Ustedes, ellas, nosotros y ellos aspiramos a ser felices. Y en el umbral de la segunda década del siglo XXI, alcanzar la felicidad pasa por una visión geopolítica que identifique las nuevas claves del poder global. Sin duda, hoy esas claves apuntan a los más estratégicos avances científico-tecnológicos y los Estados deben asumirlo. Gran parte de esos hallazgos y creaciones buscan mejorar la salud humana. Poder político y biología no son tan lejanos, como no lo son las relaciones sociopolíticas de las corporaciones con la sociedad. Para vincularlos, basta aplicar el llamado “poder suave” o softpower.
Más salud, menos dolor y mayor bienestar garantizará la supervivencia con un enfoque multidisciplinario. Por tanto, se cumple la utopía de ser feliz. La noción de felicidad ha evolucionado en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) de la Lengua que la definía como el “estado de ánimo que se complace por la posesión de un bien”. En 2006 enmendó esa definición a: “Satisfacción, gusto, contento” y recientemente, la RAE renovó el significado a: “Estado de grata satisfacción espiritual y física”.
La felicidad, así como la ciencia y la tecnología tienen nuevos paradigmas; en las últimas décadas ha cambiado todo lo que se pensaba sobre el ser humano. Por tanto, no es ingenuo pensar en la grata satisfacción espiritual y física, para más de 7 mil millones de habitantes del planeta. Hoy ya se ha descifrado el genoma humano, se es capaz de reprogramar a una o varias células, se han hallado planetas similares a la Tierra y se han localizado nuevos materiales (como el grafeno, el más delgado del mundo).
La eterna juventud parece cercana. En marzo, investigadores de Boston liderados por David Sinclair, revelaron que habían encontrado la forma para revertir el envejecimiento en ratones. Con el tiempo, decaen los niveles de la molécula denominada NAD, necesaria para sobrevivir, y favorece enfermedades relacionadas con la edad. Hoy se puede mantener constante su producción.
Se produce con nanotecnología hasta desarrollar componentes de cómputo de tamaño molecular, de millonésimas de milímetro. Se exploran las posibilidades de las neurociencias y psicolingüística con el mismo ahínco con el que se incursiona en el espacio extraterrestre. Los laboratorios del mundo no cesan de buscar la eterna juventud y reparar tejidos y órganos dañados.
Es obvio que esos descubrimientos y su aplicación no son, en este momento, accesibles a todos. En una sociedad de clases, sólo una minoría se beneficia de ellos. Así lo anticipaba ya en 1932 el emblemático Un Mundo Feliz del británico Aldous Huxley. Ahí, ese científico-filósofo presentaba una sociedad dividida en castas: Alfas, Betas, Gammas, Deltas, según la terapia de “hipnopedia” a la que habían sido sometidos. No obstante, es imposible soslayar la importancia de lo que hoy se descubre en el mundo.
¿Cómo no asombrarse por la posibilidad de transferir recuerdos de un ser vivo a otro gracias a las neurociencias? Pues la Universidad de California logró trasplantar la memoria de un caracol marino a otros, cuyas células y procesos moleculares se asemejan a los nuestros. Además de lo fantástico de transferir algo tan intangible como los recuerdos, ese logro vaticina tratamientos en males degenerativos como el Alzheimer o el estrés postraumático.
De igual forma, investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York han descubierto –o clasificado– un nuevo órgano. Se trata de un delgadísimo canal que conecta al sistema linfático. De confirmarse el hallazgo, tendría grandes implicaciones en la medicina moderna pues influiría en el enfoque de la dispersión del cáncer.
Entretanto, para las víctimas de migrañas la Administración de Drogas y Alimentos ha aprobado la primera droga diseñada para prevenir este mal. Y a la par, la Universidad de Washington ha anunciado la creación de la píldora de control natal para hombres; una combinación de hormonas conocida con las siglas DMAU (Dimethandrolone Undecanoate).
Los científicos mexicanos no son ajenos a esta búsqueda del mundo feliz. Investigadores del Instituto Politécnico Nacional, como el ingeniero Sergio Rico, han creado lluvia artificial para zonas de sequía y un cargador de teléfono al caminar. También, han inventado chocolate para bajar de peso, apps que miden niveles de glucosa y miden litros de gasolina para evitar robos y desarrollado la supercomputadora híbrida Xiuhcóatl –la primera en el país y el mundo, así como tinta indeleble para votar‒.
Investigadores de Instituto de Biotecnología Campus Morelia de la UNAM, realizan la secuenciación del genoma indígena para entender qué enfermedades afectan más a los mexicanos. De igual forma, en la Facultad de Psicología se ha creado el primer prototipo portátil de termografía que, sin ser invasivo, mide emociones. Tras los macrosismos de septiembre, otros universitarios construyeron en Puebla la primera casa con botellas de PET.
Son infinitos los nuevos desarrollos científico-tecnológicos para acercarnos a la felicidad. Es indispensable que quienes aspiran a dirigir el destino de México el próximo sexenio, entiendan que la mejor inversión en educación y salud es el conocimiento. ¡El softpower, pues!
patricioavitia@yahoo.com.mx