Víctor Urquidi fue uno de los más destacados economistas mexicanos que promovió el estudio y las políticas para alcanzar el desarrollo económico y social en México y América Latina a lo largo de buena parte de su vida (1919-2004). El Colegio de México (Colmex), institución que presidió durante 19 años, junto con otras destacadas instituciones, conmemoró los días 2 y 3 de mayo los 100 años de su natalicio. En el evento se recordaron las variadas e importantes contribuciones que Víctor Urquidi hizo en el campo de políticas públicas, docencia, investigación, relaciones internacionales en rubros tan diversos como política fiscal y monetaria, distribución del ingreso, población y medio ambiente.
Entre muchos atributos, Víctor Urquidi tenía la capacidad de prever los temas y problemas que serían de creciente relevancia para el desarrollo económico y social. Uno de ellos fue la importancia de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (CTI) al que me referiré en este espacio, basándome para ello en la intervención que hice en el evento del Colmex.
Don Víctor Urquidi hizo importantes reflexiones sobre la modernización, el acceso a la tecnología, su potencial generación endógena en países en desarrollo y la educación. Vale la pena destacar algunas de sus ideas al respecto.
Él consideraba que la modernidad era indispensable para que las naciones en vías de desarrollo aumentaran su productividad y generaran mejores empleos, pero alertaba que este avance tecnológico, por llegar a pocos sectores, contribuía a generar mayor desigualdad.
Urquidi abogó por una tecnología propia de México, menos intensiva en capital y más demandante de mano de obra que aquella generada en países industrializados, es decir, más adecuada a las condiciones del país. La generación de esta tecnología, ayudaría también a sustituir importaciones. Pero Urquidi veía que el esfuerzo nacional no podría cubrir toda la gama de tecnologías requerida por el país y, por tanto, forzosamente tenía que seguir abierto a aquella proveniente del exterior. Admitía las ventajas de la apertura para recibir nuevas inversiones e innovación pero lamentaba la “subordinación tecnológica” a la de los países industrializados. La IED (Inversión Extranjera Directa) era para él, por tanto, una especie de mal necesario pues eran las empresas transnacionales las que hacían la mayor parte de la investigación y aplicación experimental y, por ende, la innovación, por lo que su llegada a los países en desarrollo era indispensable.
Un pilar importante para el desarrollo de la CTI en países como México, según este pensador, era la educación (especialmente la educación superior) tanto para impulsar una CTI endógena como para asimilar la externa. Pero a través de su propia investigación, junto con Adrián Lajous (1967), demostró cuán limitados eran los gastos en educación (0.35% del PNB) y en Inversión y Desarrollo o I+D (0.07% del PNB) en México en 1964, lo que sigue siendo un problema al día de hoy.
Las cosas sin duda han cambiado desde que falleció Víctor Urquidi en 2004 y eso es especialmente así en el ámbito de la CTI. No obstante, varios elementos perduran. La brecha tecnológica entre los países industrializados y aquellos en vías de desarrollo se ha mantenido o profundizado (China es un caso aparte). Las tecnologías de vanguardia ‒la automatización, la robótica, las tecnologías de la energía renovable, la biotecnología y la inteligencia artificial– probablemente profundicen aún más estas diferencias.
Los Estados Unidos de América, Japón, la Unión Europea y China, entre 2013 y 2015 representaban 32% de la población del planeta, pero concentraban tremendamente la CTI: realizaban 69% de las publicaciones científicas, 83% del gasto en I+D y 86% de las solicitudes de patentes de todo el mundo. Del total global de patentes de inteligencia artificial concedidas entre 2016 y 2017, Estados Unidos era responsable de 75% (Estudio económico y social mundial 2018: Tecnologías de vanguardia en favor del desarrollo sostenible, ONU). En México, en particular, a pesar de que se han hecho muchos avances en CTI, el país ocupaba el lugar 56 dentro de un grupo de 126 países, en el Índice Global de Innovación de 2018.
Actualmente, el sistema productivo y social mundial experimenta una revolución tecnológica sin precedentes. Los cambios son frecuentemente de carácter disruptivo (a diferencia del avance incremental de la tecnología). Es decir, se introduce tecnología que abre nuevos mercados con nuevos productos o servicios que no existían antes (como Facebook, Google, drones) o que introducen una manera completamente distinta de producir y reemplazan la tecnología antes imperante, como la fabricación de múltiples productos a través de la manufactura aditiva con impresoras 3D (joyas, juguetes, herramientas, armas, etc.) que antes se elaboraban con máquinas tradicionales.
