmos, una retirada de las desesperaciones de la tierra perdida a la paz del reino eterno que existe en nuestro interior”.

No hay camino que lleve hacia delante en el andar de quienes han decidido ser héroes. Lo que es más, la tecnología, eso que llamamos progreso es un distractor, una sombra de la realidad real, diríase con aires platónicos.

Así, sin importar la época, la geografía o las culturas, la historia del héroe es siempre la historia de aquel que decidió serlo, por encima de todo y de todos.

Mil caras ha tenido el héroe a lo largo del devenir humano, dice Campbell. Mil rostros humanos distintos. Un mismo camino común. Una historia que se repite. Porque es una sola historia.

En las mil decisiones que toma a diario el hombre decidido a ser héroe, pervive una: él mismo y su destino.

Bajo ese parámetro, mil decisiones a diario incluso pudieran parecerle pocas. Él ya tomó la fundamental. Su mente está en otra parte. Su destino. Y para eso no necesita de la tecnología.

Con él se basta.

Al filo de la tecnología, la salamandra reina

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A Mayra Inzunza,
gracias siempre.

Ser dual, encarnación de la ambigüedad, de la doble, y contradictoria, condición con que lo humano dota a tantas cosas que le desconciertan y causan repulsa a la vez.

Se atribuye a Aristóteles el inicio del estigma sobre las salamandras. Fue él quien dejó plasmado que eran capaces de caminar sobre el fuego sin que les pasara nada.

Animal mítico y real, fantaseado y conocido, encarnación de maléficos dones en otras épocas, anfibio inofensivo, testimonia la ciencia.

Los señalamientos sobre los poderes sobrenaturales de la salamandra siguieron por muchos siglos. La Edad Media recogió de Plinio El Viejo, la firme creencia de que la saliva de la salamandra era capaz de secar un árbol.

El genio del gran Leonardo la hubo de ubicar también en esa zoología fantástica que cruza los siglos, al asegurar que la salamandra no tenía órganos de digestión, lo que explicaba por qué se alimentaba sólo de fuego.

Salamandra de fuego.
Imagen: Pinterest.

Mas no todo es sombrío en la larga historia de las figuraciones que acompaña a la salamandra. Lo que es una cosa, es la otra también. Y así como se le señaló de resistirlo todo, ello le llevó a ser emblema de escudos y símbolo guerrero.

Del fuego le viene también, pues, la valoración que su ideación ha tenido durante siglos. A ellas, a las salamandras, corre la especia en sentido contrario a la maldición, debemos los humanos el fuego que portó Prometeo.

Según una versión del mito, fueron salamandras, ni más ni menos, las que portaron desde las profundidades el fuego que simboliza el saber, para entregárselo al héroe y que éste a su vez lo entregara a los humanos.

Anfibia, contradictoria a cuál más, protagonista de leyendas y maldiciones, portadora de historias fantásticas, la Ciudad de México es a su modo una salamandra que resiste y pervive entre descripciones radicalmente discordantes.

Ya en la superficie, ya entre las profundidades, avance y retraso, hazañas tecnológicas y obscenos arcaísmos coexisten en la ciudad capital, como si fuera posible no inmutarse por ello.

En una misma esquina una cámara monitorea en tiempo real con conexión a un centro de comando y vigilancia, y de modo simultáneo una luminaria, simple foco, se diría, hace meses que no sirve.

Wifi en el metro.
Ilustración: La sala 101.

Luego, si se desciende, el Metro, esa proeza de otro siglo, ofrece wifi gratuito, y funciona, mediamente, pero funciona, sólo para que pueda mandarse un WhatsApp avisando a casa que las escaleras eléctricas siguen sin servir.

Una oruga gigante, hecha de tecnología pura, se escabulle entre los túneles que contienen el lodo de los siglos, restos del lago de origen.

Los túneles no ceden, pero entonces el lago, agua inquieta, vuelto mar de goteras, se hace presente desde la superficie e inunda por completo la estación.

¿Cómo puede ser que un usuario, el mismo usuario, digamos, un hombre mayor, pueda ir a bordo de un tren mirando en su celular un partido en vivo que en ese momento ocurre en Ucrania, y al descender deba enfrentar subir más de 100 escalones sin más ayuda tecnológica que un bastón?

