Francia ejemplar

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Quince años entre Francia y México me han hecho vivir en el lado europeo los mandatos de cuatro presidentes: Chirac, Sarkozy, Hollande y ahora Emmanuel Macron. Viví también la Francia de Giscard cuando estudiante y de Mitterrand a través de múltiples experiencias.

En el recorrido político me aparecen la conducta principesca y noble de Giscard, quien contrasta sin duda con el chacoteo de “Sarko”, como le llamaron tanto amigos como rivales al galante presidente francés, representante del liberalismo. Mitterrand terminó siendo aceptado en una de las izquierdas más light de la nueva Europa. Los modos de Chirac confundían a la vez por su mundanidad seductora y sus buenos resultados en los negocios, fue el hombre de las Relaciones Púbicas. Sarkozy quiso conquistar al electorado con actitudes directas, con un lenguaje nuevo, sin demasiadas afectaciones como sus antecesores, inclinados por el formalismo y el linaje meritocrático tan apreciado por los franceses. Hollande, vendió mal su presidencia “normal” sin carisma, con elocuencia, pero sin capacidad de convencer. Terminó su mandato quinquenal, con bajísima aceptación, una Francia dividida y malos resultados económicos.

Este ambiente político,  ideologizado, partidista, afanoso de poder y sin gran proyecto de nación, contribuyó a deteriorar la imagen de Francia en el mundo y aunque el país continúa ocupando, entre otras razones, gracias a la buena formación de sus élites, un lugar de potencia entre las primeras naciones del planeta, sin duda su sistema democrático dejó de cautivar.

Ángela Merkel, la canciller alemana, no tuvo ninguna dificultad en llenar el vacío de liderazgo europeo y su legado ha ido siempre en un crescendo elocuente, agresivo, inteligente, transgresor, innovador y atento, que le ha dado resultados extraordinarios a Alemania, con las más bajas tasas de desempleo, el mayor crecimiento económico y significativas tasas de ahorro. Pero los tiempos de Ángela Merkel ‒veremos qué pasa en las próximas elecciones en septiembre‒ parecen estar llegando a su fin.

Es en este contexto que emerge un nuevo gobernante, primero candidato de En Marche, alguien que gustó a izquierda y a derecha, que representa un verdadero reemplazo generacional, que tiene una extraordinaria formación, no sólo hecha por los jesuitas de sus primeros años, sino también en el liceo Henri IV donde aprendió seguramente las virtudes de la laicidad, y sobre todo de la labrada en las mejores escuelas de élite gala, la ENA (Escuela Nacional de la Administración). Macron es inspirado por filósofos como Kant, Hegel, Heidegger y Ricoeur, Políticamente formado por Attali y Roccard, Emmanuel Macron, aligerado incluso de una crisis de los 40, que le tomará en pleno idilio con el electorado, si logra a través de esa que se está dando a llamar la –tercera vuelta‒ la elección legislativa, una mayoría consistente, en la Asamblea Nacional.

Como sabemos, en Francia existe este mecanismo llamado de segunda vuelta que consiste en reducir a una opción entre dos candidatos (mayoritarios) y con el fin de procurar mayores márgenes de gobierno, por cierto, bastante presidencialista en el caso francés, al futuro gobernante. Así, Macron resultó triunfante sobre Marine Le Pen por un amplísimo margen que le permitió formar un gobierno en casi total libertad; ahora vienen las elecciones legislativas, una suerte de tercera vuelta que definirá los márgenes reales de gobernanza.

Las figuras del gabinete Macron son todas conocidas de la sociedad francesa, lo son por sus méritos, trayectorias y reconocimientos. Su equipo sorprendió y gustó al punto que muchos quienes incluso no votaron por él ni en la primera ni en la segunda vuelta, están revisando su posición frente a este presidente extraído de la improbabilidad trascendente.

