La “otra” llama muerta

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El 2 de septiembre pasado, después de haber pasado tres noches en un calabozo y haber sufrido un juicio dictado en su contra, Sahar Khodayari decidió inmolarse: encendió su cuerpo con gasolina frente a la casa de justicia de su natal Teherán, en Irán. Su protesta fue simple; tan simple que raya ante los ojos de la distancia, en la locura, pero dibuja como un acto simbólico la injusticia del régimen iraní. Derivadas de las leyes islámicas de 1970, las mujeres no pueden festejar ni acudir a eventos deportivos de hombres. Sahar, aficionada al equipo de fútbol Esteghlal (Club Atlético de Teherán), decidió acudir a un juego y fue arrestada. En marzo, se había vestido de hombre para poder ver a su equipo jugar fútbol.

Al leer esa noticia pensé en Ryszard Kapuściński, el gran periodista y escritor. Se me vino a la mente no sólo por su libro La Guerra del Fútbol, sino por su aniquilante sentencia al gobierno iraní en su libro El Sha o la desmesura del poder. Ambos títulos hicieron resonancia, y es en honor al último capítulo de su libro sobre el Sha que tituló este ensayo.

En La Guerra del Fútbol, el periodista polaco, entre otras cosas, deleita al lector con una narración inverosímil: una guerra entre Honduras y El Salvador se desató por un partido de fútbol. En esa historia, una escena trágica acentuaba el realismo mágico de Latinoamérica: Amelia Bolaños, una salvadoreña, se suicidaría al ver perder a su equipo 1-0 contra Honduras. La causa aparente fue que los jugadores de su equipo no pudieron dormir porque los hinchas hondureños se apoderaron del hotel efectuando vituperios toda la noche. Amelia, tomó el revólver de su padre y se suicidó porque no aguantó la humillación de ver perder a su equipo. Ese acto resultó mediático. El féretro de Amelia fue resguardado por el ejército y por el presidente salvadoreños. Días después, El Salvador vencería Honduras 3-0; la estrategia de los hinchas se repetiría desde el otro bando, agotando a los hondureños desde el hotel. Dichos sucesos terminarían en una guerra entre ambas naciones.

Amelia Bolaños.
Ilustración: Gist Junction.

Las historias de Amelia y Sahar no sólo reflejan la importancia del fútbol en el mundo moderno, sino la delgada línea entre el deporte más famoso del mundo y la política. El fútbol refleja la acción política de los países y cómo ésta se arraiga en cada territorio. La jugadora del Chelsea, Magdalena Eriksson, dijo sobre lo sucedido en Irán: “la FIFA o cualquier organización en posición de privilegio y poder, necesita actuar para detener la injusticia”. Muchos jugadores iraníes, jugadoras y jugadores de otros países se sumaron al apoyo, y aunque la FIFA ya sentenció que habrá consecuencias para Irán, si en agosto del siguiente año no cambia su normativa, para muchos la medida es insuficiente. La FIFA, es probable, protege el intrincado entramado de poder y dinero tras las bambalinas del espectáculo futbolístico. Debería vetar a Irán de cualquier competición hasta que cambie sus leyes.

En El Sha o la desmesura del poder, Kapuściński hace un llamado a los abusos de un régimen despilfarrador, autoritario, centrado en el culto a una persona. Refleja la insensibilidad social de los gobernantes, su pasión por las armas y la militarización. Pero, sobre todo, y acaso el hilo más fundamental, es la pérdida de esperanza de un cambio. El Sha, Mohammad Reza, habría de suceder a gobiernos que abusaban de la violencia, la explotación y la corrupción, y con la esperanza de un cambio reprodujo ese sistema, que centrado en su culto personal, dio cabida a un gobierno teocrático como el del Ayatolá Jomeini que, aunque austero, se asienta en Irán y reproduce las mismas injusticias, pero bajo una bandera religiosa y totalitaria, cerrando así la esperanza a la democracia y la apertura. La crítica del escritor polaco al Sha, no consistió en el intento que éste tuvo por occidentalizar al régimen persa, ya que luchó por varios pilares fundamentales: como el sufragio femenino, una tendencia al laicismo y quitar los latifundios. Su crítica fue a su ego y al culto a la persona, que no le permitieron quitar un régimen de corrupción y violencia. Al último capítulo de su libro, Kapuściński lo llama “La llama muerta”. Claramente porque con El Sha se enciende y se apaga la esperanza de un cambio verdadero para Irán.