La brecha tecnológica no corresponde, entonces, sólo a las diferencias entre personas y su grado de competencia para manejar dispositivos, a la manera esquizoide en que en un mismo espacio un servicio público puede ser tan portentoso y tan deleznablemente omiso con sus usuarios.

Del papel, de la planeación, de la imaginación de lo que será una administración a la dura realidad con sus amplias franjas de primitivismo en todo su (no) esplendor.

Porque una cosa es que quien aspira a gobernar lance como eslogan: Innovación y esperanza para la Ciudad de México. Y otra es que ya convertido en gobernante, los ciudadanos aspiren ya ni siquiera a que la innovación se refiera a lo nuevo, sino que se componga lo viejo.

CDMX.
Ilustración: NeoMexicanismos.

O dicho de otra manera, que entre esas zanjas de lo inservible, la promesa de innovación, de instaurar lo nuevo, sea componer lo viejo, antes que crear, sobreponer, anunciar, fundar… lo nuevo sobre lo que no funciona.

Es de temer, dada la rapidez con la que crece y expanden las zonas de lo inoperante, que al final del día, los ciudadanos en efecto alberguen una esperanza: ya no innoven, hagan que sirva lo que servía.

¿Puede no haber wifi gratuito dentro del metro? Claro que puede no haberlo. Siempre será deseable que lo haya, pero lo indispensable no pasa por ahí. Lo indefectible es la dignidad de las personas.

Que a las y los ancianos se les resguarde de la indignidad de quedarse 15 minutos, recuperándose el resuello, en el rellano de una escalera automática que hace 5 meses no funciona.

Entre las muchas cosas que se les han endilgado históricamente a las salamandras está el que envenenaban, emponzoñaban, se decía, ríos, estanques, manantiales, incluso.

Un valle entero, se podría decir ahora. El ánimo y paciencia de los habitantes de una ciudad que no funciona.

No hay ser que pueda andar sobre el fuego y que no le ocurra nada.

No es mito.

No son los aparatos, es la experiencia

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Michel Serres
In Memoriam.

Tan asombrosamente antiguo. Tan elusivamente nuevo. Lo demasiado antiguo, lo extraordinariamente nuevo. El mundo que nos rodea y sus inmensas posibilidades tecnológicas.

Cada vez menos nuevas, pero no por ello menos sorprendentes, las tecnologías asociadas a la información y la comunicación ha modificado radicalmente nuestra manera de relacionarnos con las cosas y unos con otros.

Días atrás murió Michel Serres. Francés. Filósofo e historiador de la ciencia. Había nacido nueve años antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial en 1939. Un niño de la guerra. Un niño zurdo, sensible y excepcionalmente brillante.

Tenía 88 años al momento de morir. ¿Poco? ¿Mucho? Dependerá siempre de aquello para lo que la vida se use. En el caso de Serres, cuan breve como intensa su curiosidad.

Autobiografía.

Hace cuatro años, en 2015, sabiéndose enfermo, Serres publicó una autobiografía poco común. Lo es desde el propio título: Figuras del pensamiento. Autobiografía de un zurdo cojo.

En el entrecruce entre historia de la ciencia, filosofía, educación y una pluma poética, Serres era un convencido de las posibilidades que esta era abre para usar algo más que el 20 o 25% de nuestro cerebro, como ha ocurrido en la historia. “Despertemos”, clamaba en una entrevista a Le Monde en el lejano 2001.

“Está todo por volver a hacerse”, asegura en Pulgarcita, el volumen que dedica a su nieta y la generación de ésta, “queda todo por inventar”, celebra. No como el hombre de 83 años que era entonces, sino como aquel que agradece la vida en él y en quien la vida florezca.

No siempre, sin embargo, el entusiasmo de Serres fue compartido. Él mismo da cuenta de ello. Relata: “En los años 1960 los filósofos se escandalizaron cuando dije que Hermes remplazaría a Prometeo. Es decir, que la sociedad de la comunicación remplazaría a la sociedad de la producción. He tenido que esperar mucho tiempo, entre quince y veinte años, para que eso ocurra. En la época en que elaboré mi informe sobre la enseñanza a distancia, no pensaba que tales técnicas se desarrollarían tan rápidamente”.

