Los siglos cuentan. El tiempo y sus significaciones se imponen. Pasar de una centuria a otra, se quiera o no, está llena de alcances.
Cuando además lo que emerge como novedoso implica un cambio de época, el horizonte de transformaciones se expande prácticamente a todos los ámbitos de la vida.
No se puede actuar sobre un mundo que se comprende, ha dejado en claro el enorme Paul Ricoeur. O, al menos, no se puede actuar con asertividad.
Comprender, en cambio, el mundo que se habita es actuar en él para colocar los saldos y dilemas del ayer sobre el horizonte del mañana.
Tal condición alumbra el actuar de José Vasconcelos. Nacido en el XIX, marcado por la traza de ese siglo, Vasconcelos es capaz, sin embargo, de colocar su inteligencia, sensibilidad y pasión sobre la ruta de los caminos que el siglo XX abría.
Desafío mayúsculo para la América hispana, México incluido, desde luego, fue enfrentar y acaso tratar de resolver la dicotomía resumida magistralmente en el título del libro más célebre de Domingo Sarmiento: Civilización o Barbarie.
Vasconcelos retoma la cuestión, que lo es del XIX, pero la encara con una visión del XX: crea instituciones educativo/culturales y promueve la lectura, como palancas definitivas para vencer, por fin, la sombra de la barbarie.
Lo común, lo visto y comprobado, no obstante, es que el arrojo de Vasconcelos, su ejemplar legado de imaginación y creatividad pública sea excepcional. Habitual, en cambio, es su opuesto.
Enfrentar los desafíos del mañana desde la mirada y prácticas del ayer. Problemas, dilemas, saldos del siglo anterior que se intentan encarar (y aun más: resolver) con instrumentos y visiones (también) del siglo pasado.
Del primer Secretario de Educación hasta el último de los gobiernos del siglo XX mexicano, no hubo uno que no promoviera la lectura con libros baratos.
Hoy, se emprende un nuevo esfuerzo. Básicamente bajo los mismos principios y estrategias similares.
Nadie puede estar en contra de que se promueva el acceso de bienes públicos, como son los libros de la editorial del Estado, a sectores cada vez más amplios de la ciudadanía. Quien además ha pagado ya esa producción editorial a través de sus impuestos.
Esa misma ciudadanía que, de acuerdo con datos recientes del INEGI, lee un promedio de 3.8 libros al año por persona. Pero de los que, nada más el 20% de las personas comprende totalmente lo que leyó.
Sólo después de los libros de texto y de los periódicos, los mexicanos leen páginas, foros o blogs digitales. Reportándose un número creciente de lectores que consultan información de tipo general a través de enciclopedias en línea.
Enigmático resulta por eso, que se insista sobre el papel como vehículo único, y la ausencia absoluta de siquiera una mención a las herramientas que marcan nuestra era: las plataformas digitales y sus inmensas posibilidades.
En el mundo de los viejos odres, efectivamente, la lectura tiene un solo soporte: el papel, un solo instrumento: el libro, y una sola forma: lo visual.
En el mundo de lo digital, las posibilidades, como el mundo mismo, se expanden, se multiplican, se diversifican. La portabilidad y la ampliación de formatos no meramente son más efectivos en amplios sectores de la población, sino además resultan significativamente más baratos en su producción y distribución.
De acuerdo con Leisdy del Carmen Gutiérrez Olmos, investigadora de la UAEM, quien retoma datos de la UNESCO, el costo de la conectividad de datos necesaria para leer un libro electrónico de acceso abierto, roda los dos o tres centavos de dólar. Mientras que el precio de un libro impreso, aun con el abaratamiento que ofrece el Estado mexicano en su campaña actual, va de los 2.50 a los 10 dólares, si no es que más.
El libro físico, sostiene la investigadora, es entre 300 y 500 veces más caro que el digital. Sin contar que los costos de distribución y almacenamiento también son mayores en el ámbito físico.
No se trata, empero, sólo de una cuestión de costos. Están las prácticas, los hábitos y las condiciones de vida.
El año pasado, un porcentaje superior al 60% de los mexicanos tuvo acceso a Internet. Tendencia que crece de modo sostenido.
Y si bien, el 83% de los usuarios reporta como actividad principal las redes sociales, leer contenidos relevantes se sitúa en un nada despreciable 57%, apenas debajo de “buscar información”.
Dos elementos más deberían servir para enmendar lo que parece una deuda de imaginación y creatividad pública en el diseño de la estrategia actual de fomento a la lectura.
Por una parte, los muy prolongados tiempos de desplazamiento de las personas que viven en ciudades grandes. Por el otro, en el caso particular de la capital del país.
No se entiende, así, que se estimule la instalación de Wifi gratuito en redes como la del Metro, y al mismo tiempo se deje a la ciudadanía a merced de contenidos digitales chatarra.
Libros electrónicos, audiolibros, podcasts, lecturas interactivas, forman parte de un repertorio vasto capaz de constituir un puente para estimular imaginación, creatividad, lenguaje, juicio, y otras habilidades cognitivas, antes asociadas únicamente al sentido tradicional de la lectura.
Es difícil obtener resultados distintos si se actúa de la misma manera (esta idea suele atribuírsele a Einstein). Comprender que el advenimiento del nuevo siglo, y con él de una nueva era, permitirá vislumbrar que el centro de lo digital no es en lugar de… sino además de…
Vinos nuevos, cual formas nuevas de leer tiempos que debieran también de serlo.