¿Qué cambió? Es la pregunta, simple y, a la vez, casi inabarcable. La cuestión central y, de modo simultáneo, la que parece más evidente de responder. Qué fue lo que se modificó, de manera tan radical, que hoy se habla, sin que se ponga en duda, de una nueva era.
Han cambiado los objetos. Eso salta a la vista. Los gadgets de hoy son enteramente distintos a los que existían hace dos décadas y media. Mas, tan claro como eso es la imposibilidad de plantear una historia de la tecnología, sin considerar las prácticas sociales mediante las cuales un tiempo determinado se apropia de esos objetos.
El mundo social, que es y siempre será el universo de ideas que una sociedad tiene sobre su presente y sobre sí misma, es ese mundo dentro del cual se produce, circula y tiene éxito o no, determinados objetos, ha enseñado puntualmente Roger Chartier y su entendimiento de la historia cultural.
La tecnología, en este caso los objetos asociados particularmente a la tecnología digital, celulares inteligentes, computadoras, tablets, consolas de video juegos, entre otros gadgets, forman parte, pues, de la circulación de bienes que una sociedad produce, tanto como de las maneras en que los miembros de esa época se apropian y hacen uso de esos bienes.
La era digital es lo que es porque sus objetos más representativos son únicos, sí; pero sobre todo, porque las maneras de producción de sentido del mundo, de auto representación de quienes los utilizan y el modo en que estas herramientas atraviesa la sociedad entera, no tiene similitud con el mundo anterior.
¿Lo que cambió entonces no fueron los objetos? Los objetos, los artefactos, cambiaron; y lo seguirán haciendo. De modo tan acelerado como hasta ahora, o más. Pero ello no es causa, sino efecto.
La psicoanalista argentina Sonia Abadi ha propuesto el término “Pensamiento en red”, para definir los nuevos modos de proceder y nociones, también inéditas, que estarían asociadas a un genuino cambio de época.
Luego entonces, lo que se ha removido, lo que continúa removiéndose se halla en el interior de los individuos, y no en los aparatos con los que realizan ciertas tareas. Está más cerca del modo como piensan y, derivado de ello, entienden, juzgan y actúan sobre qué tan amplia es la memoria de su celular.
Dicho por lógica contraria, póngase como ejemplo una persona que, sin importar la edad, cuenta con una pléyade envidiable de los últimos artefactos, y un sinfín de herramientas que la época ha producido y, sin embargo, procede en el mundo a través de un pensamiento binario.
¿Qué significa proceder de un modo binario? Pensar el mundo como dos esferas. El bien y el mal. Los puros y los traidores. El lado correcto y el lado incorrecto. Una representación que por irreductible termina por ser la artificiosa reducción de la complejidad del mundo y de la vida.
No importa cuántos gadgets digitales pueda tener, ese sujeto, seguirá anclado al mundo de las dicotomías, un mundo que sigue ahí, entrelíneas de lo digital, un mundo que se disfraza de contemporáneo aunque en realidad represente el otoño de la uniformidad.
“La verdadera revolución”, ha escrito Sonia Abadi, “la que puede llegar a marcar un diferenciador en nuestro modo de vivir y trabajar, es la transformación de los procesos de pensamiento, que son el origen y el motor de la creatividad y la innovación”.
La tentación del asilamiento cobra factura a quien, desde el mundo anterior, resiste a un mundo que no comprende refugiándose en verdades de púlpito y razonamientos de callejón sin salida. Antes que una construcción de ingeniería en sistemas, la Red es una metáfora de una nueva forma de pensamiento.
Y al ser una nueva forma de pensamiento, supone también y, ante todo, una nueva manera de representar al otro, al distinto, y de concebir la relación de cada cual no con los suyos sino con los que son distintos, piensan distinto, hablan distinto, aman distinto, actúan distinto.
Dice Abadi: “¿Cómo navegar por el mundo virtual y por el mundo real? ¿Qué hacer para no ser arrasados por el exceso y la velocidad? ¿Cómo resistir a la peligrosa tentación de aislarse para protegerse? Estamos viviendo una transición, en la que necesitamos encontrar un modo nuevo de armonizar nuestros talentos y valores. Son tiempos de creación de espacios intermedios entre los esquemas tradicionales y los nuevos paradigmas”.
La simplificación de la realidad, la laxitud en el uso de los conceptos, la degradación de las argumentaciones, así, no sólo la traicionan, sino que imponen la uniformidad en lo confuso como lo que parece una condena insalvable.
Lo digital, en cambio, se erige como espacio vital, del hacer/pensar, no binario, vertical ni uniformador. Lo digital es esa experiencia; no el objeto.
El tránsito, para muchos, no habrá de ser sencillo. Tener celular no es suficiente. Habrán de ser capaces de traer a este siglo XXI, a esa alma suya, otoñal, que vive en el XX; o aun antes.
Veremos si lo logran; veremos incluso si están siquiera interesados en intentarlo.