La disolución en el mundo de las ideas respecto a la manera en que Occidente concibió el tiempo en tres porciones: pasado, presente y futuro, ha traído aparejado un profundo cambio en el campo de las prácticas sociales y su relación con los objetos.
Esta metamorfosis, de la que nada se salva, y que abarca por igual formas de pensar y actuar, tiene en el concepto de transformación digital la encarnación de su paradigma.
La transformación digital es, así, el nuevo paradigma, no del futuro, sino del presente.
Existe, sin embargo, una visión restringida del concepto y sus alcances. Aquella que la vincula únicamente al mundo de las empresas o, cuando más, al del gobierno y sus responsabilidades.
Comprendida de manera estrecha, hay una tendencia a ubicar la transformación digital en el ámbito de la competitividad de las empresas, vinculada a la relación entre la tecnología, la cultura empresarial y la innovación centrada en los clientes.
En esa primera acepción se subraya la integración de procesos, así como la consiguiente modificación de sus modos de producción y sus formas de organización.
No obstante, cada vez con mayor vigor se pone en evidencia lo fundamental. El protagonismo en materia de transformación digital corresponde a la ciudadanía.
Bajo ese horizonte, no se trataría, pues, sólo de cambiar las computadoras o de ubicar formas obsoletas en las organizaciones o nuevos servicios en el gobierno.
No porque no sea importante impulsar la cultura de la innovación en las empresas, ni porque carezcan de valor fortalecer las capacidades de respuestas rápidas a entornos altamente cambiantes, sino porque los alcances de la transformación digital hallan su centro irradiador más potente en su capacidad para tocar lo lo ciudadano.
De tal modo que el éxito de las organizaciones en sus procesos de transformación digital, no devendrá de sus esfuerzos particulares, sino como resultado de que sea en la sociedad en su conjunto donde ocurran las mutaciones profundas que en todos los órdenes supone el advenimiento de la Era digital.
Desde esta perspectiva, pensar en una transformación digital cuyo centro sean la ciudadanía, es deseable e imprescindible.
La tecnología al servicio de los ciudadanos. En sus proyectos personales, sí; pero, sobre todo, en proyectos en los que la ciudadanía se sepa partícipe de procesos colaborativos de beneficio colectivo.
En ese camino, hace unos meses, la Biblioteca Nacional de España se sumó a otras instituciones como la Biblioteca de Nueva York, el Museo Británico o el portal ciudadano de ciencia Zooinverse.
En todos los casos, se trata de iniciativas del tipo crowdsourcing, en las que se convoca a la ciudadanía a contribuir a la identificación de sitios, la identificación de fotografías o la catalogación de música del pasado.
La idea no es nueva. En otros momentos la ciudadanía ha tomado un rol más protagónico contribuyendo en tareas colectivas.
Lo genuinamente relevante en cuanto al presente no es la novedad de la idea, es más bien la manera cómo ésta refleja la posibilidad de asentar, como pilares de un modo distinto de concebir lo público, las prácticas de Colaborar, Compartir, Comunicar (para) Crear Comunidad.
La importancia que reviste el impulso de plataformas colaborativas es, a la luz de lo planteado, que expresan y estimulan, a la vez, el afianzamiento de un nuevo orden social en donde el rol central lo juega la ciudadanía.
La Biblioteca Nacional de España ha puesto a disposición de los ciudadanos un vasto repertorio de herramientas para que, desde el disfrute o el interés profesional, o ambos, se hagan cargo de tareas que tradicionalmente estaban reservadas para especialistas.
Y no es que a estos especialistas se les vaya a desplazar. De lo que se trata es de entender que la naturaleza de las funciones puede cambiar cualitativamente en beneficio de ponderar aquellas labores en las que el especialista es indispensable, las de validación o formulación de nuevas líneas de trabajo, por ejemplo.
Pareciera entonces que la historia se las ha arreglado para colocar en el llamado a la participación de la ciudadanía una vara (una más) para medir en qué siglo se encuentra la mentalidad, ya sea empresarial o de gobierno.
Llamar a los ciudadanos a salir a la calle, utilizarlos para distribuir prebendas o compensaciones asistencialistas, reservar al orden vertical de gobierno el monopolio de la acción y las iniciativas, pinta de cuerpo entero al sigo XX que permanece.
Alentar la organización de los ciudadanos, su contribución al margen del aparato gubernamental o de compensación, ninguna que no sea robustecer el sentido de bien común, da pistas sobre la naturaleza horizontal y colaborativa del siglo XXI.
Entre las radicales diferencias de un siglo y otro, aparece la transformación digital. Entendida como la puesta de la tecnología en manos de la ciudadanía, capaz de organizarse por sí misma, capaz de comprender el valor de aquello que siendo de todos, no es nadie.
En el orden de las mentalidades, la transformación digital encuentra su gran desafío, pero también, su asidero fundamental.
Es el siglo XXI actuante; el futuro vuelto presente.