Emmanuel Macron es, después del General de Gaulle, el gobernante más sofisticado de la V República ‒vigente desde 1958‒, probablemente el más culto, el más consistente, el mejor formado sin duda, el más independiente también de los círculos tradicionales del poder, de la masonería, del corporativismo, de los partidos políticos, de las oligarquías y los cuerpos intermediarios.  Macron es el hombre de las pasarelas entre la filosofía y la política. Sabe que la filosofía debe dejar de ser metafísica para acercarse a la acción sobre el cotidiano, pero asume también que la política debe abrevar en las ideas, menos para concluir que para avanzar.

Macron no le hizo el culto a Hollande su antecesor y aunque a este último –mal haría si no‒ le gusta el resultado electoral ‒de algún modo se siente “la mano que meció la cuna”‒  Macron ha dicho que cuando se cree en la revolución del sistema, no se le puede rendir tributo. El nuevo presidente de Francia está cumpliendo su promesa: un cambio sustantivo. Hasta ahora no se han cometido errores en el proceso de transición, aunque sabe de la voracidad de los medios, cuyas jaurías están atentas para atacar a la menor provocación y la tolerancia es cada vez más corta, no han encontrado el frente de debilitamiento.

La política de Macron es deliberativa y reconoce que la verdad está siempre en construcción. En esto quizá consista su aprendizaje filosófico. Compararlo con Trudeau del Canadá, no, en el presidente francés no parece haber otro linaje que el del conocimiento. Coetáneos, sí, afines también en algunas materias. Ya lo dice Édouard Philippe, el flamante Primer Ministro y hoy señor de Matignon, Macron y yo pensamos similar en un 90 por ciento. Debe reconocerse, aceptarse y dialogar desde la diferencia. Con Estados Unidos está jugando ya sus cartas, por ahora cediendo el liderazgo discursivo en los frentes de Medio Oriente; falta por ver qué ocurrirá con Gran Bretaña. Los gestos dicen mucho en la política, analicemos su rictus, sus manos, su lenguaje corporal en el próximo encuentro de Bruselas este jueves con Trump y con Putin la próxima semana.

Con singular habilidad el cuadragenario Presidente, de la nación francesa, nombró un gabinete de sabios y de sabias, expertos en asuntos germánicos como su ministra Sylvie Goulard nombrada en Defensa, o en temas latinoamericanos como Jean Michel Blanquer que, aunque en el Ministerio de Educación Nacional, sabrá deslizar, respetuoso del Quai d’Orsay, el Ministerio de Asuntos Extranjeros, lo necesario para abrir mejores andamiajes de comunicación con esa región que tan bien conoce y para la que había venido construyendo superestructuras desde ESSEC (por sus siglas en francés, École Supérieure des Sciences Économiques et Commerciales), desde la DGESCO (por sus siglas en francés, Direction Générale de l’Enseignement SCOlaire) del Instituto de las Américas y la Academia de Créteil.

No puede negarse la existencia de un aire refrescante en la acalorada y en ocasiones alambicada y anquilosada también, escena política francesa. El presidente Macron no tiene a todos de su lado, pero pocos están radical y racionalmente en contra suya. Trabajar con Macron no significa estar con él, pero da gusto ver que hay una tregua, que existe una vocación para renovar el papel que Francia juega en el mundo. Europa espera de él poner a Gran Bretaña en su justa dimensión, solidario ante sus problemas, pero sólido en su posición europea frente al Brexit. Europa se sabe más fuerte que su vecino refractario.

En materia religiosa Macron es tolerante, reacciona sin prisas y con respeto a su agenda propia, a la provocación del burkini, al cierre de fronteras, al sospechosismo y el antisemitismo; tres condiciones fijan su programa: laicidad republicana, respeto a través de una buena cohabitación y lucha clara contra las ideologías políticas oscurantistas.

El efecto Macron se hará sentir pronto en las elecciones alemanas y en otras en el mundo. México no será ajeno. Mucho hay que aprender de las lecciones de este gobernante que logró aglutinar el voto y sobre todo la disposición de los franceses para facilitar la gobernanza de un pueblo que había olvidado su compromiso con el mundo, con Macron nace de nuevo la esperanza de una Francia ejemplar.

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Alicia Argüelles

Excelente… gracias lo leímos en familia
Un abrazo

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