La Independencia de Cefante

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Este relato sucedió, o tal vez no. En los archivos históricos de Kibiar, país de primer mundo, famoso por su vasta gastronomía y milenaria cultura, se da cuenta que su integración ha sido producto de anexiones de provincias vecinas, a veces por la espada y a veces por conveniencia. A lo largo de su historia, los kibiaritas han resistido no pocos intentos secesionistas, incluyendo por supuesto los de las provincias de Zaria y Cefante, donde la lengua oficial es el kibi, pero en el día a día, cuando se compran nabos y se comercia con azafrán, se usan las lenguas locales, zarit en la región de Zaria y en Cefante, kibesco, una versión del kibi, a veces más parecida al idioma de los jolios que a los propios kibiaritas.

A pesar de que los cefanties gozan de los beneficios por ser parte de Kibiar, los actuales dirigentes de Cefar, capital de la provincia de Cefante, han olvidado la historia de sus abuelos y demás generaciones anteriores, quizá por ello ahora su ánimo separatista está más exaltado que nunca. Según Román Uveles, viejo cronista de la ciudad de Cefar, los cefanties anhelan ser una nación independiente porque no encuentran suficientes beneficios y en cambio la lista de desventajas cada día la hacen más grande, incluyendo claro, el tema de los impuestos y otros aranceles que van para Tafaria, ciudad capital de Kibiar.

Los cefanties se sienten, ciertamente, una raza superior a las demás que componen Kibiar, y ese ego que los hace tan ellos, caracteriza su desmedida soberbia, a grado tal que en las recientes manifestaciones en donde han paralizado la ciudad, se lee en las pancartas “Cefante libre, capital del mundo”. Los habitantes de Cefante se consideran unidos, pacíficos y revolucionarios, atributos no necesariamente combinables pero ciertamente cefanties.

Al paso del tiempo, como se sabe por las crónicas de los principales diarios kibiaritas y cenfanties, Cefante proclamó, desde Cefar, su independencia. No pasó mucho tiempo en que al verse como nación soberana, formó provincias y delegados municipales en zonas que antes eran de gobierno común. Esto supuso una elevación del gasto que, aunado a la creación del Ministerio de Defensa y otras dependencias elementales para el sostenimiento del Estado, golpeó seriamente las antes alegres cuentas cefanties. Ello obligó a la capital a crear impuestos en sus provincias, contribuciones que antes no existían por la derrama económica que llegaba al ser parte de Kibiar.

En pocos años la situación de Cefante se deterioró. No tanto por los aprietos económicos del nuevo país sino por el orgullo nacionalista que surgió en sus provincias y, ¡el colmo!, en la propia ciudad de Cefar. Los cefanties del norte empezaron a ser vistos con recelo por los cefanties del sur, y viceversa. Si bien los primeros gozaban de la infraestructura más moderna de la ciudad, los segundos eran depositarios de las zonas antiguas, donde alguna vez estuvo el Palacio Central, el mismo sitio donde se proclamó la independencia. Cada ola de delincuencia que azotaba a los norteños era atribuida por estos a pandillas sureñas que anhelaban la riqueza y bonanza de sus vecinos. Para los sureños de Cefar, los beneficios no llegaban en forma proporcional a la contribución que ellos aportaban a la comuna.

Ojalá ahí hubieran terminado los problemas. Una zona de la parte norte de Cefar, considerada por muchos como el “barrio dorado”, motor intelectual y económico del país, decidió que no necesitaba cargar con los problemas de toda la ciudad y mucho menos con los de Cefante. Alguien propuso la independencia.

Surgió así un nuevo país dentro del nuevo país. Se construyó una enorme e infranqueable muralla circundante. Hubo un nuevo ejército formado con algunos de los militantes del ejército de Cefante que a su vez eran parte del ejército de Kibiar. Se prohibió en la parte norte, recién escindida, hablar kibesco tradicional y se optó por una variante más liberal que añadía algunas mezclas de francés. Las carreras de comercio internacional tuvieron que adaptar nuevos capítulos, tantos como los nuevos aranceles al comercio y los nuevos puestos fronterizos que hubo que construir entre la zona amurallada y sus diferentes puertas con Cefar. Estas garitas se sumaron a las de Cefante con la frontera con Kibiar y sus otros países vecinos. Muy lejos quedó la libertad de tránsito y de comercio. Las diferentes monedas en circulación se multiplicaron, haciendo de la simple compra de un pescado, un galimatías absurdo.

Luego de algunas décadas y tiempos de penurias donde las debutantes nacionalidades no consiguieron los beneficios económicos y sociales que pretendían, alguien, hurgando en los libros de historia, recorrió una utopía: hubo una vez en que Cefante era parte de Kibiar y los cefanties se dedicaban a crear y crecer. Eran otros tiempos, años de una prosperidad difícilmente alcanzable hoy en día. Fue entonces como surgió el sueño que culminó con el matrimonio entre el hijo del rey de Cefante y la hija del monarca de Kibiar. Luego vino la anexión entre estos y por consiguiente la integración del barrio amurallado.

Ahora Kibiar es un sólo país. Aunque claro, conserva las lenguas nativas de otros tiempos. Y también las costumbres y los recuerdos y las historias. En las provincias remotas no falta quien hable de independizarse. Y no falta quien lo escuche.

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marisol

El señor Caccia, al parecer muy avezado en crear historias alternas, no sabe que “basta”, con “b”, significa zafia, corriente, grosera. Seguramente quiso decir “vasta” gastronomía, implicando así que es amplia y rica. O tal vez simplemente le haga falta a El Semanario un buen corrector de galeras.

Eduardo Caccia

Muchas gracias por notarlo. Una disculpa por la pifia.

CF BL

Ojalá que la colonización, anexión, protección y sus derivados, ya sea por la espada, por conveniencia o en el nombre de algún dios, produjeran siempre no solo países, sino sociedades armónicas, y sobre todo justas, equitativas, democráticas y RESPETUOSAS de las diferencias, libertades y riquezas de cada pueblo, como la emanada del idílico matrimonio de 2 reyes (cuasi dioses), que llegan al altar aportando como DUEÑOS y SEÑORES, regiones y/o países enteros con todo lo que en ellos se encuentra (incluyendo todo lo que respira), porque esto significaría que la humanidad se equivocó al terminar con las brutales e inhumanas monarquías que se han padecido directa o indirectamente en todo el mundo.

Y por cierto, considero que dichas monarquías (los parásitos que aún quedan de ellas) siguen siendo las causantes de un sinnúmero de males y del atraso de muchas naciones, sobre todo de África, América Latina y Asia.

Solo hay que ver qué, posterior a la visita de algún reyezuelo o reyezuela a algún país de los continentes más pobres, empiezan a fluir los grandes negocios de extracción minera, petrolera, de metales preciosos, materias primas agrícolas, etc, etc, etc., en contubernio con los gobernantes (pseudo representantes y defensores de sus respectivas naciones) del país amigo, “anexado”, asociado, “protegido”, etc.

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