En un conocido dibujo del artista holandés M. C. Escher descubrimos un extraño bucle: de un papel fijado con tachuelas emergen una mano derecha y una izquierda que se dibujan mutuamente. La mañosa figura esboza una autorreferencia especular, pues sugiere tanto un concebirse a sí mismo, como la utilidad de las manos en las actividades creativas de un sujeto que brilla por su ausencia… o se oculta tras la presencia de sus manos.
Aunque en el dibujo las dos manos realizan idéntica labor, en la actividad diaria de las personas la derecha y la izquierda juegan roles asociados, interdependientes y complementarios. En efecto, en 9 de cada 10 humanos, la mano derecha es diestra en habilidades refinadas, metódicas o certeras, pero de poco serviría si la izquierda no la asiste en la palpación y especialmente en la manufactura. Tanto en diestros como zurdos, las dos tientan y manipulan el objeto, construyen la herramienta, usan o tocan el instrumento como un estupendo órgano dual, sensorio y cinético a la vez, que siente al tocar y toca al sentir, que palpa moviendo y mueve palpando. Y si bien un refrán dice “una mano lava a la otra y juntas lavan la cara”, no son las manos las que solas se enjuagan y lavan la cara; el individuo es quien se lava.
Las manos conforman un instrumento de diez apéndices digitales y por ello son heraldo de la aritmética decimal; lo son también de la geometría cuando entre ellos tientan un volumen, y de las artes y oficios gracias a incontables acciones coordinadas que transforman materiales crudos en estructuras. Y así manos ancestrales fabricaron y operaron utensilios cada vez más pulidos y útiles, extensiones refinadas del agente. Cada pieza de cultura humana, desde los petroglifos del neolítico hasta la escritura de estas ideas, pasando por todo instrumento o edificio, toda máquina, arma o pintura, han surgido gracias a operaciones manuales. No se conoce otro animal capaz de realizar estas hazañas, aunque se puede advertir que la preparación y enseñanza de herramientas elementales en sociedades de chimpancés, sea preludio de máquinas y artes en cosa de un millón de años. Pero sucede que las diferencias anatómicas entre las manos humanas y las manos chimpancés no son tan grandes: un proceso clave en la transición entre primates superiores y los seres humanos durante la evolución proveyó a las manos de innumerables funciones. Raymond Tallis propone que esta habilidad consistió en poder hacer un uso ilimitado con recursos limitados, porque la mano humana se amolda a las tareas que se imponen los sujetos manipulando los materiales disponibles.
La inteligencia manual humana ha dependido de los modos de asir, agarrar, empuñar, disecar, coser, delinear, acariciar y en general de guiar intencionalmente los movimientos de la mano de acuerdo con la demanda de la tarea, la posibilidad del material y el diseño de la herramienta. Así se ligan un plan cognitivo con una secuencia de operaciones manuales para trasfigurar la materia y con su resultado: la obra, el utensilio o el artefacto que plasma a la mente humana en el mundo y es indicador fehaciente de cultura. Frank Wilson fue enfático sobre el papel de la mano en la emergencia de la cognición humana:
“Sostengo que cualquier teoría de la inteligencia humana que ignore la interdependencia entre la mano y la función cerebral, los orígenes históricos de esa relación, y el impacto de esa historia sobre la dinámica del desarrollo de los humanos modernos, será toscamente engañosa y estéril”.
El original y agudo pensador mexicano Gabriel Zaid, realzó los oficios manuales como actividades inteligentes, aunque menospreciadas por los criterios y valores de la educación reciente. En Letras Libres de 2016 lo estipula así:
“La inteligencia de las manos favorece el desarrollo social y personal. En el tacto y la destreza, los ojos, los oídos, el cerebro y los dedos se coordinan. Producen resultados, y más que eso: autoconciencia. Las manos inteligentes hacen que el ser humano se vuelva más”.
El hecho que las manos sean partes del cuerpo muy conscientes para la persona se afianza por su exagerado tamaño en el homúnculo de la corteza sensorial y motora del cerebro humano, y también por su profusión desde hace 40 mil años en pinturas rupestres. La liga de las operaciones manuales con la autoconciencia es particularmente obvia en los ejercicios de antiguas enseñanzas para realizar con dedicación y atención plena, operaciones manuales tan esmeradas como la caligrafía y la iconografía. No parece casual que la técnica para producir sueños lúcidos, en los que el sujeto se da cuenta que está soñando (y por ello es autoconsciente), es mirarse las propias manos en el sueño.
Además de todo esto, las manos son eficaces órganos de comunicación: señalan, advierten, se hacen puño, insultan, toman otras manos y adoptan un sinnúmero de gestos a veces efímeros y en otras temporales, pero tan significativos como la “V” de la victoria popularizada por Winston Churchill y adoptada por el movimiento estudiantil de 1968. Múltiples gestos de las manos acompañan usualmente al discurso y unifican forma, función, cognición, conducta y comunicación para modular y plasmar las formas en que los humanos comparten ideas y organizan comunidades mediante el pensamiento. Las señas manuales comunican actitudes, disposiciones o emociones hasta alcanzar símbolos complejos de orden espiritual, como sucede con los mudras en el budismo. Hay una relación íntima entre mano y lengua, instrumentos del discurso y la faena: no es fortuito que los principales centros del lenguaje se encuentren en el hemisferio cerebral dominante para la habilidad motora.
El elogio de la mano, ensayo del historiador del arte Henri Focillon (1881-1943), cierra de manera exaltada y memorable:
“El espíritu hace a la mano, la mano hace al espíritu (…) La mano arranca al tacto de su pasiva receptividad, lo organiza para la experiencia y la acción. Enseña al hombre el espacio, el peso, la densidad, el número (…) Se mide con la materia que metamorfosea, con la forma que transfigura. Maestra del hombre, lo multiplica en el espacio y en el tiempo”.
En los reveladores términos de sus verbos derivados, las manos mandan, manejan, maniobran, manipulan, manosean, manotean, manufacturan y ayudan a moldear la inteligencia y la conciencia. Hemos sostenido ahora que las manos son órgano privilegiado de la autoconciencia no sólo porque contribuyen a integrar la imagen corporal, sino porque en momentos actúan en el mundo por voluntad cabal de su dueño: la persona viviente, consciente, laboriosa y creadora.
¡Manos a la obra!