Hace una década no llegaban ni al 5%. Habían crecido alrededor de uno por ciento de un año a otro. Importante, sí, pero nada para en ese momento imaginar lo que se vendría. Su valor en mercado no llegaba, en 2009, ni siquiera a 4 millones de pesos. Mas, la participación de teléfonos inteligentes en las líneas móviles apenas si comenzaba.
El año en que México celebró el Bicentenario de su Independencia, 2010, fue decisivo. El porcentaje de smartphones se duplicó y más, al pasar del 4 a casi el 9%. La carrera, frenética, de crecimiento y expansión estaba en plena marcha. No habría vuelta atrás.
Para 2015, sólo un lustro después, los celulares con capacidades extendidas reportaban un índice superior al 70%. Dos años más tarde, 2017, superarían el 80, y su valor en mercado estaría por encima de los cien millones de pesos.
Una moda, afirmará tajante todo aquel para quien el mundo binario sigue en pie y goza, en su imaginario, de cabal salud.
“Un gusto consumista”, completará otro tratando de congraciarse con la ilusión de que basta que uno mismo se quede fijado al lugar donde está parado, para que la Tierra deje de girar alrededor del Sol.
Y, sin embargo, no sólo la Tierra se mueve… la movilidad, la posibilidad de ir de un lugar a otro, el ensueño de desplazarse, de vivir sin ataduras, ha acompañado a lo humano quizá desde que los antiquísimos parientes primates lograron ponerse en dos pies y, erguidos, emprender la marcha, en un sentido metafórico y literal.
Salir del feudo. Abandonar la aldea. Dejar atrás la plantación de algodón en la Luisiana esclavista. Moverse. No como acción obligada. No como un desplazado de guerra. No como un desalojado de su propia tierra o país. No. Moverse como acto de libertad. Salir al mundo. Elegir el horizonte y andar el camino.
El desplazamiento como condición elegida es una de las señas de identidad más hondas de nuestro tiempo. Si la noción de tiempo, y con ella la de velocidad, se ha modificado radicalmente. La del espacio le acompaña, en tanto un mundo interconectado y abierto; en tanto, la posibilidad cierta de moverse de aquí para allá.
Movilidad, pues, es testigo y resorte de época. Costará trabajo a quienes nacen por estos días, sonreirán condescendientes cuando les contemos cómo los auriculares contaban con un cable en forma de oruga y cómo nos las ingeniábamos para que los teléfonos pudieran llegar lo más lejos posible, de la sala a una recámara, por ejemplo.
Quizá, ya puestos en nuestro vertiginoso tiempo de cambios incesantes, todo comenzó, por decirlo de alguna manera, con el walk man. Caminar por la calle, abstraído de todo, con la música, sin hilos, y por dentro. Ensoñar que se pone pie sobre un espacio tan amplio y dúctil como los mismos compases van marcando.
Quizá fue ése el punto de no retorno para idear que alguna vez iríamos de un continente a otro con la música, la brújula, el álbum de fotos, la cámara de video y, por supuesto, el teléfono. Todo acomodado, condensando, puesto, literalmente, en el bolsillo. En el infaltable aparato en el que mundo y vida se condensan.
Los datos de The CIU, la prestigiada consultora en temas de telecomunicaciones a cargo del no menos respetado Ernesto Piedras, muestran lo que no ha pasado, en siglos, con ningún otro artefacto. Porque no se trata sólo del crecimiento del valor de las ventas y la penetración de ese artefacto que reconocemos como Smartphone.
El auge sin parangón de los teléfonos inteligentes es apenas la punta del iceberg. Son ellos, esos aparatos cada vez más livianos, más potentes y más al alcance de más, el pivote de todo una industria pujante y plantada sobre el horizonte de futuro, como ninguna otra.
Así, es claro que no sólo se ha disparado la participación de los smartphones sobre el total de líneas móviles en México, sino que el crecimiento de éstas se halla a su vez asociado a todo cuanto son capaces de ofrecer estos aparatos que llegaron antes que los coches voladores que el futuro nos había prometido.
La misma The CIU lo deja ver de esta manera al dar cuenta del salto cuantitativo asociado al binomio smartphones-líneas móviles. En 2008 había en México menos de 78 millones de líneas móviles contratadas. Esto representaba el 72.8% sobre la población mexicana. Una década más tarde, en 2018 se reportaron 121.5 millones de líneas móviles. Lo que significa un 96.5% de la población.
El siglo XXI está llamado a ser, ya lo es en buena medida, el siglo de la movilidad. Lejos está cada smartphone de ser sólo un aparato para comunicarse. Como lejos está el mundo de ser ese escenario binario, escenario de disyuntivas permanentes entre esto y aquello que el pensamiento anquilosado insiste en pregonar.
En cada celular con capacidades extendidas va la vida (extendida) de cada uno, de cada una. En movimiento, sobre una línea pero sin hilos, móvil, incluso cuando no se mueve. Lo digital encuentra en estos artefactos un propulsor, pero es la experiencia lo que significa verdaderamente el cambio de época. Lo digital es la experiencia.
Poder cambiar de sitio, lograr moverse sin dejar absolutamente todo atrás, lejos, inalcanzable. Ésa es la experiencia. Moverse pudiendo paliar el desprendimiento irreversible. En compañía, se dijera. No de un objeto, sino más bien, de un tiempo y un espacio.
Metáfora realizada del anhelo de no quedarse pasmado, estático. Anhelo del andar, de pasar, al igual que el romero del poema de León Felipe, por todo, suave y ligero.
Ligero, siempre ligero.