Indulgencia recíproca en Aviñón         

Lectura: 9 minutos

                                                                                   Lo que me atrae al “teatro”… que de la manera más                                                                                                        evidente es, lo que todas las demás artes lo son sólo, después de un análisis profundo: Un momento de vida intensa.

                                                                                                                              William Butler Yeats.

Aviñón es hoy menos famosa quizá que en el siglo XIV cuando fue sede del papado. Tal vez sea menos cantada que lo que sugieren los versos de la canción popular Sur le pont d’Avignon, pero, la verdad, la ciudad es hoy como lo fuera entonces, de una belleza sin par, una joya de Provenza y un refugio de la identidad franco-francesa.

Como todos los años desde hace más de setenta, cuando fue fundado por Jean Vilard, un par de años después de la guerra, el Festival de Aviñón reúne en esta localidad del sur de Francia, una muestra significativa y sin duda significante de las artes escénicas. Siempre tuve ganas de asistir a este evento concentrador y muy referido que contribuye a la popularización del teatro y que está en el origen de innumerables puestas en escena, algunas de las cuales pude apreciar durante años en los teatros de París o de Estrasburgo.

Hace pocos días regresé de Aviñón y estoy ya haciendo planes para volver el año próximo. Ocurre que es tan denso el festival, son tantas sus capas de sentido, que esta primera aproximación apenas sirvió para abrirme el apetito.

La ciudad entera es tomada por los festivaleros, por sus (en ocasiones) estrechas calles de trazo medieval que se agolpan los directores, tramoyistas, actores, iluminadores, productores, artistas todos, para promover sus obras, generalmente del abigarrado off de Aviñón, compuesto por cientos de puestas en escena. Son cerca de mil representaciones las que tienen lugar en los espacios de todo orden, que incluyen las plazas públicas, antiguas iglesias, liceos, colegios, universidades, teatros grandes y chicos, palacios y calles de la ciudad.

ciudad francesa
Aviñón, Francia (Foto: Gastón T. Melo Medina).

La promoción es ya un espectáculo que desvanece la distancia entre el teatro y la vida, porque el teatro, vaya que es eso, la vida. Un abordaje al transeúnte con un pequeño flyer, de una explicación básica, puede dar lugar a una larga conversación sobre el autor, el contenido, la interpretación, el sentido, la razón, la escuela dramática y generar amistades.

En ocasiones, los hijos de artistas participan de la promoción de la obra de sus padres, por momentos ocupados en sus ensayos:

Mi papá es Sacha Guitry, nos espetó orgulloso un jovencito de doce años cuando le preguntamos qué papel interpretaban sus familiares. Aquí, en la calle des teinturiers, una silenciosa tibetana se nos acerca con su rostro maquillado de arroz blanquísimo y una nota con los datos de su representación, allá en la calle Racine un flash-mob es animado por un grupo de danzantes espontáneas vestidas sin afectación con sus ropas, bolsos simples y alpargatas veraniegas, un carromato pasa por la rue des licés arrastrando a un pianista que interpreta las notas de una pieza de jazz, alguien más se aproxima para preguntar si conocemos a un autor que va a ser interpretado por primera ocasión. Aviñón es la escena y el público todo, sus actores. Un festival entre artistas.

teatro
Carteles del Festival de Aviñón (Foto: Gastón T. Melo Medina).

Si bien la mayor parte de las obras son en francés, algunas interpretaciones se expresan en español como la de la violenta y exquisita danzaora Rocío Molina, en A grito Pelao, y otras en inglés. Dediqué con mi esposa e hija tres días al ejercicio de espectador que cumplimos con disciplina. Si bien cada quien hizo su programa, compartimos algunas representaciones. He aquí una crónica mínima de las obras que pude ver.

L’Année Richard (El año de Ricardo) de Angélica Liddell, muy bien traducida del español por Christilla Vasserot, la obra forma parte de la trilogía: Actos de resistencia contra la muerte, junto con Pero como no se pudría… Blanca Nieves y Los peces partieron para combatir a los hombres.

