Por lo que hemos visto en las últimas secciones, se puede afirmar que la fundación más elemental y primaria de la autoconciencia somática estriba en las funciones sensoriales, cognitivas y motrices que representan al propio cuerpo y a sus partes. Además, en el ser humano, un componente primordial de su identidad es el sentir que el cuerpo y todos sus sectores y piezas son de su propiedad. De hecho, las personas habitualmente no cuestionan si su cuerpo les pertenece, éste sencillamente forma parte de su ser y de su autoconciencia individual.
La autoconciencia corporal se puede considerar y estudiar desde varias capacidades o funciones distintas. Una de ellas es la experiencia directa que tiene toda criatura de su propio cuerpo y que en el ser humano lleva a considerarlo en su conjunto y a todas sus partes como su propiedad. A esta función cognitiva se denomina “posesión del cuerpo” y está ligada al movimiento voluntario que el sujeto ejecuta con su cuerpo y que revisaremos bajo el rubro de “agencia.” Asociada a estas funciones, se encuentra la experiencia de toda persona de ser un cuerpo físico en una ubicación concreta del espacio, la “localización en el mundo”. Otra más es la perspectiva en primera persona centrada en su cuerpo desde donde observa a su medio circundante: el “punto de vista”. Existen evidencias de que la posesión del cuerpo y la localización en el mundo tienen diferentes sustratos cerebrales: la primera involucra en especial a la corteza frontal premotora y la segunda a la zona de la unión temporo-parietal. En esta ocasión nos concentraremos en el sentido de tenencia y posesión del propio cuerpo, para abordar la localización en el mundo y el punto de vista en capítulos siguientes.
Desde hace un par de décadas muchos neurocientíficos cognitivos se han interesado en cuáles representaciones cerebrales dan a la persona el sentido de poseer su cuerpo como algo único, exclusivo y privado. Una de las formas de abordaje ha sido el estudio experimental de un fascinante espejismo corporal que se denomina “la ilusión de la mano de hule”, una figuración engañosa por medio de la cual una mano prostética de hule se siente como la propia mano. Para producir la ilusión, una mano de hule y la verdadera se estimulan mediante un pincel al mismo tiempo y sincrónicamente, disponiendo que el sujeto tenga a la vista sólo la mano de hule y no su mano real. La ilusión surge al ver que la mano de hule es estimulada sincrónicamente con la propia mano y no se produce cuando la de hule se estimula de manera asincrónica o desacompasada con respecto a la propia.
Una cuestión fundamental correspondió a las condiciones necesarias y suficientes para que ocurriera la ilusión de posesión. Inicialmente se postuló que la coordinación entre la mirada y el tacto, entre el ver y el sentir el estímulo sincrónico en la mano de hule y la propia, era suficiente para crear la ilusión. En este caso el sujeto pasaría por alto la discrepancia entre la posición de la mano que ve (la de hule) y la que siente (la propia). Lo relevante sería el mecanismo mental de este “pasar por alto” que ocurre fuera de la voluntad del sujeto y se supuso que el estímulo sentido y el visto se ligan por aprendizaje perceptual, como sucede cuando se aprende a manejar un martillo y se coordinan precisamente las sensaciones de tacto, posición y movimiento de la mano con las sensaciones visuales de ver el martillo, el clavo, la acción de clavar y el entorno. Es decir: el aprendizaje ilusorio ocurriría guiado por los estímulos sensoriales acoplados.
Ahora bien, al modificar la forma de la mano de hule fue posible establecer que la similitud objetiva, la luminancia y otras características objetivas no tienen mucha influencia sobre la ilusión, que por ello parecería ser de índole mental o cognitiva. Además, hay evidencias de que el pareo entre la vista y el tacto no es suficiente para inducir la sensación de propiedad. En efecto, como parte de su autoconciencia, el sujeto tiene establecido un modelo de su cuerpo con información sobre su figura anatómica, sus propiedades estructurales y sus capacidades de movimiento. Por ejemplo, sin tener que pensar o considerarlo racionalmente, el sujeto sabe tácitamente lo que su cuerpo puede hacer y lo que no. Debe entonces ocurrir una congruencia entre las señales sensoriales y el modelo ya establecido del cuerpo de tal forma que la sensación de propiedad, en una ocasión particular, aflora por la convergencia y la coherencia entre las sensaciones provenientes de los sentidos con la información almacenada y organizada del modelo corporal. Esta inferencia está de acuerdo con la idea de que la percepción en general no sólo se debe a la entrada de información proveniente de los sentidos y a su recepción pasiva por el cerebro, sino que hay una confección activa que predice cómo deben ser los eventos sensoriales; una expectación y predicción de lo que cabe esperar. Ahora bien, la figuración no se restringe a una mano o a otra parte del cuerpo, pues se ha documentado una “ilusión del cuerpo entero” (Full Body Illusion) cuando un voluntario ve que un cuerpo virtual distante es estimulado táctilmente al mismo tiempo que recibe un estímulo sincrónico en su propio cuerpo y entonces siente que el cuerpo virtual es el suyo, y algo aún más sorprendente: que el espacio peripersonal en el que se encuentra es el del cuerpo virtual.
En suma: todo indica que la auto-atribución, sea de partes del cuerpo, de prótesis o de dobles virtuales, no sólo depende de características físicas, sino de la posibilidad de que esta entidad pueda cumplir las expectativas de acción asociadas con la extremidad que remplazan. Estas ilusiones demuestran que la vista puede sustituir al tacto para recalibrar en la autoconciencia corporal la posición de una parte del cuerpo o del cuerpo entero; es decir: donde se ve que ocurre el estímulo es donde se siente el cuerpo. En este sentido son relevantes los estudios de la incorporación de prótesis de miembros artificiales o de los estudios con avatares virtuales para establecer los requerimientos y restricciones anatómicas, volumétricas y espaciales asociadas con el sentido de posesión de todo el cuerpo o de sus partes.
Las investigaciones del notable neuropsicólogo hindú radicado en San Diego, Vilayanur Ramachandran, han revelado la utilidad de una forma de terapia con espejo para personas amputadas que tienen “dolor fantasma” en el miembro faltante. La terapia consiste en que el amputado ve y mueve su brazo o pierna sanos frente a un espejo vertical alineado con su plano sagital que bloquea la vista de su miembro faltante. Al ver en el espejo la imagen de su miembro existente en el lugar del faltante el amputado siente que realmente lo tiene y que puede moverlo. Lo notable de esta ilusión es que modera o quita el dolor fantasma probablemente por una reintegración entre la visión y la propiocepción. El paciente aprende a “mover” su miembro faltante en su representación imaginaria sin ayuda del espejo y también así experimenta una disminución o desaparición del dolor fantasma. ¡La imaginación es real!
Estimado Dr Díaz Gómez, acabo de hacer unos comentarios a su artículo del 6 de octubre de 2018, específicamente a su comentario de el 7 de octubre de 2018 a las 10:47. Quedó mi respuesta dos bloques abajo.
Que este muy bien!