La destreza es un ejemplo palmario de la relación de un agente con su cuerpo y su entorno, pues consiste en aprender a ejecutar ciertas acciones de manera cada vez más consistente, refinada y eficaz. Mediante la práctica, el movimiento voluntario se convierte en una herramienta más eficiente para obtener una meta. La práctica es requisito común para los oficios, las técnicas, las artes o las ciencias y tiene aspectos mentales, cerebrales, conductuales y ambientales indivisos.
La adquisición de habilidades, pericias o destrezas es facultad propia de un agente en el sentido que obedece a un propósito y requiere un compromiso de ejercicio muy demandante. En toda adquisición de habilidades y destrezas se plantea una evolución del conocimiento adquirido que distingue a una persona principiante o novata de una más adiestrada o competente y a ésta de una versada o experta, para llegar a los grados más elevados y valorados de experiencia en los virtuosos en las artes, peritos en las técnicas, expertos en las ciencias, especialistas en la medicina, etc. Existen cualidades propias de este tipo de conocimiento práctico, como la sagacidad, la astucia, la precisión, o incluso el genio, cuando la destreza se combina con talento y creatividad excepcionales.
La adquisición de destrezas que demandan una intensa práctica se basa en un tipo de conocimiento que el erudito de origen húngaro Michael Polanyi analizó como “conocimiento tácito”. Si bien existen reglas explícitas que implican movimientos y uso de instrumentos, Polanyi concluyó que mediante la práctica el aprendiz utiliza una serie de reglas que no se pueden explayar de manera completa. Esto quiere decir que las reglas no son explícitas sino implícitas y de allí el concepto de conocimiento tácito. El saber cómo hacer las cosas no empata necesariamente con el saber explicarlas y aunque fuera posible llegar a formular reglas de adquisición, esto no provee al aprendiz más que con una vaga noción de lo que se trata y de ninguna manera sustituye a la práctica. Ahora bien, el hecho de no poder explicar las reglas no quiere decir que éstas sean irracionales, sino que obedecen a procesos pragmáticos básicos embebidos en la capacidad sensorio-motriz y la manipulación puntual del entorno inmediato.
En su amplio análisis, Polanyi se enfoca sobre el sujeto que aprende una destreza y sobre los procesos mentales y conductuales que desarrolla. Enfatiza especialmente la corporalidad del conocimiento práctico y de esta manera reúne al sujeto y al objeto del conocimiento, en lugar de hacer una distinción entre ellos al modo de la filosofía tradicional del conocimiento. Esto implica que existen dos tipos de conciencia sensorial, una focalizada y otra subsidiaria, una distinción que requiere ser explicada. Un estudiante de piano pone su atención en la música que toca, en tanto los movimientos de sus dedos permanecen como coadyuvantes o subsidiarios de su atención. Lo mismo sucede con la jugadora de tenis que coloca su atención en la trayectoria y velocidad de la pelota, en tanto los movimientos de su cuerpo, brazo y raqueta responden subsidiariamente a la tarea.
Los mecanismos cognitivos que facultan el conocimiento tácito se basan en un tipo de aprendizaje que no depende directamente de la conciencia del practicante, sino del refuerzo de ciertas conductas y el debilitamiento de otras por ensayo y error. Es un aprendizaje predictivo elemental y se basa en comportamientos evolutivamente primarios. Los animales adquieren muchas destrezas, como la compleja conducta de caza de los predadores o la de huida en las presas, pero fuera de ejercer estas actividades vitales cuando se presentan las circunstancias, no practican sus destrezas como lo hacen decididamente los humanos. Las personas emplean las capacidades sensorio-motoras básicas y ancestrales para desarrollar conductas refinadas que, una vez desarrolladas, las definen ante sí mismos y los demás. La pianista o el tenista que han invertido miles de horas en depurar sus destrezas se identifican por las capacidades adquiridas: “yo soy pianista,” “yo soy tenista,” etcétera.
En los últimos tiempos se ha desarrollado interés en las neurociencias por comprender la regulación del control motor que se requiere para desarrollar destrezas y habilidades, sea técnicas o artísticas. Las investigaciones se refieren a las funciones cerebrales que controlan el movimiento, en especial al conjunto de procesos fisiológicos asociados a la práctica y que producen cambios cerebrales durables asociados a la ejecución de los actos y acciones que cada práctica demanda del sujeto. La adquisición de habilidades y destrezas requiere de la conjunción de dos capacidades cerebrales distintas: el aprendizaje y el control motor. Pero éstas no son suficientes, pues hay que considerar también los cambios musculares que permiten la ejecución adecuada de los movimientos aprendidos. En este último caso se trata de un factor biomecánico que debe formar parte del sistema corporal implicado en la destreza. Más aún: hay que tomar en cuenta no sólo a las señales eferentes que van desde los circuitos cerebrales involucrados en el control motor hasta los músculos, sino, en la misma medida, a las señales aferentes que van desde los músculos y los receptores sensoriales del tacto y otros más hasta el cerebro. La modificación progresiva de estos sistemas en conjunto permite la adquisición de una habilidad o destreza con la práctica, pues la repetición favorece el aprendizaje sensorio-motor, como lo implica el dicho en inglés practice makes perfect (la práctica promueve la perfección).
Un golfista profesional realiza miles de swings antes de ganar un torneo, una estudiante de piano dedica miles de horas a digitar complicadas presiones de teclas, secuencias de notas y lapsos tiempos en el teclado antes de la función ante el público. Estos movimientos van estabilizando y consolidando un tipo de aprendizaje en el que participan, no sólo los actos ensayados, sino los periodos intermedios en los que el sujeto piensa o imagina sobre ellos o, en especial, los periodos de sueño que son indispensables para la consolidación. Hay evidencias de que no sólo el movimiento efectuado produce cambios plásticos relativamente perdurables en el cerebro, también el imaginar el movimiento tiene efectos similares. Muchos estudios de neurociencia han mostrado que el entrenamiento y la práctica producen cambios en la anatomía y la funcionalidad del cerebro y que estos cambios son proporcionales a la cantidad, la calidad y el tiempo de la práctica. Se ha encontrado incremento en el volumen de las áreas cerebrales involucradas en el control motor o en la percepción sensorial de los movimientos que se practican.
Un factor que contribuye de manera sustancial al aprendizaje de una destreza y a las modificaciones orgánicas, en especial las cerebrales que la hacen posible, es la atención. Todos conocemos por experiencia propia que al iniciar una práctica para adquirir una destreza los movimientos son torpes y se requiere aplicar una atención concentrada para efectuarlos. Al desarrollar cierta destreza, se requiere menos atención, pero también se conoce que aplicar la atención en las fases más avanzadas del aprendizaje es lo que facilita la adquisición y consolidación de los niveles superiores de pericia o virtuosismo. Esta característica contribuye a comprender la diferencia entre la autoconciencia implícita o tácita y la explícita o controlada que iremos detallando con frecuencia.