Serres no habla conjugando en futuro, sino en presente. El cambio ocurre ya. Es la sociedad toda la que se transforma, ya, de modo acelerado.

Luego, hace un paralelismo con la invención de la escritura, primero, y con la invención de la imprenta, después: “se ven afectadas casi las mismas zonas de la sociedad: nuevas formas de democracia, nuevos derechos, nueva pedagogía. Son las prácticas sociales de este tipo las que me parece van a transformarse. Es más, ya están siendo transformadas”.

Hermes y Prometeo
Representación de Prometeo (izquierda) y de Hermes (derecha).

Por regla de lo escaso, el pensamiento brilla. Pensar es lo escaso. “Pensar es atrapar lo escaso, descubrir el secreto de lo que tiene una suerte inmensa e infrecuente, contingente, de existir o de nacer mañana”.

El problema, pues, no es el medio, sino abandonarlo, abandonarse, acomodarse a lo que se multiplica como repetición inclemente e incansable de lo mismo sobre lo mismo.

¿Falta de imaginación? Sin duda, afirmará Serres. De audacia. De atrevimiento a estar exigentemente vivos. Las herramientas, lo que la edad digital nos brinda, los artefactos, están ahí, como nunca al alcance de cada vez más personas.

Ir tras lo escaso. Al reencuentro, inédito, de lo antiguamente nuevo. Para quien arguye en contra de lo digital, hace ver Serres: “Las nuevas tecnologías tienen dos características. Son demasiado antiguas en sus objetivos y alcances, y extraordinariamente nuevas en sus realizaciones”.

Del Big Bang a la generación de los nativos digitales, vivimos, somos parte de un tiempo universal. Relámpago. Síntesis.

Hacia el final de su peculiar autobiografía, sorprendido de que sus edificios coloniales se hallen sobre restos de antiguos templos, impresionado de su condición de urbe que en una zona altamente sísmica navega sobre restos de un lago, Serres dedica un pasaje a la Ciudad de México.

Experiencia digital.
Fotografía: Seminarium Internacional.

Habito como ella ese resto lábil de tiempo; metido en un rincón entre los siglos de los siglos, me alojo en la misma inclinación frágil, suspendido por el péndulo e inquieto por el mismo desvío, me contengo para no deslizarme antes de ahogarme en la compacidad de la arcilla; mis muros se rompen, mi cúpula se agrieta: habito esta nave y participo del vértigo de su batalla vital…

Vivir exige pensar, dirá enfático este Serres lleno del brío que siempre fue él mismo. La alegría de pensar, la experiencia más vívida de ese misterio insondable y eterno que seguirá siendo el flujo del tiempo. “Cada pensamiento viene de todas partes y allí vuelve”.

Pensar es inventar. Inventar un mañana. Pobre de aquel que en su dureza, no halla cómo acomodarse a esta edad donde la fluctuación es lo común.

Multiplicidades fluctuantes, nos dice Serres. El anticipado, mensajero del futuro hecho presente. El enviado del tiempo.

El relámpago gobierna el mundo, recupera Serres a Heráclito. El relámpago no es los anteojos con que se mira, ni el telescopio con el que se anuncia, ni tampoco la cámara con la que se fotografía.

El relámpago es la experiencia.

Golondrinas y el mundo digital colaborativo: ¡La Matatena!

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Es cierto. Una golondrina no hace verano. Ya lo dice la sapiencia popular. Esa que no viene de ningún lugar en concreto, pero está en todas partes. Porque somos nosotros mismos.

Una golondrina no hace verano. Veinte, lo exceden. Dos decenas de golondrinas, surcando el cielo a trino abierto, frente a los ojos del asombro, son más que un verano; ciertamente.

Hace veinte años, el mundo era tan distinto que hoy casi pudiera decirse que era otro. Radical y decididamente otro. Todos lo éramos, también, sin duda.

La apariencia del mundo ha visto aparecer tantas cosas nuevas, como quizá no había ocurrido desde que algunos intrépidos navegantes retornaron a Europa a contar que habían encontrado un Nuevo Mundo.

