La piel

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Mientras observo ensimismada el proyecto de los arquitectos suizos Herzog y De Meuron para el edificio del Complejo Cultural Luz en la ciudad brasileña de Sao Paulo, reflexiono sobre la piel de los edificios, y su relación con el entorno. Seguramente porque su arquitectura, fue en su momento, un soplo de aire fresco frente a un postmodernismo apático y mediocre formalmente, metido en un callejón sin salida. Sus trabajos innovadores y sorprendentes se distinguen sobretodo por la materialidad de sus envolventes, generadoras de la propia Arquitectura, en línea con los valores ancestrales de esta, pero también por el aporte que hace de soluciones constructivas acordes con las tecnologías propias de su contexto histórico; tal y como sucede en la Tate Modern Gallery de Londrés, por la cual recibieron en el año 2001 el más prestigioso de los galardones de la escena mundial: el premio Pritzker.

Ajenos a las modas,  los revestimientos de sus proyectos se convierten en una búsqueda continua de esa epidermis viva que interactúa entre exterior e interior, razón  por la que sus obras nos siguen maravillando; desde aquel ya lejano proyecto para la nave de Ricola, cuya envolvente reproducía  elementos vegetales, en clara alusión a las plantas de los Alpes con las que se elaboran los conocidos caramelos; hasta el llamado nido de golondrinas, el Estadio Nacional para los juegos olímpicos de Beijing.

La piel de la Arquitectura se convierte de este modo, en uno de los elementos de vanguardia en el siglo XXI, ya que recupera conceptualmente su papel de sistema comunicativo, lo mismo que nos sucede a los seres humanos; en una barrera protectora que nos rodea y nos aísla, una línea de frontera interactuando con el afuera; por ello concuerdo plenamente con la frase  del poeta francés Paul Valery que definía la piel, como lo más profundo que hay en el hombre.

Y así también en los edificios, esa gran superficie en contacto con el exterior refleja la concepción arquitectónica de cómo se encierra el espacio y se convierte en refugio. Podríamos  hacer incluso, un recorrido a lo largo de la historia, y observaríamos como esas pieles reflejan los valores e identidades de los pueblos, ya que se convierten no solo en los elementos que dan forma al espacio interior que se habita, sino que la arquitectura las utiliza para inventar y reforzar la visión que comparten sobre sí mismos, y la manera en la que quieren establecer su relación con el espacio infinito; un rasgo identitario inequívoco de los diferentes pueblos y civilizaciones.

La piel de la arquitectura se erige pues, en un claro punto de referencia con el que se busca establecer los rasgos de una sociedad: es en definitiva la imagen de su espíritu y de la concepción metafísica de su relación con el mundo exterior. Por ello es fascinante su diseño, las técnicas constructivas y el lenguaje formal de esas protecciones que han utilizado y utilizan  las diferentes arquitecturas, ya que sin lugar a dudas es uno de los rasgos más notables de estas, en línea con la teoría del Gottifried Semper, el prestigioso  arquitecto alemán del siglo XIX, cuyo trabajo sobre los 4 elementos de la Arquitectura establecía, el origen textil de esas estructuras envolventes de los primeros espacios habitados por el hombre; reveladoras del dialogo del interior y el exterior.

Y así tenemos por ejemplo, las construcciones efímeras de los nómadas que creían en la paz y la armonía con el mundo y configuraban su espacio de “ dentro “ con unas simples pieles o telas, de manera que en todas esas tribus, el mínimo común denominador en la estructura envolvente no era más que una sutil línea divisoria.

Esta es la razón por la cual me sigo maravillando frente a la pureza, y la perfección de las arquitecturas contemporáneas cuya voluntad no es otra, que la de utilizar ese lenguaje dual y ancestral, en el que la fachada ya no es un elemento neutro que cierra y que nos aísla, sino que se convierte en una piel activa y biomimética, como en la obra de Jacques Herzog y Pierre de Meuron. La lívida gravedad, como en el poema del poeta dadaísta Tristán Tzara.

 

la cornamusa hiere ya el digno simulacro de nuestras razones cargadas con la extensión sin espasmos de las praderas y tu lívida gravedad de racimos de uvas mediocremente se retrasa a lo largo del crepúsculo y la piel

HerzogyDeMeuron

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