Tao, Dharma, Logos: la fuente indiferenciada de mente y materia

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La coexistencia de ilustres preceptores que ensancharon caminos y doctrinas espirituales en el siglo VI a.C. supuso un momento de grandes cambios en la evolución de la mentalidad y la civilización humanas. Lao Tsé y Confucio en China, Gautama Buda en la India, Zoroastro en Mesopotamia, los profetas Daniel y Ezequiel en Palestina, y Pitágoras, Tales de Mileto y Heráclito en la Hélade, encabezaron los primeros intentos registrados para construir y aplicar un sistema de cavilación y de vida sobre cuestiones trascendentales. Su empeño y legado constituye la proclamación de la sabiduría como objetivo, senda y ejercicio de la actividad humana más valiosa para una existencia plena.

Como una manifestación duradera del pensamiento de estos sabios primigenios es factible congregar y acoplar tres conceptos de relevancia en la historia del problema mente cuerpo porque convergen en una propuesta común, a saber: una fuente indiferenciada de mente y materia. En efecto, el Tao, concepto central del taoísmo en la antigua China, el Dharma, elemento clave de todas las enseñanzas nativas de la India como el hinduismo, el budismo y el jainismo, o el Logos grecolatino y eventualmente cristiano de la cuenca del Mediterráneo, constituyen conceptos primordiales y nodales de sabiduría. Vale la pena considerarlos conceptos sapienciales.

Por la envergadura y la diversidad de sus sentidos, los tres términos sapienciales son polisémicos, es decir, tienen varios significados, todos ellos trascendentales. El primero y fundamental es metafísico, pues apunta a la realidad última del mundo, a su naturaleza verdadera, y a las leyes que operan tanto en el universo físico como en el mundo espiritual de la mente y la conciencia. Esta esencia que constituye y sostiene al mundo manifiesto no se puede definir ni comprender a cabalidad, es inabarcable e inefable, aunque es posible aproximarse a ella mediante las técnicas contemplativas que desarrollan y promulgan cada una de las doctrinas. Las dos primeras líneas del Tao te King, el libro chino de sabiduría atribuido a Lao Tsé, lo dicen de forma contundente e imperecedera: “el Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao, el nombre que se le puede dar no es su nombre verdadero.”

Asociado cercanamente al sentido metafísico, el que anuncia la esencia del mundo, está el segundo sentido de los términos sapienciales, la noción de la verdad, aquello que es lo real, en contraste con lo aparente. En los sutras o discursos del Buda es frecuente la expresión de refugiarse en la verdad y el término dharma en el budismo se aplica no sólo a la realidad fundamental y a sus leyes, sino a todas las manifestaciones o fenómenos de la mente en tanto constituyen verdades de la existencia que es necesario experimentar con toda presencia para desarrollar sabiduría. Por su parte, Heráclito de Éfeso, el filósofo que concibió al Logos, lo promulgó como la gran unidad cósmica que se denomina la realidad.

En su abordaje ulterior, se subrayó la capacidad de razonamiento y su manifiesta expresión verbal como elementos específicos del Logos. De allí proviene la derivación cristiana del Verbo como un principio universal identificado con el Creador y con Jesús, su encarnación humana. Invoquemos otra primera frase perdurable, la del Evangelio de San Juan, y que en la traducción del griego revela de forma mítica e imponente: “En el principio era el logos y el logos era con Dios, el logos era Dios.”

Los símbolos del Tao en caligrafía china, del Dharma budista, como la rueda de la existencia y del Logos en caracteres griegos, son tres expresiones distintas de conceptos sapienciales que implican la realidad profunda del cosmos, el camino de sabiduría para aproximarse a ella y la enseñanza que manifiesta este sendero. En las tres tradiciones esa realidad esencial se manifiesta como mente y materia.

Además de la realidad esencial del mundo y de la verdad como su recreación diáfana, el tercer sentido de los conceptos sapienciales es el del camino, sendero o sentido de la vida humana para acceder a la verdad esencial del mundo y para vivir de acuerdo a su naturaleza. Se trata entonces de la virtud, la norma de conducta que se apega y complementa a la ley natural: es el camino de la sabiduría. Como consecuencia de esto, los tres términos se aplican a la doctrina oral y escrita derivada de su comprensión, aunque esta penetración no sea completa y se mantenga como una guía de la acción y del pensamiento. El sendero, la doctrina que lo avala y su expresión o enseñanza serán entonces el tercer sentido de los conceptos sapienciales.

La esencia del mundo, su verdad intrínseca, el comportamiento y la expresión verbal congruentes con estas realizaciones y la enseñanza de la doctrina, son los vigorosos sentidos del Tao, del Dharma y del Logos que al enunciarlos hoy en día impresionan por su amplitud, profundidad y consecuencias.

En tiempos consecutivos a estas enseñanzas, mucho se disertó sobre la “realidad última” del mundo y de su verdadera esencia, conceptos filosóficos permanentes que tienen su heraldo en estas fuentes tan remotas como fértiles. Se antoja pensar que el concepto del “Ser,” que ha sido central en la metafísica occidental, tenga un sentido afín al de los conceptos sapienciales precedentes, pues, más allá de los usos del verbo ser como indicativos de inherencia, identidad, o relación, el Ser de la metafísica se refiere a la realidad primaria, necesaria y por antonomasia, aquella que desborda todo concepto y subyace o hace posible toda apariencia, ente o sustancia particulares.

En referencia al problema mente-cuerpo que nos concierne en estos escritos, es relevante puntualizar que en las tres tradiciones y los tres conceptos sapienciales hay una propuesta común: la noción de que mente y materia son manifestaciones o hechuras que emanan de una fuente profunda e indiferenciada. Esta fuente sería precisamente el sentido metafísico que apunta al ser verdadero del mundo que indican las palabras Tao, Dharma y Logos. En las tres tradiciones está implicado que los mismos principios que gobiernan al cosmos deben expresarse en la razón y plasmarse en la conducta humana correcta de tal manera que la sabiduría viene a concebirse como una coherencia entre los sentidos de los términos sapienciales, coherencia que les otorga una unidad de conocimiento consecuente para una vida en pos de la sabiduría.

Intentemos un breve análisis de este modelo de reflexión y conducta desde el dilema de la relación mente-cuerpo. Para empezar, no parece justificado etiquetar a estas doctrinas y conceptos sencillamente como monistas o dualistas. Parecen monistas en tanto plantean un fundamento inefable único, pero también dualistas al instaurar dos manifestaciones, una de ellas material y la otra mental. El dualismo entre ellas es aparente y secundario, pues no son independientes ni están causalmente ligadas una con otra, sino que están trabadas en principio y en acto, pues son dos manifestaciones o emanaciones de una sola fuente.

Es posible que la metafísica de Baruch Spinoza (1632-1677) sea una idea afín, pues para este gran pensador sefardí, mente y materia son dos aspectos diferentes de una fuente primordial, que para él es la divinidad misma, un concepto impersonal de Dios al que Albert Einstein profesó credibilidad. Ya en el pasado siglo, David Bohm (1917-1992), uno de los pioneros de la física cuántica, propuso que en el universo existe un orden implicado o implícito y un orden explicado o manifiesto que incluye a la materia y a la conciencia.

Abordemos a continuación el idealismo absoluto de la India ancestral, la pasmosa idea de que todo es idea y el cosmos un solo espíritu.

Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).
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Raúl Maldonado Rodriguera

PUEDE LLEVAR TODA UNA VIDA EL REALIZAR, COMPRENDER Y VIVENCIAR CUALQUIERA DE ESTAS PROFUNDAS CREENCIAS RELIGIOSAS .

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