¿Por qué necesitaremos guardianes?

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Amigos queridos:

En días recientes fui a ver “El Origen de los Guardianes” la nueva película animada de Dreamworks. Tuve el buen tino de verla en tercera dimensión, aunque me chocan los lentecitos, pero los efectos especiales valen la molestia. La animación es maravillosa, pero la verdad sea dicha, hoy en día resultaría raro que no lo fuera con estas súper producciones.

No tenía idea de la trama, pero deseaba invitar a una pequeña al cine y pareció la mejor opción de la cartelera. La película está basada en la serie de libros “Los guardianes de la infancia” de William Joyce, reconocido escritor infantil de quien he leído un par de títulos que me han gustado.

El Coco ataca el sueño de los niños con sus pesadillas, pero ahora tiene más poder que nunca. Los guardianes: Santa Claus, Sandman, El Hada de los dientes y el Conejo de Pascua, liderados desde el Satélite por El Hombre de la Luna, deben defender la ilusión y la fantasía, pero requieren de un nuevo guardián, Jack Frost, quien lleva una vida desenfadada e irresponsable y no quiere unirse al clan.

Los niños no ven a Frost porque no creen en él. Cuando Santa lo invita a la liga le aconseja que busqué aquello que lo hace especial, así será visible, pero él no recuerda su origen por lo que se siente un poco perdido. Y ya no les cuento más para no arruinar la función.

Más allá de la historia que puede parecer pueril a simple vista, encontré una fuente de conocimiento y reflexión muy apropiada para la época decembrina. Somos el producto de nuestra propia historia, pero esa historia puede cambiar dependiendo de lo que recordemos y el enfoque que le demos a dicho recuerdo.

Resulta fundamental reconciliarnos con el pasado para descubrir quienes somos realmente en el presente, o mejor aún, para descubrir qué talentos nos hacen especiales e implementarlos. Si yo no me veo a mí con ternura, compasión y amor ¿Cómo puedo pretender qué los demás lo hagan? Creo que debo redefinirme continuamente bajo esta óptica para poder proyectarla, dando y dándome lo mejor de mi propio ser.

El Coco invade con pesadillas los sueños infantiles inundándolos de miedo, entonces pierden su capacidad de creer y de sorprenderse y dejan de ser niños. Me gustaría llevar la definición de niño a un estadio de la consciencia y no limitativo a la edad.

Recobrar la sabiduría que hay en la infancia, esta maravillosa capacidad de asombro para vivir todo con la luz de la frescura, dejar que la vida te sorprenda y divertirte con ello, en vez de darla por sentada y cuando llega un cambio (que siempre lo hace) enojarte y querer regresar a la zona de confort, perdiendo el tiempo en absurdos enojos y lamentos.

¿Por qué no puedo creer en hadas y duendes? ¿Por qué no existe la magia en este mundo? Simple. Porque no quiero creer en ella, por este absurdo afán de querer racionalizar todo, lo cual resulta un tanto absurdo dados los nuevos descubrimientos que se han dado en neurociencia. El lado izquierdo del cerebro busca un orden, para ello debe categorizar y jerarquizar, pero lo hace desde su propia experiencia que varía de persona en persona y tú crees que así es. Sin embargo el lado derecho puede procesar simultáneamente, es lo que conocemos como intuición, qué tristemente solemos tener bloqueada. Ya he perdonado a mis padres por el violento ataque contra mi formación al introducirme 18 años en el sistema educativo, creo que lo hicieron con buena voluntad, pero ahora está en mis manos desaprender tanta basura y reinventarme en un equilibrio cerebral.

Unas semanas atrás tome un taller con un querido amigo y maestro: Guillermo Vorrat, quién nos decía “jueguen a ser……no te creas el rol, es sólo un juego”. Creo que de esto se trata recobrar la infancia, de recordar el sentido lúdico de la vida, dejar de tomarnos tan en serio a nosotros mismos y como los niños, desapegarnos rápido del resultado y aunque perdieras canicas en el chiras pelas, no perdías a tu amigo; aunque te rasparas las rodillas, no dejabas de trepar al árbol.

La axiología era natural y el miedo no te paralizaba. ¿Por qué permitimos qué lo haga cuando crecemos?, ¿Por qué madurar implica perder el juego y la fantasía? Necesitamos guardianes que nos recuerden cómo éramos y lo felices que vivíamos. No sé si Santa o El Conejo de Pascua lo hagan, pero sí sé que puedo convertirme en mi propia guardiana, estar al pendiente de mis procesos. Hoy tomo el juramento:

“Prometo solemnemente no dar cabida a ningún tipo de miedo en mi vida, ni al rechazo, ni al fracaso, ni a la muerte, cuando pese a todo entre, lo enfrentaré con valentía y lo desvaneceré analizándolo, perdonando y amando.

Prometo solemnemente nunca más tomarme en serio ninguno de mis papeles en la vida como para que dejen de ser divertidos, en caso de que lo haga me desvaneceré con el rayo de la humildad.

Prometo solemnemente buscar el sentido lúdico de la vida, no importando cuál sea la circunstancia, si flaqueo en algún momento iré a hacer caras chistosas frente a un espejo y replantearé la óptica para tornarlo divertido.

Prometo solemnemente reír a carcajadas, brindar a todos mi mejor sonrisa y si no lo hago, que me convierta en paleta chupada.

Prometo solemnemente recobrar el asombro de estar viva, permitirme jugar, bailar y soñar durante el resto de mi vida.”

Felices fiestas y desde el fondo de mi corazón les deseo que recobren a su niño interno, déjenlo jugar y divertirse, déjenlo reír a carcajadas, déjenlo que les guíe por la aventura que es la vida.

Nos vemos en enero.

Les mando un fuerte y apretado abrazo,

Claudia

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