Sin misterio

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“Sólo a las almas grandes e ilustres se les permite arrogarse privilegios por encima de la costumbre”, dice Montaigne y cita a Cicerón “Si Sócrates y Aristipo  hicieron algo contra la costumbre que nadie piense que puede hacer lo mismo; ellos podrán tomarse, en efecto, esa licencia por sus grandes y divinas cualidades”. La obsesión de descifrar el misterio de la obra de Leonardo Da Vinci es la necedad de igualar al pintor con el elemental pensamiento actual, como dice Montaigne “arrogarse ese privilegio”.

La Universidad de Freiburg hizo un estudio, el enésimo, sobre la sonrisa de la Mona Lisa y afirma que ya descifró el misterio. Su arrogante torpeza conmueve: para saber si en el retrato esta triste o contenta, montaron la imagen deformando los labios en más triste y más contenta, y con una encuesta decidieron que estaba contenta. En este innecesario estudio involucraron científicos y psicólogos, esa pseudo ciencia inventada por el marketing, generando tesis irrelevantes a la obra. Las preocupaciones de Leonardo sobre el cerebro y la conducta humana iban mucho más lejos que la superficialidad con que estos científicos observan la obra. En esta pintura no hay misterio, hay evidencias: el talento, la sensibilidad y el lenguaje de un artista logrado por su impecable técnica del esfumato que le permitía romper con la obligación de crear una definición literal de la realidad. La vaguedad del esfumato se evapora, disuelve suavemente las fronteras de la forma para crear veladuras oníricas, evocando los recuerdos difusos de nuestra mente, es parte del contenido conceptual de la obra. El efecto le permitió a Leonardo crear un realismo que se depositaba en la imaginación, La Virgen de las Rocas es completamente fantástica, los paisajes del fondo, la coreografía de las manos, las proporciones de los cuerpos, el color y la caída de las telas, es un montaje para satisfacer la imposible probabilidad de la escena.

Esa vaguedad es la psique humana recreada en la Mona Lisa, los psicólogos actuales, encasillados en el maniqueísmo de triste-feliz, igualan la pintura con un emoticon o un emoji, reducen a las emociones en una pegatina unidimensional. No alcanzan a comprender que la naturaleza humana tiene momentos de paz e indiferencia, de lejanía y ausencia, que no siempre estamos felices o tristes, eso que lo dejen para las telenovelas y la publicidad. La complejidad del arte dialoga con el laberinto de nuestra psique, los infinitos matices de nuestro ser no se constriñen a felicidad o tristeza, nuestro espíritu es un esfumato, que se diluye, se fuga, y eso lo sabía Leonardo. La Mona Lisa es el arquetipo de ese estado, es la representación perfecta del no estar, del instante en que la vida nos sorprende lejos de ella, en que perdemos el contacto con el entorno para sumergirnos en el filo de la vigilia y el sueño, en la hondura de nuestro silencio. Las investigaciones de estas obras se remiten a un fenómeno: no observar la obra, no dejarse llevar por su presencia.

Mona Lisa
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