No al TLC a cualquier precio

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A López Obrador y a Trump les entró la prisa por llegar a un acuerdo para la actualización del Tratado de Libre Comercio. Las razones de uno y otro, sin embargo, son totalmente diferentes.

Para AMLO, según le explicó a Trump en la carta que le dirigió el 12 de julio, mantener la incertidumbre “podría frenar inversiones a mediano y largo plazo, lo cual evidentemente dificulta el crecimiento económico en México y, por ende, la estrategia del gobierno que habré de encabezar”.

En cambio, lo que persigue Trump con un acuerdo con México es poder asegurar, antes de las elecciones de noviembre, que el nuevo tratado impedirá que México siga “abusando” en su comercio con Estados Unidos, como lo hace desde 1994.

Desde mayo habían quedado en suspenso las reuniones ministeriales sin que se hubieran destrabado los “temas tóxicos” y de pronto, Wilbur Ross, secretario de Comercio, Robert Lighthizer, representante de Comercio y el propio Trump empezaron a hablar con entusiasmo de López Obrador y de que hay “sólidos” avances hacia un final de las negociaciones con México, al que pudiera llegarse tan pronto como este mes de agosto.

Eso sería posible si alguna o las dos partes hubieran cedido en los aspectos críticos. Sin embargo, no hay ningún indicio que haga pensar que Trump haya cedido; ¿se saldrá con la suya en los asuntos cruciales?

representante de comercio
Robert Lighthizer.

El primero de esos asuntos es, obviamente, que Trump lograra un tratado bilateral con México, y otro con Canadá. Es lo que siempre ha querido, pensando que así sería el único de los tres países que tendría tratos comerciales preferenciales con los otros dos, y que tendría mayor poder de negociación frente a cada uno de ellos.

En la lógica de suma cero con que piensa su gobierno, Trump tiene razón; divide y vencerás, para ganar a costa del otro. Quiere hacerlo con cambios radicales en las reglas de origen del sector automotriz, en los mecanismos de resolución de controversias, en el comercio agrícola a conveniencia de la estacionalidad de lo que allá se produzca y con la cláusula Sunset, que consiste en la conclusión automática del pacto comercial cada cinco años.

Eso es algo de lo que Trump quiere; lo malo es que personajes del equipo de AMLO, como la futura secretaria de Economía, Graciela Márquez, y Jesús Seade, su negociador del TLC, han aceptado la posibilidad, “como último caso”, de un acuerdo bilateral, cosa que los gobiernos de Peña Nieto y de Justin Trudeau han rechazado. Los canadienses, con toda razón, están recelosos de las reuniones entre México y Estados Unidos a las que no han sido convocados.

AMLO le confió a Trump que para alcanzar un crecimiento promedio de cuatro por ciento anual en su sexenio, necesita el marco del TLC para que las inversiones productivas pasen del dos al seis por ciento anual. En respuesta, Trump le dijo que “la economía de Estados Unidos nunca ha sido tan fuerte” o, dicho en otras palabras: ¿quién necesita a quién?

Como político mexicano que es, AMLO comparte las emociones y motivaciones populares y sus reivindicaciones ante las profundas injusticias que hay en México, pero el pragmatismo sajón no se conmueve por eso, y menos el nacionalismo de ultraderecha que representa Trump.

Las negociaciones tienen que seguir, pero no para aceptar mayores desventajas de nuestro país en la racionalidad de los intercambios mercantiles y de las ventajas y desventajas que determinan productividades y competitividad de la economía.

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