Uno de los aspectos más importantes dentro de esta revolución es la Inteligencia Artificial, o sistemas computarizados que imitan el pensamiento humano. Las máquinas están sustituyendo la inteligencia humana en los procesos productivos de la misma manera en que las máquinas sustituyeron la fuerza física de las personas en los procesos productivos en la revolución industrial. El “pensamiento profundo” por parte de las computadoras, que se inspira en las redes neuronales humanas para lograr el reconocimiento de voz, la visión a través de las computadoras o robots y el procesamiento del lenguaje, entre otras destrezas, es un área que atrae grandes esfuerzos de investigación actualmente.
El Internet de las cosas (IoT) agrega una dimensión muy especial a los procesos de transformación: incluye la instalación de múltiples sensores para captar información a lo largo de toda una cadena productiva de bienes o servicios. Con ello las máquinas pueden comunicarse entre sí para corregir errores, mejorar la eficiencia de los procesos productivos, darles mantenimiento e incluso mejorar el diseño de bienes y servicios. Este proceso por supuesto desplaza y seguirá desplazando más mano de obra no calificada pero también calificada en todos los países (existen diversos cálculos sobre ello).
Si bien la rapidez y el cambio de rumbo del desarrollo de la tecnología en los últimos años es impresionante, los elementos que planteaba Urquidi al pensar en la CTI en los países en desarrollo como México, nos encontramos que algunos de ellos se mantienen inalterados.
Precisamente, la automatización, y podemos agregar, la digitalización y el potencial desplazamiento de la mano de obra que implican, estaba entre las preocupaciones de Víctor Urquidi. También le hubiera inquietado la creación de empleos de mala calidad originadas en las nuevas tecnologías, especialmente las que operan a través de plataformas digitales: de mayor informalidad, horarios flexibles, sin protección social, a veces sin contratos. Él veía la educación como indispensable para generar tecnología propia, aprovechar la existente y crear empleos de mejor calidad. Ante los presentes cambios de parámetros tecnológicos, hay que agregar ahora la indispensable creación de talento más independiente, flexible, imaginativo e inventivo, sólo posibles de alcanzar con métodos de enseñanza/aprendizaje nuevos.
Algo que va más allá de lo vislumbrado por Urquidi es el fenómeno por el cual la tradicional ventaja comparativa de México –bajos salarios– tenderá a dejar de ser atractivo para los inversionistas, pues la productividad que le imprimen las computadoras al proceso de transformación genera ventajas más redituables y no imitables por el ser humano.
Esto puede poco a poco eliminar el atractivo para las grandes empresas que a lo largo de décadas han sembrado largas cadenas globales de valor (CGV) que ubican los eslabones más intensivos en trabajo en países en desarrollo. Puede haber más bien un retraimiento de esas CGV hacia los países de origen de la tecnología donde puede hacerse todo integrado. Eso también es una amenaza para el trabajo en México.
Pero ante este tipo de retos Urquidi también nos da algunas pistas muy importantes: los países en desarrollo tienen que tratar de elegir y dirigir su propia tecnología hacia lo que más les conviene, de acuerdo con sus características. En este sentido, el cambio en algunos paradigmas puede ser muy útil, como el que sólo produciendo a gran escala se podía ser competitivo y lograr una producción redituable. La nueva tecnología, por ejemplo, las impresoras 3D, es capaz de producir a menor escala, sin dejar de ser rentable, para mercados más pequeños y más orientados a las preferencias de consumidores.
Por otra parte, si bien hoy es más difícil imitar y adquirir cierta tecnología porque la protección a la propiedad intelectual se ha vuelto más fuerte, existe a la vez mucho más acceso a tecnología digital a través de código abierto. Con ello es posible conseguir software para realizar todo tipo de actividades que, por ejemplo, facilita mucho la operación de pequeñas empresas en áreas como Finanzas/contabilidad, Facturación, Marketing y Publicidad, entre otras. Pero también hay programas de código abierto para la producción física de hardware (circuitos electrónicos, robots, herramientas de medición y control, etc).
Difícilmente México estará a la vanguardia de la innovación tecnológica como lo están los países como Estados Unidos o incluso China. Pero sí cuenta con investigadores y científicos de primer nivel y estudiantes destacados de gran creatividad. En ambos casos se requieren más recursos para que los descubrimientos científicos se canalicen hacia innovaciones concretas. Es hora de que los ganadores de concursos en robótica mexicanos tengan posibilidades de que éstos sean construidos y comercializados en el país o en el mundo.
Es importantísimo hacer memoria e historia sobre los hombres y las instituciones que apoyaron e implementaron políticas o proyectos chicos y grandes para que México emprendiera el rumbo de la ciencia y la tecnología como una herramienta fundamental para el avance nacional, desde lo cultural hasta lo social y económico. Más aún en estos aciagos días en que se esperaba un apoyo decidido a la comunidad de investigadores y estudiantes, pero que al parecer no se les considera relevanes, ya no digamos importantes para el avance del país.