¿Quién soy yo?, o más precisamente ¿qué soy yo? son preguntas improbables en estos tiempos. De plantearse con candor y curiosidad, las interrogantes apuntarían hacia la esencia de la persona y a cómo se concibe frente al resto del mundo. En los Upanishads, los textos sagrados de la civilización india más remota y primordial, se da una respuesta breve y contundente a esta pregunta: “Tú eres eso”, o para decirlo con su sabor original en sánscrito: Tat tvam asi. La sentencia afirma una identidad rotunda entre la esencia del ser humano individual, llamada Atman, y la del Ser Supremo, denominada Brahmán o Brahma. La igualdad se puede expresar con el signo matemático Atman = Brahmán, y la esencia común a la que hacen referencia estos dos apelativos es netamente espiritual; de hecho, en el hinduismo tradicional, toda la realidad del mundo se estima espiritual.
Los textos mencionados muestran una unidad de credo que puede catalogarse como monismo idealista, pues proclaman que, bajo la apariencia o ilusión del mundo tangible, llamada maya, sólo existe Brahmán. No hay dualidad mente-cuerpo o espíritu-materia, sólo una realidad espiritual y eterna. El intelecto por sí sólo no puede comprender esto cabalmente y los Upanishads plantean una facultad de intuición o realización que trasciende a la razón para capturar la esencia única de la realidad, aunque también disponen que se requiere del intelecto y de la emoción para lograrlo de manera plena.
Los Upanishads son parte de los Vedas, las escrituras sagradas hindúes que abordan cuestiones filosóficas y teológicas en forma de diálogos o monólogos vertidos en sánscrito. Datan del siglo VII a.C. y son el fundamento de las religiones y doctrinas de la India. Los Upanishads pregonan la espiritualidad contra de los elaborados rituales y sacrificios de los Brahmanes, la casta sacerdotal del hinduismo, pues argumentan que estos ceremoniales no ayudan a la salvación, sino sólo una vida religiosa que pretenda penetrar en la realidad. El objetivo de la vida humana es entonces la auto-realización, la unión con el Ser Supremo y con ello la liberación del sufrimiento. Estas enseñanzas llegan a su manifestación más célebre en el Bhagavad Gita, parte del poema épico Majabhárata del siglo III a. C. En el relato mítico del Gita se repite que el alma es indestructible, eterna, inmutable, prevalente e impensable, y el término se aplica tanto a Brahmán como a Atman, el alma individual que rencarnará sucesivamente hasta conseguir la identificación con el Ser Supremo. Y así, al sustentar de manera explícita que la realidad del mundo es mental o espiritual, los Upanishads y el Gita profesan el idealismo metafísico.
Podría suponerse que el idealismo absoluto y metafísico no tiene cabida en el mundo actual, en especial porque la ciencia, empresa tradicionalmente realista y racionalista, ha escudriñado y demostrado la materia de forma contundente y detallada. De esta manera se supondría que los mayores defensores de la realidad material sean precisamente los físicos. Resulta entonces llamativo encontrar físicos idealistas, en especial algunos de los más prominentes investigadores de los componentes y funciones de las dimensiones y partículas más elementales de la realidad. ¿Cómo ha ocurrido esta aparente paradoja?
Sucede que la física ha ido desmontando a la materia hasta poner en jaque a la noción misma de “materia”, si por esta palabra se entiende una masa en la dimensión del espacio-tiempo constituida por bloques fundamentales que conforman todo elemento o proceso físico y cuya verificación es precisamente una de las tareas centrales de la física. Pero acontece que la física experimental no ha encontrado partículas elementales, duras y consistentes que constituyan la realidad última del mundo. Los átomos fueron descompuestos hace más de un siglo por Ernest Rutherford en partículas subatómicas, como los electrones, los neutrones y los protones, pero estos, a su vez, fueron desmenuzados desde 1964 en seis tipos de quarks, algunos de los cuales no parecen tener masa. Si cada partícula descubierta se demuestra que está formada por otras más elementales, se va diluyendo el concepto de materia en dimensiones cada vez más infinitesimales y menos concretas.
Además de esto, algunas interpretaciones de la mecánica cuántica se centran en la observación y en los observadores del comportamiento de las partículas subatómicas como fundamentos necesarios de la realidad física. Es el caso de la llamada “interpretación de Copenhague”, la destacada escuela de físicos cuánticos, según la cual la realidad de las partículas subatómicas no surge más que cuando es observada, una aseveración que parece tan contra-intuitiva como la idea de que todo el cosmos es un espíritu o una idea. Entre quienes se acercaron a esta interpretación destacan Sir Arthur Eddington en su obra de 1929 The Nature of the Physical World y Erwin Schrödinger en su libro de 1958 Mente y materia, a los que volveremos en otros momentos.
En la actualidad, Amit Goswami, físico cuántico de origen hindú, defiende en El Universo Autoconsciente (1993) y otros libros que la base del cosmos es la conciencia y la materia es una derivación de ella. Otros físicos y matemáticos contemporáneos, como el británico Roger Penrose, piensan que la conciencia es una propiedad fundamental del universo, como son la energía y la materia misma.
A lo largo de la historia el idealismo absoluto proclama que la realidad del mundo es espiritual o mental, que la materia es una consecuencia de ella y una ilusión de la mente humana. Su duro oponente, el materialismo, asegura que el mundo es material y que la mente también es de naturaleza física o, para expresarlo mejor, una función de la materia organizada y en movimiento. A pesar de las posturas de algunos matemáticos y físicos cuánticos, el materialismo campea en la reciente filosofía de la ciencia y en la mayoría de los científicos actuales. Ahora bien, conscientes de la dificultad de salvaguardar a la “materia” como ingrediente fundamental del cosmos, desde los trabajos del llamado “Círculo de Viena” en los años 20 del siglo pasado, muchos filósofos prefieren enunciar que la realidad fundamental es de naturaleza física, sea esta cual sea. Por esta razón sustituyen el término materialismo con el de fisicalismo. Más adelante veremos cuáles son las propuestas fisicalistas para resolver el problema mente-cuerpo, en especial la que afirma que todo estado mental es simple y llanamente un estado del cerebro.
Es así que el idealismo y el materialismo chocan desde sus más remotos inicios, pues son dos formas opuestas e incompatibles de monismo, de comprender al mundo como una sola esencia o sustancia. Es posible que no haya dicotomía y controversia más profunda en la historia de la filosofía que la escenificada por estas dos doctrinas que llegan hasta hoy tras un largo camino de confrontaciones. En el presente relato estamos ubicados apenas en los arranques de estas posiciones que ocurrieron en dos civilizaciones primigenias: la remota India, donde cristalizó la noción idealista de un cosmos espiritual, y la Grecia de los filósofos llamados presocráticos que postularon un cosmos de naturaleza material formado por elementos físicos.
Hemos revisado brevemente el idealismo absoluto generado en los Upanishads de la India, y a continuación toca el turno a los progenitores del materialismo en la remota Hélade del Mediterráneo.
Vale la pena también exponer el temprano Materialismo
que surgió en la de la India, los Carvakas.
No se si Leucipo y Democrito se inspiraron en los Carvakas o si surgieron en forma independiente.
CUANTA BELLEZA , SACRALIDAD YRAIZ PROFUNDA DE LOS SERES.