Dejarse caer

Lectura: 3 minutos

“Caigo. A veces me siento caer”.

Rodrigo Pardo. FLAT – Voz interior

 

“Tu te laisses aller, tu te laisses aller”

Charles Aznavour

Saint-Pierre-des-Corps, Francia.

Rodrigo no salía de su departamento. Y todo mundo lo sabía. A diferencia de aquel anticuario que no salía y no salía y que con su no salir inquietaba a la vieja chismosa que regaba las plantas muertas y acariciaba los retratos sepia de sus hijos podridos de enterrados, aquel anticuario que luego se supo que, si no salía era porque lo habían dejado como un queso gruyere, bañado en sangre y rodeado de moscas, Rodrigo no salía porque su vida transcurría dentro de su departamento. Su vida, su ante vida y su post vida, por qué no, también. Y todo mundo lo sabía.

Rodrigo Pardo. Flat
Rodrigo Pardo. Flat

Que todo mundo lo supiera no era gratuito. No. Todos lo habíamos visto no salir de su departamento, quedarse echado en la cama acordándose de besos robados, de caricias sentidas, de padres muertos. Todos lo habíamos visto luego levantarse e ir al baño a mear. Al lavabo a lavarse las manos. A la cocina a prepararse un café. Todos lo habíamos visto saltar de la mesa al piso y del piso a la mesa y de la mesa a la cama y luego al lavabo, para después posarse sobre el suelo a hacer lagartijas y seguir pensando, ahora en su infancia tan lejana, y en la inexistencia de la esperanza.

Que todos lo supiéramos no era más que por el simple hecho de que lo mirábamos ahí, en aquella plataforma elevada a cinco metros del suelo; una plataforma en noventa grados – Sí: Rodrigo vivía a lo vertical, confiando en cuerdas y en poleas, en carabinas y en la resistencia a la gravedad que proporciona la confianza. Sin caer. Aunque eso sintiera.

En noviembre, en un departamento de la colonia Juárez, un individuo vivía en soledad. Llevaba a cabo ahí, sin jamás salir, todas sus actividades. Se levantaba y ya no se ponía los tenis para salir a correr. No tenía caso. Hacía lagartijas sobre la duela falsa. Se duchaba. Se lavaba los dientes -no le gustaba tener sabor a centavo en la boca, aunque no fuera a besar a nadie -. Se hacía un café. Regaba las flores. Escribía. Luego se regresaba a la seguridad de lo mullido de sus sábanas húmedas. Y se dejaba caer. Y conforme pasaba el día, lento, según reflexionaba, volteando al techo, sobre su irrelevancia y la irrelevancia -ya incluso inexistencia- de los momentos de dicha pasados, sentía cómo se dejaba ir en el tiempo hacia la muerte. Sentía cómo se dejaba caer en el hoyo negro del vacío existencial.

Rodrigo Pardo reflexionaba, en su posición a noventa grados, aérea, etérea casi, sobre su realidad. ¿Y si fuera yo sólo un insecto que se cree un hombre? se preguntó de pronto, serio, planteándose con rotunda preocupación la pregunta, como Kafka en un cuento. No importa. Insecto u hombre, irrelevante. Y pensó mejor en la atractiva posibilidad de una caída vertiginosa.

Rodrigo Pardo. Flat
Rodrigo Pardo. Flat

Sí. Hay algo atractivo en la idea de dejarse ir. De caer hasta donde se encuentre uno con una traba horizontal. Quién sabe –Chi sa!!!-. Tal vez esa barrera horizontal se desplace y permita la caída del cuerpo, eterna, mientras el alma siente el vértigo del descenso permanente.

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