Crear o resolver problemas, enseñanzas de lo digital

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“La ineficiencia no es una virtud. A nadie se le contrata para que no haya problemas. Eso es verdad. Pero se espera, eso sí, que sea capaz de resolverlos.

Hace un par de años, de acuerdo con una encuesta entre las organizaciones privadas más grandes de Estados Unidos, el talento para resolver problemas fue calificado como la capacidad más valorada.

Se trata, sin duda, de un reconocimiento explícito a una circunstancia que combina lo humano con una condición que es consustancial a la naturaleza misma.

No hay manera, trátese de la profesión, oficio o responsabilidad de la que se trate, de que no existan dificultades.

El problema y el entorno eternamente cambiante, tienen en el tiempo a un nuevo y activo jugador de esta suerte de partida que juegan aptitud y adversidad.

El tiempo corre a su vez de dos modos distintos, pero convergentes, cuando se trata de poner a prueba el talento para resolver problemas.

Adicionalmente a ello, el tiempo como concepto abstracto y no cronológico, asoma la cara como variable determinante.

La habilidad que posee quien enfrenta un problema, resulta determinante, en la capacidad para combinar tres tiempos de manera (casi) simultánea: el origen, la coyuntura y las consecuencias.

La tentación de culpar al tiempo anterior pone de manifiesto, frente a un problema complejo, que quien lo enfrenta carece, justamente, de esa capacidad para identificar y, aún más, para comprender y encarar lo complejo.

Qué tan lejos en el tiempo (hacia atrás) pueda ir quien enfrenta un problema complejo, habrá de combinarse, paradójicamente, con la suficiente competencia para entender el presente en el que se está parado.

Leer el presente, comprender su dimensión y sustancia permitirá que la manera de obrar y las herramientas de las que se eche mano correspondan al tiempo que se habita.

Finalmente, en esta tercia de tiempos a los que se enfrenta quien encara dificultades que demanda competencias complejas, está el tiempo por venir. Las consecuencias de las decisiones tomadas.

Como se ve, lejos de parecer un asunto dominado por el azar –ya sea la buena o mala suerte–, compete más bien, al orden de la aptitud, de las habilidades y de la competencia.

Preparación para eso, y no para otra cosa, desde luego. No será cosa de suerte proponer y llevar adelante soluciones complejas a problemas complejos, en la medida en que se comprenda que el asunto está lejos de un esotérico humanismo o los ingenios de un comunicador eficaz.

Tres elementos vinculados a la era digital y sus posibilidades, el presente sobre el que surgen y deben ser resueltos los problemas del presente, destacan en la posibilidad de fortalecer esta competencia.

En primera instancia: la toma de decisiones, asignatura por completo ausente del currículo escolar en la inmensa mayoría de los países, resulta fundamental. A diario, jóvenes que se sumergen en los videojuegos toman cientos de decisiones entre un nivel y otro de su juego-desafío favorito. Si somos capaces de mantener, ampliar, trasladar esa capacidad y ese aprendizaje podremos tener en ella a un elemento que al momento de encarar profesionalmente una dificultad no se paralice, se sulfure o actúe con desatino.

En segundo lugar, asoman las nuevas formas del liderazgo, o de los muchos tipos de liderazgo que el mundo digital, colaborativo y horizontal ha abierto. Hoy un líder no es más un conductor de masas ni un faro que guía la navegación del resto de una organización o de un país.

Las formas del liderazgo de este tiempo –ha definido certeramente Sonia Abadi– implican comprender que el líder pasó de ser figura señera a un colaborador con influencia.

El liderazgo de este tiempo, pues, está por resquebrajar modelos autoritarios y personalistas, para expandirse como elemento fortalecedor de entornos signados por la horizontalidad.

En tercer y último lugar, se debe subrayar eso que podríamos llamar el inventario de recursos con que por analogía se cuenta ante una dificultad mayor o una crisis.

No porque quien sea más culto podrá, por ese simple hecho, resolver un problema, no. Sino porque en un sentido amplio y profundo de lo que entendemos por cultura, está la incorporación que se ha hecho de muchas situaciones no vividas y el aprendizaje de ellas por medio del poder de la analogía.

Tornar las posibilidades que da vivir en un mundo abierto e interconectado, en una suerte de amplitud de mundo interior, alimentará, sin duda, el sistema interno de recursos incorporados por analogía, por contraste, por comparación, por emulación o por apropiación.

Quien vive en el exterior y en el interior la amplitud de mundo, tendrá mayor posibilidad de que sus actos estén cruzados por dos convicciones centrales: Lo “otro” y lo “complejo”.

Primero, el otro no es aquel, no es el extraño y mucho menos el adversario amenazante; la otredad no está allá, sino aquí; en cada uno. Y, segundo, no hay manera, ninguna manera, de que problemas complejos tengan soluciones simples.

A menos, claro, que se esté frente a un ejercicio de demagogia. Pero esa, la demagogia, no sólo no resuelve problemas; los crea.”

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