Puesta en escena de la compañía Maskentête, es un aggiornamento de la crítica a la hipocresía de una sociedad que al modernizarse acentúa sus antivalores. Los esqueletos de las guerras injustificables, los falsos amantes de la poesía, las democracias ajustadas al modo del intérprete, tres conceptos para conjugar en la argamasa de la vida política, las masas, el Estado y la nación. “¿Quién acusa de genocidio a un presidente elegido democráticamente?”. Ése es el miedo a la democracia. La obra es fuerte y convoca a una reflexión sustantiva. Rico-pesado, en el juego de palabras que expresa el nombre Rich-Ard. Ricardo es poderoso y caprichoso a la vez, bello y terrible. Es un hijo de Shakespeare que invita al espectador a su co-creación, a su ascenso al poder, cómo acompañarlo cuando entiende también dónde está parado y qué mundo es el que le eligió. Azedddine Benamara es Ricardo, grande, apesadumbrado, mirada de camello, moreno, barba cerrada, en su madura treintena, le vimos sin saberlo actor, en la cafetería de la antesala en el patio abierto, fumando y pensado. Es el personaje que se pone antes en escena y que calibra su público, lo mira poco, pero lo siente, para luego dirigirse temerariamente a él.

obras de teatro
Festival de Aviñón (Foto: Gastón T. Melo Medina).

La vida y el teatro de nuevo se acercan y juntos aleccionan. La realización es transparente, sencilla y los actores bien, muy bien, dolientemente dirigidos por Anne-Frederique Bourget. Éxito, sala llena, emociones despertadas. Primera experiencia gozosa. Se introduce Aviñón, su teatro y su vida.

Los ejercicios provocan, aislados y en conjunto marcan el tono de la escena teatral no sólo del Festival, sino de la cultura francesa en general, acentuada por los tonos del Aviñón de Provenza en este Festival 2018.

obras
“El año de Ricardo”, Festival de Aviñón (Foto: Gastón T. Melo Medina).

La Cantante Calva es una obra bien conocida del repertorio contemporáneo y en México se ha montado numerosas veces por las tropas teatrales de todas las universidades; es también, lectura obligatoria en muchas prepas cuando abordan el cruce de la literatura y la filosofía. Pero la puesta en escena de Pascal Joumier, para este Ionesco, es singular. Interpretada por un grupo de personas vinculadas al hospital psiquiátrico de Montfavet en Aviñón, donde estuvo internada Camille Claudel. Enfermeros, enfermos, personal administrativo y un actor profesional componen la estructura de representación. La caracterización es elocuente, singular y pertinente. Los personajes se sienten bien en este off del off. De hecho, el teatro en que se representa está verdaderamente al extremo de la escena aviñonesa, el teatro Fabrik. Penetrar en ese mundo a través de un pasadizo que conduce a un patio ajardinado donde están dispuestas unas mesas de picnic, es ya una experiencia, uno llega a formar parte directamente de la escena, se nos observa, son actores, espectadores, voluntarios. Hasta aquí nos mantenemos en anonimato voyerista y citadino, pero después de mirar la obra salimos cómplices del absurdo y dispuestos a generar, desde la incongruencia, algún sentido.

La obra se desarrolla con limpieza, sencilla, clara, transparente, absurda y divertida, los personajes de siempre, los Smith, los Martin, una sirvienta y un bombero, parecen crear el texto más que interpretarlo, aparecen ellos mismos. Son, no creen ni pretenden ser. En alguno de los roles femeninos descubrimos, y lo pasamos pronto por alto en la secuencia, que el personaje que representa a la persona de servicio, además de trabajar desde el absurdo, está en otro absurdo, personaje habitado por otro personaje que no es totalmente la persona. Sí, lo sabremos más tarde, se trata de uno de los actores del reparto hecho en el hospital, entre los enfermos. Su papel es perfecto, su modo no habría podido ser mejor puesto en escena sin ese acento de singularización, lo mismo ocurre con el personaje masculino del matrimonio invitado, off también e igualmente in, la idea es no averiguar demasiado en el origen del cast, decidimos quedarnos con la textura de una excelente interpretación. El director Joumier, con quien tuvimos ocasión de conversar, se siente implicado social y profesionalmente, sabe que su trabajo trasciende el de realizador para incursionar en lo social. Aprende, se divierte y contribuye así con su propia singularidad a borrar otra frontera entre el teatro y la vida.

obra de teatro
Cartel de “La cantante calva”, Festival de Aviñón (Foto: Gastón T. Melo Medina).

En este mismo tenor, otra obra dirigida por Olivier Py, profundo y comprometido pensador y director del Festival que trabaja con reclusos, en esta ocasión, por primera vez fuera del recinto penitenciario de Avignon-Le Pontet. Enzo Verdet, asistente de Py, había participado en otras puestas con el mismo colectivo penitencial. La crítica es positiva, como lo fue el año pasado con otra apuesta, Hamlet, que Fabienne Darge, crítica de Le Monde, califica de obra “fuerte”.

