La fármaco-psiquiatría originaria y las aminas cerebrales

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Hasta mediados del siglo pasado las formas graves de psicosis y depresión constituían padecimientos poco modificables por la psicoterapia o con frecuencia enfrentadas en los manicomios a intervenciones como la psicocirugía, en particular la lobotomía prefrontal, al choque inducido por insulina, o series de electroshocks. Eran medidas extremas para afrontar padecimientos severos, cuyas causas y alteraciones anatómicas se desconocían. Por fortuna, en los primeros años de la década de 1950 ocurrieron descubrimientos inesperados en la psicofarmacología que tuvieron consecuencias importantes para la psiquiatría, la salud mental y para la cultura en general. En efecto, el surgimiento de fármacos útiles para diversos padecimientos psiquiátricos, en especial las psicosis crónicas y las depresiones persistentes, fue denominado “la segunda revolución psiquiátrica” en alusión a la primera, protagonizada por Phillipe Pinel y su liberación de los locos encadenados en los nosocomios de París hacia 1800.

En la propia ciudad de París, el círculo del reconocido psiquiatra Jean Delay (1907-1987) dio a conocer en 1952 que la clorpromacina, un fármaco derivado de tinturas biológicas y que producía efectos depresores en ratas, contrarrestaba síntomas como alucinaciones o delirios en pacientes psicóticos hospitalizados. En el estudio inicial notaron una disminución en la actividad motora y una especie de indiferencia o ataraxia, por lo que llamaron neuroléptico al efecto. También se percataron de que producía temblor, lentitud para moverse y rigidez muscular similares a la enfermedad de Parkinson, y llegaron a la convicción de que estos efectos eran necesarios para que ocurriera al mismo tiempo la disminución de alucinaciones y delirios. La clorpromacina fue el primero de una serie de medicamentos que con el tiempo y hasta la actualidad se ha vuelto de uso general en los hospitales psiquiátricos de todo el mundo, pues mejora ostensiblemente varios síntomas de las enfermedades mentales más graves y prevalentes, aunque no las cura.

Jean Delay
Jean Delay hacia 1955. Este psiquiatra parisino, además de introducir a las fenotiacinas en la clínica psiquiátrica, estableció una clasificación de los psicofármacos y publicó sendos ensayos sobre Andre Gide. Fue miembro de la Academia Francesa.

Otra serie de hallazgos en aquellos años desembocaron por serendipia en el surigimiento de medicamentos útiles para tratar las psicosis y las depresiones persistentes. La serendipia se refiere a un descubrimiento inesperado o incluso azaroso que resulta útil en la práctica, como el que sucedió con la poderosa reserpina, alcaloide natural de una planta (Rawolfia serpentina) usada milenariamente en la medicina ayurvédica de la India para tratar la locura. En los primeros ensayos clínicos la reserpina mostró el potencial para bajar la tensión arterial en enfermos hipertensos, pero los cardiólogos notaron que producía efectos indeseables, como depresión y melancolía. Este efecto inesperado fue aprovechado por el psiquiatra neoyorkino Nathan S. Kline (1916-1983) al suponer, con una lógica de oposición, que estos efectos podrían aplicarse para tratar la manía o la excitación en pacientes psicóticos. Sus primeron ensayos clínicos mostraron que, en efecto, la reserpina moderaba la agitación psicótica, pero tambien los delirios y las alucinaciones. Sin embargo, la reserpina no permaneció como un medicamento útil en la cardiología o la psiquiatría por producir depresiones intensas. Un par de años más tarde se descubrió que este alcaloide disminuía dramáticamente los niveles de la serotonina, un neurotransmisor cerebral recién descubierto por el cardiólogo Irving Page, en cerebros de ratas. Poco despúes se encontró que también depletaba a la dopamina y la norepinefrina, con lo cual se asoció el abatimiento psicológico con la depleción cerebral de estos tres neurotransmisores, llamados en conjunto aminas biogénicas. La idea vino a ser reforzada por otro hallazgo clínico de serendipia, como veremos ahora.

Rawolfia
La planta Rawolfia serpentina (izquierda) usada milenariamente en la medicina ayurvédica. Su alcaloide, la reserpina, tiene efectos depresores del ánimo al disminuir los niveles de las aminas biogénicas, neurotransmisores en el cerebro.