Mas, aquello que constituye eso que llamamos realidad, esos objetos, esos hábitos, esas ideas, no sólo ha respondido en estas dos décadas a las apariciones sino también a las desapariciones de lo que no supo o no pudo adaptarse a los nuevos tiempos.

Kodak, que acompañó la historia de la fotografía, se fue. Como se fue también Remington, sin importar que en sus máquinas de escribir hubiese ido al papel grandes obras. Como se fue Pan Am.

Pan Am
Fotografía: Adweek.

Incluso, marcas o compañías que fueron parte del cambio en los hábitos, los objetos y las ideas del mundo de finales del siglo XX, como Blockbuster, MSN Messenger, Napster o el Concord, pasaron a ser historia.

Mucho antes de que el mundo radicalmente nuevo en el que hoy vivimos emergiera, el gran escritor de origen inglés Aldous Huxley, había ya centrado buena parte de la voluntad que la vida impone en un solo acto: perseverar.

La voluntad, escribe Huxley, en 1945, en pleno final de la II Guerra Mundial, “puede ser fortalecida por el ejercicio y confirmada por la perseverancia”, se lee en La filosofía perenne.

De esa voluntad, de ese ejercicio de la perseverancia está hecha una iniciativa de origen por completo ciudadano, que acaba de cumplir 20 años de persistir, y que se llama: La Matatena.

Fundada en 1999, La Matatena es una Asociación civil cuyo propósito es tan claro como noble: promover en las niñas y los niños el gusto, la pasión, sería más correcto decir, por el cine.

La Matatena, que en el nombre lleva buena parte de esa vocación de infundir a través del juego, una forma de hacer el cine como una tarea eminentemente lúdica, grupal y colaborativa ha estado lidereada desde su fundación por quien es su alma: Liset Cotera.

La Matatena.

Apabullados por el cine para niñas y niños que produce la industria, bajo la lógica industrial de la industria, La Matatena se echa a cuestas cada año la organización de un Festival de Cine para Niñas y Niños.

Cada verano, el Festival es oasis frente al cine de consumo masivo, pues convoca cintas provenientes de todo el mundo que comparten, además de la gran calidad, su pertinencia respecto a temas de actualidad, el estímulo de la inteligencia crítica y la formación del gusto cinematográfico en los menores.

Ahí, sin embargo, apenas la mitad de esa hazaña de perseverancia en que se ha convertido La Matatena.

La labor la completan los talleres. Es decir, la formación de cientos, miles ya, de niñas y niños que han aprendido de cine haciendo cine a lo largo de estas dos décadas.

Si Rousseau habló en su momento de la educación sentimental, la labor que La Matatena ha hecho en la formación de una suerte de educación de la mirada, de un sentido estético en niñas y niños, es un trabajo de alto valor social.

De modo adicional, Liset Cotera, y todos y todas quienes han creído en este proyecto, han tenido el tino de lograr que, sin perder gozo, sencillez y creatividad por delante, aparezca ahí la realidad de contrates e inequidades que pueblan a la sociedad mexicana.

La Matatena.
Fotografía: Revista Encuadres.

El siglo XXI, ese al que La Matatena se adelantó, es el siglo de la sociedad. No comprender que el signo esencial de este tiempo es el protagonismo que la sociedad desarrolla, es haberse quedado anclado en la centuria anterior.

Cada minuto, cada sesenta segundos de este 2019 en que La Matatena no solo ha persistido sino está más fuerte que nunca, se cargan 4 millones y medio de nuevos videos en YouTube, se descarga medio millón de aplicaciones y se envían 41 millones de mensajes.

En el mundo digital de hoy, la sociedad es la gran productora de contenidos. La Matatena lo intuyó en 1999, y tuvo la voluntad, la fuerza y la perseverancia para permanecer, ampliarse y abrir nuevos horizontes.

Crear, en el contexto de lo digital que forma nuestro presente, no es ya solamente crear. Colaborar y compartir, para comunicar y construir comunidad.

Ahí las 5 C’s que hacen de La Matatena el motivo de orgullo que, desde la sociedad, ha sido capaz de Crear, Colaborar, Compartir para Construir Comunidad.

Esa es la sociedad civil que no sólo hace fuerte a México, sino que lo sacará adelante. Bravo, bravo, bravo por La Matatena; muchas golondrinas y veranos más así.

Muchas más.