Lo cierto es que Py, director sofisticado y exitoso, no tuvo este año con otra propuesta suya, Pur Présent (Sólo Presente) otro éxito que el de convocar a una audiencia numerosa para acudir a presenciar una serie de textos que fluyen con poca virtud. Py lo hace bien como pensador, como filósofo, como director del Festival de Aviñón, pero no ahora con la batuta de director de obra, demasiado trabajo, ¿quizá? Compensan el aprecio en su favor algunas de sus intervenciones públicas durante el festival, como la apología que hizo de la filósofa Simone Weil, que le valió aplausos espontáneos en el sitio Louis Pasteur de la Universidad de Aviñón.

Otra obra como Conexión Europa, me pareció un buen texto, mediocremente interpretado por un actor demasiado consciente de la sala semi-desierta. El texto es bastante pertinente en su denuncia de las perversidades del cabildeo (Lobbing) en las altas esferas de la administración europea; pero el trabajo escénico en monólogo es muy demandante y lo encontramos insuficientemente decantado.

Y en el programa oficial, In de Aviñón, dos obras fuertes, vinculadas al cotidiano migratorio, una, con acento en el enfoque de inclusión. Un grupo de jóvenes homo, travestis, transgénero, abusados sexual y políticamente, se entreveran, recuperan y pierden entre actores que se ejercen en recitativos testimoniales en el marco de un juego de luces y camas musicales que acentúan dolores y ofrecen relatos realistas y crudos. Il pourra toujours dire que c’est pour l’amour du prophte (Siempre se podrá decir que es por el amor del profeta), un texto magnífico de Gurshad Shaheman, con escenografía de Lorry Dupuy y dramatización de Youness Anzane, hace mal y emancipa, libera, hace comprender otredades. La seguridad para ingresar al auditorio de la escuela preparatoria en que se lleva a cabo la representación es seria, como si se temiera la represión de algún fanático islamista.

teatro
Programa del Festival de Aviñón (Foto: Gastón T. Melo Medina).

El plato fuerte en el Festival 2018, aunque no a todos haya convencido, es la puesta en escena de Thyeste, basada en la obra de Séneca en el siglo I, la madre de todas las tragedias.

Una enorme cabeza de seis o siete metros que pudiera haber sido realizada por Javier Marín, una mano gigante, el paso del averno y una larguísima mesa de banquete, son los únicos trastos de escena en el espacio imponente del patio de honor del palacio de los Papas en Aviñón.  Thomas Jolly, el director, interpreta el papel de Atreo.

Los dos hermanos se disputan el trono de Argos que corresponde a Atreo, pero Tiestes, habiendo seducido a la mujer de éste, logra hacerse del vellocino de oro, que definiría quien ocupará el trono. Los dioses molestos por la trampa de Tiestes, devuelven el trono a Atreo quien destierra a Tiestes. La venganza que anima a Atreo es enorme y la prepara con crueldad mayor. Convence al hermano exilado, de volver para compartir el trono, le ofrece su confianza y gana la de Tiestes que regresa con sus tres hijos.

Recobrada, aparentemente, la fraternidad, Atreo asesina cruel y metódicamente a los jóvenes hijos de Tiestes y los prepara en un perversamente exquisito banquete al que convida a Tiestes…

Las corales son extraordinarias y bien repartidas en el escenario, la luz es exquisitamente diseñada por Philippe Berthomé y Antoine Travert, quienes interpretan y entienden el hermosísimo espacio que se les ofrece. La música es sorprendente, improbable y variada, llevándonos del rap al jazz, al pop, al clásico contemporáneo.

Un trabajo magnífico de Thomas Jolly, quien además interpreta de modo impecable en su manierismo actualizado al personaje. Lo hace desde su traje de diseño singular, visitado por mariposas y flores, en un amarillo violento bajo una corona plástica y estridente, iluminada a lo neón.

Tiestes hace visitar el infierno, convulsiona, hace emerger el mal, duele. La obra me hizo entender la frase enigmática y perfectamente aplicada por Edgar Allan Poe, a través de su personaje Dupin, cuando en su Purloined Letter (La carta robada) espeta: Un destino tan horrible, si no es digno de Atreo es digno de Tiestes.  Sabio al fin, Séneca/Jolly concluyen la obra con una frase que acentúa y agrega sentido a todo el conjunto:

Mauvais nous vivons parmi nos pareils

Une seule chose peut nous rendre la paix:

C’est un traité d’indulgence mutuelle.

Algo que bien puede aplicarse hoy a nuestra convulsionada sociedad postelectoral.

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Más viejo
Nuevo Más Votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x