FIAC 2015 Parte 2: Un día en la vida de un enfermo de hastío[1]

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La monotonía hace pensar en las soluciones que da un revólver, a la vuelta y vuelta también él. Pero, y si todo está a la vuelta y vuelta, ¿volverá algún día el genio a alumbrarle el caletre a alguien?

El Grand Palais se yergue no lejos del Sena. Se yergue. Erguirse es demostración de entusiasmo. El hastiado no se yergue.[2]

En el Grand Palais, que se yergue cerca del Sena, se organiza la Feria Internacional de Arte Contemporáneo todos los años desde hace no sé cuántos. Ahora, esta vez, la Feria ha invadido también (lo digo en buen son) algunos lugares comunes de la ciudad de París, que fluctuat nec mergitur[3].

El Gran Palacio
El Gran Palacio

Esta vez sí entré, aunque hubiera preferido no salir de mi casa. Me da miedo que un día París sí se hunda. Sin embargo me sobrepuse a mi estado de ánimo pusilánime y me di cita con un par de amigos menos deprimidos que yo, para entrar a la feria, cosa que hicimos luego de tomar tres cafés. A pesar de los constantes descalabros, cada mañana vuelvo a pensar que el café me rescatará de cualquier cosa.

El Grand Palais es foro espectacular. Y ahí se reunieron este año una serie de galerías que esperaba yo ofrecieran algo como medicamento contra mi hastío. No que a ellas les interesara ese resultado. Si me levanté de la cama fue para obligarme a tratar de alegrarme un poco. El arte algunas veces logra generar sentimientos positivos en los observadores.

Repeticiones.

No se siente nada.

El recorrido se hizo arbitrariamente. Se hizo con base en la arbitrariedad de la que yo eché mano. Había que ver las galerías que yo quería visitar.

Cindy Sherman presentó otra vez una obra que había causado horror – y mucho aplauso – en la década de los noventa. Nada mal. Nada mal si se compara la belleza con el horror, y el horror con la belleza, y si se logra encontrar belleza en el horror, y horror en la belleza cuando es evidente. Pero eso fue en los noventa.

Cindy Sherman Untitled 140
Cindy Sherman Untitled 140

Corrí riesgo de tropezarme con un tronco. De patear una lata. De atascarme en el enorme pasojo dejado por una vaca y de quedarme atorado en el seno de un gran mojón de mierda.

Obra de arte junto a un paseante distraído
Obra de arte junto a un paseante distraído

Había muchas cosas rotas y muchos lienzos rajados. David Altmejd expuso su Iris, de vidrio con balazos (en realidad golpes de martillo). El proyecto era bueno, pero implicaba para mí demasiado afán analítico como para que me produjera un efecto visible (“The view is infinite: a combination of destruction and beauty”, había dicho al respecto un crítico optimista). Lucio Fontana, ya muerto, presentó piezas de cerámica marcadas con cicatrices y lienzos atravesados a cuchillo. Hay cosas de millones de euros que sólo algunos pueden producir. Pero estas tienen que llamarse Concetto Spaziale, o algo igualmente genial.

David Altmejd LIris
David Altmejd LIris

Paul Schimmel, vicepresidente de una galería que seleccionó una serie de obras con el interés de exigir (otra vez) la libertad de palabra y la expresión artística, presentó un bloque de periódicos amontonados publicados por Charlie Hebdo, en cuya portada se leía que todo estaba perdonado (hay cosas que funcionan en política y fracasan en el mundo del arte).

El buen Charlie Hebdo y su Tout est pardonne
El buen Charlie Hebdo y su Tout Est Pardonne

Había soportado una hora y media de visita (sí: soy muy perseverante cuando me lo propongo), y nada me había movido. Luego, de pronto, vi una televisión.

En un video que duraba seis horas (sólo vi de él quince minutos), Ragnar Kjartansson exhibió a sus tres sobrinas, sentadas en un sillón circular con su rubia beatitud. Una leía, otra hacía algo más – creo que se peinaba – y la tercera no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es que las tres repetían incesantemente (durante seis horas, efectivamente) la misma frase de una conocida canción de Ginsberg: “The weight (¿o “the way”?) of the world is love”. El espacio de la filmación era impecable. El trabajo camarográfico muy esmerado. La iluminación no estaba mal. La acústica tampoco. Las columnas (¿neoclásicas?) muy derechitas. Y las niñas tan rubias tenían los pechos en flor.

Ragnar Kjartansson Song
Ragnar Kjartansson Song

Fue ya en un estado de inercia que vi una parte de lo demás. No observé, pero vi. No miré, pero pasé por encima de aquello los ojos. Muchas cosas ya vistas. Revisiting this and that. Retomando a Allan Glass, retomando a John Cage, retomando a Duchamp, retomando a Manzoni, retomando a Calder, retomando a Fontana. Todo a la vuelta y vuelta. Puto eterno retorno.

Y todo siguió sin hacerme inmutar. Salimos al rato y propusieron ir a comer. Hay veces que el hastío alcanza tales niveles que hasta al hambre la empuja lejos.

Me invade la apatía. Creo que estoy cansado. Nada me mueve verdaderamente. Nada se me queda fijado en la memoria. Como siempre, mea culpa. Todo me da vueltas. Todo se me repite. Y la monotonía hace pensar en las soluciones que da un revólver, a la vuelta y vuelta también él. Pero, y si todo está a la vuelta y vuelta, ¿volverá algún día el genio a alumbrarle el caletre a alguien?

Apéndice: si mi hastío me lo hubiese permitido, habría visto lo demás, y me habría dado cuenta de que – como decimos en México – “siempre sí” había cosas buenas. Y no habría escrito esta porquería de artículo. Y no me habría regresado a mi casa pensando en el retorno eterno de un revólver.

[1] Esto puede implicar el desperdicio de un buen título para una obra más relevante.

[2] Viéndolo bien, el título tampoco es para nada demasiado valioso.

[3] ¡Ah, París! ¡Tan acosada por las olas! ¡Tan que no se hunde!

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