Micropsicología política y post verdad

Lectura: 4 minutos

Ésta, la semana de pentecostés, conmemora el nacimiento de la iglesia cristiana. Sin embargo, los griegos (otra vez) son quienes nos recuerdan con la etimología de la palabra que, la iglesia no es otra que, la asamblea de ciudadanos donde se discuten asuntos políticos.

Tengo poco de haber regresado de Marruecos y, junto con un grupo de amigos, vivimos el placer que provoca el Festival de Músicas Sagradas en la ciudad de Fes. Un viaje que fue también a la iglesia musulmana; sí, no sólo al país más occidental hoy en día del mundo mahometano, ese que en el siglo VII, Uqba ibn Nāfi, conquistador del Magreb, alcanzó para introducirse en el océano con su caballo y poner a Alá como testigo de que no quedaban más tierras por conquistar para el islam, y desde donde cien años más tarde, Tāriq Benzema iniciaría su conquista de la península ibérica un viaje que fue, a la vida de todos los días de quienes comparten en la medina, ese espacio extraordinario que es la zona peatonal más grande del mundo y donde también se vive una iglesia de intercambios políticos de tolerancias y refractariedades.

A dos horas de vuelo de París, la medina de Fes refleja un estilo de vida más cercano a la noción de comunidad y se distancia del mundo de sociedades, más globalizado, que puede encontrarse en la Nouvelle Ville, la ciudad moderna, la cual integra grandes parques, hoteles, avenidas, edificios públicos, universidades, mezquitas y hasta parroquias católicas.

En las mezquitas pequeñas y medianas, pocas grandes, de la medina de Fes, se recita en volutas cantadas los versos escritos por el profeta. Se descubren allí, entre palacios insospechados, riads, madrazas o escuelas coránicas, sucos, tenerías, dulcerías y pequeñas boutiques, innumerables asambleas ciudadanas que discuten el cotidiano, la religión y la política. Así, los ciudadanos hacen iglesias en callejuelas estrechas que animan discusiones, efectúan acuerdos en las confluencias del laberinto resuelto con la práctica de un cotidiano, que en otros contextos despertarían sospechas pero que aquí no representa sino la lógica de la observación entre diferentes mundos religiosos, turísticos, sociales y comerciales.

Han pasado casi 170 años después de que Augusto Comte augurara que antes del fin de su siglo, el XIX, se predicaría en todos los templos el positivismo. Aquello no fue sino la posibilidad de otra iglesia que aún vemos expresada en el lema de la bandera brasileña: “orden y progreso”. El evangelio positivista sigue vivo pero no se predica, sino que se práctica y funde con lo religioso de las iglesias que aglutinan cotidianidad, ciencia, política y espiritualidad.

La mezcla de lo religioso y lo político persiste aún en muchas regiones del mundo, pese a los esfuerzos por defender la laicidad en la mayor parte de las naciones occidentales. En los entre juegos de las interpretaciones, las divisiones no han hecho sino crecer exponencialmente. La primera ministra de Australia, Julia Gillard, pidió recientemente a los musulmanes que quieran vivir bajo la sharia, que abandonen el país. La política migratoria norteamericana, por su lado, ha mostrado excesos que le hicieron revisar algunas de sus acciones exageradas y refractarias a ciertas migraciones, sin abandonar la misión de criba selectiva.

Mucho en los parlamentos y los congresos y poco en los diálogos necesarios para atemperar lo anquilosado de las percepciones. Hoy continuamos hablando con cierta ingenuidad del espíritu de córdoba para referir aquel tiempo de tolerancias y curiosidades recíprocas entre culturas y religiones, en la España medieval e ilustrada del siglo XII.

En la ciudad de Fes, en Córdoba (España), Jerusalén, Melbourne o en Washington, hoy son los temas religiosos aquellos que convocan las más acaloradas discusiones, y las más claras divisiones en la percepción.

Los temas religiosos son también los eternos temas de la política que derivan a menudo en la geometría del desarrollo de fronteras y la balística. En el mundo contemporáneo, mundo de la post verdad y del valor de la simbólica, se está paradójicamente hablando con un nuevo lenguaje algo más directo, menos retórico. Lo esencial emerge con claridad en las discusiones y en los gestos.

Los gestos de Trump en las reuniones con la OTAN, en los saludos a la canciller Merkel de Alemania, al Primer Ministro Trudeau de Canadá o al presidente de Francia Emmanuel Macron, son símbolos que pueden leerse con facilidad y que se sopesan en sus implicaciones cargadas de sentido.

Las miradas intercambiadas entre Obama y Netanyahu, en los momentos más difíciles de la relación bilateral entre Estados Unidos y el estado de Israel, fueron tema de muchos litros de tinta y acusaron quizá el nacimiento de la post verdad.

Las redes sociales están al origen de esta nueva transparencia, los millones de miradas que se inclinan sobre un pequeño gesto terminan siempre por descubrir las implicaciones de la micropsicología de la vida cotidiana, ese umbral en que el individuo no es consciente de sus actos que sí, en cambio, son perfectamente observables. La nueva transparencia de las redes sociales trabaja sobre el umbral de percepción y bajo el umbral de conciencia clara explícita del individuo que vive en sus expresiones.

Es tiempo de poner atención en este nuevo discurso de la cotidianidad. De la misma suerte que para analizar la pertenencia de un discurso a una persona, se establecen estudios que transparentan la frecuencia de aparición de ciertas figuras de lenguaje (125 en el español). Para conocer las implicaciones de la psicología profunda de un personaje, debe evaluarse la frecuencia de uso de ciertos gestos (praxeología), de cierto manejo del espacio (proxémica), de sus formas de desplazamiento (sincronización). Las nuevas cámaras de seguridad instaladas en las ciudades y edificios públicos se arrebatan las tecnologías que consideran estos factores; y las redes sociales, los memes, los chistes, los montajes, son su fuente de inspiración.

En síntesis, vivimos hoy una nueva eclesiástica, donde las asambleas ciudadanas suelen revelar más de aquello para lo que fueron concebidas. Por eso, en los congresos, simposios, seminarios y asambleas, conferencias y discusiones formales, es importante ―más importante que el contenido de las mesas― aquello que ocurre en los pasillos, en los espacios de confluencia, en los sitios donde la improbabilidad del encuentro acusa la probabilidad del conflicto o del diálogo.

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x