Como sucedía en otras tantas culturas ancestrales, en la antigua Grecia se practicaban ritos ceremoniales para tratar las enfermedades, pues en la cosmovisión mítica y animista éstas son producto de acciones sobrenaturales. Así, los sacerdotes de Esculapio, dios de la medicina, realizaban conjuros y sacrificios en los santuarios de Apolo a favor de los enfermos provenientes del extenso dominio griego conocido como la Hélade.
Hipócrates de Cos (460-369 a.C.), médico griego que ejerció durante el siglo de Pericles, proclamó que ésta es una forma improcedente de concebir y combatir la enfermedad y debe ser sustituida por la observación acuciosa de la naturaleza para organizar conocimientos verdaderos sobre la salud y la enfermedad mediante la razón, es decir, mediante el Logos. Así surgió un trascendental viraje de la medicina desde una concepción sobrenatural y mágica de la enfermedad a una natural y racional. Ahora bien, Hipócrates no trató simplemente de instaurar una pericia técnica para diagnosticar y curar, sino un arte y una virtud de la medicina, como lo muestra el llamado “Juramento de Hipócrates” que durante siglos fue ceremonialmente recitado por los médicos en su graduación.
En el primer tratado médico de la epilepsia, Sobre el mal sagrado, Hipócrates aseguró que la dramática privación de la conciencia en personas sometidas a paroxismos convulsivos no es un castigo divino o una posesión demoniaca, sino un trastorno del cerebro. Ahí mismo elabora la notoria conjetura del cerebro como asiento de las emociones, pensamientos, sensaciones, juicios estéticos o éticos y, finalmente, como “intérprete de la conciencia.” Vale la pena reproducir el crucial párrafo:
Los hombres deberían saber que del cerebro y nada más que del cerebro vienen las alegrías, el placer, la risa, el ocio, las penas, el dolor, el abatimiento y las lamentaciones. A través del cerebro en particular nosotros pensamos, vemos, oímos y distinguimos lo feo de lo bello, lo malo de lo bueno, lo agradable de lo desagradable… Sostengo que el cerebro es el órgano más poderoso del cuerpo humano… y así mantengo que el cerebro es el intérprete de la conciencia…
No está documentado en qué se basó “el padre de la medicina” para considerar al cerebro fundamento de las actividades mentales y motoras tanto normales como patológicas, pero es probable que haya tenido acceso a material de autopsia para colegirlo así. La colección de libros atribuidos a Hipócrates, el Corpus Hippocraticum, contiene referencias al cerebro, al daño cerebral, a la disección del sistema nervioso y la asociación entre los humores y las enfermedades. También es presumible que Hipócrates conociera el antecedente de un discípulo de Pitágoras que vivió hacia el siglo VI a.C., llamado Alcmeón de Crotona, el primero en proponer al cerebro como la sede de la mente humana al vislumbrar en sus disecciones que los órganos de los sentidos a través de sus nervios convergen en el cerebro. La inferencia tiene una robusta lógica: si los sentidos confluyen en el cerebro, éste debe ser el órgano de la percepción y de la respuesta a los estímulos.
De enorme trascendencia médica y cultural fue la llamada “teoría humoral” de Hipócrates, la idea que el organismo sano mantiene un equilibrio dinámico entre cuatro humores o sustancias corporales y cuya descompensación origina enfermedades. El balance entre los fluidos constituía el “buen humor,” lo cual originó el significado de humor como estado de ánimo. Otra derivación de la teoría humoral es el concepto hipocrático de cuatro personalidades humanas de acuerdo con la predominancia de un humor sobre los demás. Los términos también perduran en el léxico y se refieren a cuatro temperamentos: el sanguíneo, en el que predomina la sangre y es excitable; el flemático, en el que sobresale la flema o moco y es tranquilo o calmoso; el melancólico, en el que predomina la bilis negra y es depresivo, y finalmente el colérico, donde domina la bilis amarilla y es “bilioso” o iracundo.
La noción de biotipos en la denominada psicología constitucional de mediados del siglo pasado podría remontarse a esta taxonomía, pues constituye otra liga entre el temperamento y la estructura del cuerpo humano. Es así que el somatotipo, palabra acuñada por el psicólogo estadounidense William Sheldon, asocia complexiones corporales con rasgos de personalidad. Su distinción de tres somatotipos, el ectomorfo delgado, alto y cerebral, el mesomorfo, atlético, decidido y activo, y el endomorfo, orondo, sensitivo y jovial, se usa en diversos círculos, pero no se ha comprobado plenamente.
Resultaría aparentemente fácil descartar la teoría humoral como una noción falsa de fisiología, pero su uso e impacto a través de siglos implica que tuvo un importante valor explicativo y es posible reconocer que algunos de sus conceptos perduran aún en la propia fisiología. Formulo algunos ejemplos. Se sabe que “la búsqueda de la novedad,” un rasgo definido de personalidad, se asocia a niveles elevados de dopamina cerebral, y también que las tendencias a la evasión, el nerviosismo o la meticulosidad se ligan a niveles elevados de serotonina. Con frecuencia y cierto rezumo hipocrático, la dopamina y la serotonina, junto con los otros neurotransmisores del cerebro, se nombran neurohumores. Una idea prevalente de la neurociencia actual es que el conjunto de los neurohumores involucrados en la transmisión neuronal, constituyen fundamentos neuroquímicos necesarios para las operaciones del cerebro que permiten las actividades mentales tanto normales como patológicas. El neurohumor es un concepto “húmedo” muy hipocrático de la función nerviosa, cuya etimología remite al latín humor, que significa líquido o humedad. De hecho, el balance humoral es crucial para la homeostasis o equilibrio del medio interno propuesta por el fisiólogo Walter Cannon hacia 1935.
Vemos así que Hipócrates es el antecedente remoto de dos ideas verosímiles de la neurociencia moderna: el cerebro como el órgano corporal directamente responsable de todas las actividades mentales y el papel fundamental que juegan los neurohumores para que éstas acontezcan.
Como corolario al legado de Hipócrates, se debe subrayar que la exploración del cuerpo humano, en especial del sistema nervioso y del cerebro, constituye un recurso empírico indispensable para fundamentar teorías o hipótesis viables y creíbles en referencia al problema mente-cuerpo. Las ciencias del cerebro y del sistema nervioso no deben marginarse de la discusión filosófica, sino asimilarse a ella, pues el problema mente-cuerpo no sólo es asunto de la filosofía, sino de las neurociencias, la fisiología corporal y las ciencias de la conducta. El presente recuento del problema intenta poner de manifiesto este requerimiento transdisciplinar para penetrar mejor equipados en sus espinosos entresijos.
Veremos a continuación cómo dos de los más célebres filósofos de la historia, Platón y Aristóteles, aportan ideas novedosas, posiblemente derivadas de Sócrates, en referencia a la mente y a la naturaleza humana que han sido de influencia permanente en la historia. Con ellos se inicia el dualismo, la tercera idea cardinal sobre la relación mente-cuerpo, en rivalidad perenne con el idealismo y el materialismo. Pero el dualismo de Platón no es el mismo que el de Aristóteles. Vamos ahí.
Que buen trabajo, genial línea por la que hace conducir este trabajo.