No es la primera. Ni tampoco será la última. Por supuesto. Ha habido una cantidad considerable antes. Y probablemente es que pronto veamos otras más.
En algún momento de la segunda mitad del siglo pasado fue la inteligencia clarividente de Marshall McLuhan la que nos hizo saber a todos, para siempre, que el medio es el mensaje.
Con las relaciones humanas como preocupación central, el erudito canadiense, entendió el análisis del medio como elemento consustancial del mensaje mismo.
El medio, hace ver McLuhan, de forma más que temprana, está lejos de ser un simple instrumento o una herramienta aséptica respecto al mensaje.
Imbuido de la cualidad de contenerle, el medio modifica, alumbra o distorsiona, la capacidad del mensaje para expresarse como contenido.
Al final y al principio de esta relación de complementariedad irrenunciable, entre el mensaje y el medio, McLuhan consigue romper con cualquier acercamiento ingenuo en relación con la interacción entre medio y mensaje.
De acuerdo con los datos actualizados a 2019, Twitter cuenta con poco más de 310 millones de usuarios activos. Muy lejos de los 1,500 millones de WhatsApp o de los mil que presume Instagram.
Se trata, sin embargo, de una red social que ha encontrado en la vorágine de lo inmediato, un nicho que nadie parece disputarle en el terreno de su capacidad para propagar una noticia.
En lo que mucho tiempo después sería una película protagonizada por Tom Hanks, el primer momento que anunció en lo que Twitter se convertiría, se dio a partir del incidente que protagonizó, en enero de 2009, un vuelo de US Airways al estrellarse en el río Hudson frente a Nueva York.
En aquella ocasión, fue un tweet, y no un cable o boletín aparecido en un medio tradicional, que dio cuenta del accidente aéreo con una fotografía incluida.
En su corta-larga vida, Twitter concentra sobre sí la peculiar condición de ser más influyente por su efecto: crear tendencia. Diríamos, en su propio lenguaje, que por la cantidad de participantes activos que la red registra.
Rápida, corta, sencilla y con una gigantesca capacidad de replicación, a través de la sencillez que implica un retweet, ha convertido a Twitter en un medio de muy alta influencia en relación con la velocidad a la que se multiplica una nota o una percepción.
Espacio para la interacción social, como ocurrió en Egipto y Argelia hace algunos años, lo ha sido también para impulsar candidaturas, ahí está Trump, o dinamitar carreras políticas.
Larga es la lista de renuncias provocadas por algo que bien podríamos nombrar como “arqueología del tweet”, y que consiste en encontrar eso que quienes frecuentan esta red se divierten en llamar: “siempre hay un tweet”.
Desde el fugaz Ministro de Cultura español al que le hallaron un tweet en el que desdeñaba la tauromaquia, hasta la renuncia de la Embajadora de Unicef en Colombia por un mensaje discriminatorio, o la declinación de un presentador de los Oscar por un caso de chistes homófobos.
Terreno resbaladizo, la plataforma tiene en sus propias cualidades, la rapidez, la sencillez y el estado casi de pulsión con el que laten muchos de sus mensajes, su propia dificultad de manejo para personajes públicos.
Hace pocas semanas, en un estilo de gobernar que ha sido desconcertante, por decir lo menos, para un número grande de sus compatriotas, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, despidió a un funcionario vía Twitter.
Capaz un tweet de provocar dimisiones, obligadas o fulminantes, como se ve, mucho menos común es que Twitter haya sido elegido como el medio, en el sentido que le da McLuhan, para comunicar una renuncia.
No se trata de que el o la funcionaria confirmen que han presentado a su superior su solicitud de separación al cargo. No, no es eso.
De lo que se habla es de un superior que se entera, vía Twitter, de la renuncia de su subordinado, carta incluida.
La descomposición de las formas institucionales, en un gobierno o una organización, delatan que hay problemas mayores que no están encontrando el cauce adecuado.
En todo gobierno u organización cohesionada y ordenada es el superior el responsable de que se conserve la disciplina institucional. En todo momento la responsabilidad de las formas le corresponde a él.
Quien elige como medio Twitter para renunciar lo hace porque, como dice su propia comunicación, ha sido orillado a ello.
La erosión de las formas institucionales acaba por exhibir un liderazgo errático que en la obnubilación de pasar a la historia, descuida una de sus tareas fundamentales: atemperar, conciliar.
Cualquier tipo de liderazgo que no pueda hacerlo con los suyos, un liderazgo que exhibe y es irrespetuoso incluso con los suyos, está condenado a ser a su vez exhibido en su inoperancia y lo ominoso de su proceder cotidiano.
Cuando esto no sucede, se quiera explicar como se quiera explicar, el augurio de lo que sucede y se viene no puede ser bueno.
Twitter se convirtió en lo que es, adelantando la imagen de una aeronave que se hundía en el Hudson. El medio es el mensaje.
Preocupémonos.
Don Antonio, ” el medio es también el masaje” en esta aldea global. Masaje a las conciencias, digo. Saludos.
Oportuno artículo. Recurrir a una red social tiene, a mi parecer, el objetivo de difundir masivamente el mensaje. Y sí, en el caso reciente, tiene que ver con la erosión de las formas institucionales. Ahora bien, entramos al dilema de decidir si como ciudadanos preferimos esa vía para conocer UNA VERSIÓN de los hechos o si exigimos al autor del mensaje INFORMACIÓN CLARA Y SUFICIENTE.