En efecto, un medicamento desarrollado para tratar la tuberculosis, llamado isoniazida, indujo en los enfermos efectos secundarios indeseables, como euforia y estimulación psicomotriz. Esto llamó la atención del mismo Nathan Kline, quien estudió el efecto clínico de la isoniacida y encontró que revertía síntomas de melancolía y depresión con prontitud y eficiencia. Los estudios de laboratorio mostraron que la isoniacida y otros fármacos similares inhibían la enzima cerebral que destruye a la serotonina, la dopamina y la norepinefrina, los neurotransmisores y que se depletan por efecto de la reserpina. La enzima es la monoamino-oxidasa (MAO) y pronto se conviritió en un objetivo de investigación, con la premisa de que los fármacos que inhibieran su acción, llamados genéricamente inhibidores de la MAO, tendrían efectos antidepresivos, pues los niveles de las aminas se elevan en el cerebro.

Nathan Kline
El psiquiatra neoyorkino Nathan S. Kline en 1943. Director del Rockland Psychiatric Center de Nueva York, que ahora lleva su nombre, fue uno de los pioneros de la farmaco-psiquiatría y quien acuñó el término de cíborg.

Varios psiquiatras y psicofarmacólogos no tardaron en ligar estos hallazgos clínicos y efectos neuroquímicos en una teoría de gran trascendencia para la especialidad. Por una parte, la reserpina producía intensas depresiones clínicas y una disminución notable de neurotransmisores conocidos como aminas biogénicas en el cerebro de animales de experimentación. En el sentido contrario, la isoniacida y otros medicamentos inhibidores de la monoamino-oxidasa que elevan el contenido cerebral de esas mismas aminas mostraron ser potentes antidepresivos. La conclusión de estos resultados era que las aminas cerebrales participan como neurotransmisores en la regulación del ánimo, de tal forma que su incremento cursa con excitación, euforia o estimulación psicomotora y su disminución con abatimiento del ánimo, tristeza e inhibición motora. Desde entonces esta hipótesis monoaminérgica ha sido empleada para desarrollar nuevos psicofármacos para tratar la euforia o la depresión. La relevancia de estos hechos y de la hipótesis para el problema mente-cuerpo es clara, pues constituye una teoría coherente y con respaldo empírico de la participación de varios neurotransmisores en la modulación del estado de ánimo.

Nathan Kline
El psiquiatra neoyorkino Nathan S. Kline hacia 1975.

En una veta similar de investigación psicofarmacológica y neuroquímica, en la década de los años 60 otra serie de estudios mostraron que la clorpromacina y otros fármacos como el haloperidol, optimistamente llamados “antipsicóticos”, bloquean la transmisión de la dopamina en zonas del cerebro que controlan el movimiento automático. Ocurrió por la misma época el descubrimiento de que la enfermedad de Parkinson tiene como causa la degeneración de las neuronas que producen dopamina en el cerebro. Esto proveyó de una explicación neuroquímica para los efectos de los antipsicóticos de producir un parkinsonismo farmacológico. La relación neuroquímica entre el Parkinson y la psicosis se concretó en la idea un tanto simplista de que un déficit de dopamina es propio de la primera condición y un exceso de la segunda.

Van Gogh
El óleo de Vincent van Gogh “Viejo triste a las puertas de la eternidad” (1890) muestra los signos devastadores de la depresión mental.

Otra hipótesis más que desde el año 1952 ocupó el interés de la psicoquímica fue la idea que ciertas psicosis podrían deberse a la formación de alucinógenos, como la mezcalina o la dimetiltriptamina, a partir de neurotransisores normales como las aminas biogénicas en el cerebro por una transmetilación aberrante. Sucede que estos alucinógenos son moléculas similares a las aminas cerebrales, con la diferencia de que ostentan grupos químicos llamados metilos (NH3) en su estructura y que podrían ser agregados por la acción de enzimas presentes en el cerebro. Esta hipótesis fue puesta a prueba durante décadas y de muchas maneras por los investigadores, aunque no llegó a ser comprobada.

En suma, a partir de 1950 se establecieron evidencias de la relación entre diversos neurotransmisores cerebrales y los estados emocionales que convencen del fundamento o correlato neurohumoral de estas actividades mentales. Más aún: las evidencias indican que ciertas cualidades de la experiencia requieren de estas moléculas, lo cual se opone a la idea de la mente como una función con diferentes sustratos físicos.

Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados)

 

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RODOLFO MOCTEZUMA

BUEN DIA, DR. JOSE LUIS ME PARECE IMPORTANTISIMO SU ARTICULO Y LO FELICITO POR SER TAN CLARO EN SU CONTENIDO, ADEMAS TAMBIEN ES AGRADECER EL TIEMPO QUE SE TOMA PARA REDACTARLO Y DARLO A CONOCER, OJALA Y HUBIERAN MAS PERSONAS QUE BRINDARAN SU CONOCIMIENTO Y LO DIERAN A CONOCER DE FORMA GRATUITA COMO UD. LO ESTA HACIENDO, A ESE NIVEL. SALUDOS

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