Protesta estadio iraní.
Fotografía: BBC.

La lucha de los derechos de las mujeres en el mundo cruza por el deporte y la política. El acto de Sahar Khodayari puede ser un símbolo azul de esperanza (se le llama la chica azul por alusión a los colores de su equipo); ojalá y una institución internacional como la FIFA decida ir contra del poder económico y político, y opte por el lado correcto de la historia. Para los mexicanos, seguramente lo que sucede en Irán se ve como un acto de injusticia: ninguna mujer imaginaría ese escenario en nuestro país.

Así que dirá usted que estoy loco al querer ver un paralelo de lo ocurrido en Irán en México. Pienso que no, el caso no está aún tejido en el deporte, pero a nivel social tenemos un intrincado y violento régimen que no respeta los derechos de nuestras mujeres; eso se vive desde los hogares: más del 60% de las mujeres han sido víctimas de violencia. El paralelo es claro. Somos un país en donde 9 mujeres mueren diariamente debido a la violencia y al feminicidio. Los casos judiciales de violaciones son poco atendidos y la mayoría no tienen un claro proceso.  Las críticas a las pintas ocurridas en el monumento a la victoria, el llamado Ángel de la Independencia, son muestra de un machismo institucional inculcado desde casa. Enmascaramos en el discurso de la historia a Nikea, la diosa de la victoria griega, y la convertimos en un Ángel que se viste de verde cada que gana la selección. Hombres de diferentes niveles sociales reclamaron las heridas al monumento histórico sin darse cuenta que, la mayor herida que tenemos es nuestra dignidad, nuestra falta de respeto y el odio cotidiano a la mujer. Ojalá la diosa de la victoria se quede pintada hasta que un símbolo de justicia sea consumado por proteger a todas las mujeres de México.

Sahar Khodayari.
Imagen: Pinterest.

En México estamos frente a un cambio de régimen, por lo menos así lo votó la gran mayoría de los mexicanos, así que la esperanza y hastío es clara. La austeridad, acentuada y bien resumida en el grito presidencial y otros símbolos, también ha quedado clara. Estos pueden ser indicios positivos de un cambio con voluntad. El presidente López Obrador ha hecho de la lucha anticorrupción y el cambio de sistema, su piedra angular del gobierno. El gobierno mexicano ha decidido mostrar su lucha contra la corrupción con varios casos: Ayotzinapa, las múltiples detenciones como las de Collado, Robles y otros casos que hasta el momento han sido, al parecer, ejemplares. Pero hay uno que merecería ser tratado por su profundidad simbólica como un “hasta aquí” por representar el abuso contra mujeres y niños: el caso de Lydia Cacho.

Según los últimos rumores, el ex gobernador de Puebla está escondido en su tierra natal. Muchos lo saben y es hasta protegido. Parece que la red de corrupción y protección es tan grande que, recordemos, inmovilizaron las buenas intenciones de Felipe Calderón de detenerlo. Me pregunto, y si también dejan en silencio a la 4T, ¿no será un símbolo de que el cambio verdadero no ocurrirá?, ¿será ésta “La otra llama muerta”?  Si fuera así, no sólo nos hermanarán los colores de nuestra bandera con la de Irán o el haber sido herederos de civilizaciones milenarias sino, espero equivocarme, estaremos en la antesala de caer en un régimen tan corrupto como el del pasado. Yo espero que la 4T no sea “la otra llama muerta” sino la llama encendida.

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